Verdadera esposa y madre católica

En el gran cambio que representó en su vida el matrimonio, Dña. Lucilia se convirtió en una esposa ejemplar y una madre extremosa, gracias a las virtudes que había cultivado desde su infancia.

El estado matrimonial dio más profundidad al espíritu sobrenatural de Dña. Lucilia, adquiriendo éste contornos mejor definidos a medida que se multiplicaban los problemas, las aflicciones y las dolencias.

Fiel a su antigua costumbre, juntaba las manos y, con la mirada puesta en el Sagrado Corazón de Jesús, imploraba, por medio de su querida Madrina, Nuestra Señora de la Peña, amparo y respuestas. Su fervorosa vida de piedad, que en sus días de soltera le había complacido tanto al Dr. Antonio, su padre, no dejará de causarle a él una creciente admiración.

Broma paterna

Un día, tras haber observado de manera especial las largas oraciones de Dña. Lucilia, se produjo este breve diálogo entre ellos:

Hija mía —dijo bromeando con afecto—, debes resultarle terriblemente molesta a la Providencia.

—¿Por qué, papá?

¡Porque te pasas el día rezando! Dios ya debe estar cansado de oírte tanto. Pides, pides, pides… Por cierto, ¿qué es lo que pides?

Pido siempre lo mismo.

En tono aún más paternal, prosiguió el Dr. Antonio:

¿Lo ves? ¿No es eso acaso molesto?

Años después, ella misma, sonriendo, relataría este episodio.

Con el propósito de ser elogioso, pero empleando ese mismo tono de amena y dulce ironía, el Dr. Antonio solía decir que Dña. Lucilia nunca podría vivir junto a una iglesia, porque huiría de casa y se pasaría todo el día rezando allí… A veces, el Dr. João Paulo, su esposo, haría suya esta cariñosa broma.

«Esa pregunta no se le hace a una madre»

Doña Lucilia encaraba la vida conyugal con manifiesto candor y limpidez de mirada y, al mismo tiempo, con elevación de espíritu, se ponía bajo el amparo y protección de la Santísima Virgen para el perfecto cumplimiento de sus deberes de esposa y madre.

El estado matrimonial dio más profundidad al espíritu sobrenatural de Dña. Lucilia
Doña Lucilia y el Dr. João Paulo, poco antes de su boda

De regreso a São Paulo después del viaje de luna de miel, Dña. Lucilia y su esposo establecieron su residencia en una casa casi contigua al palacete Ribeiro dos Santos. El matrimonio fue premiado por Dios con dos hijos: el 6 de julio de 1907, una niña, que recibió el nombre de Rosenda, en memoria de la difunta madre del Dr. João Paulo, a quien él quería mucho; y, el 13 de diciembre de 1908, un niño, Plinio, así llamado de buen grado por Dña. Lucilia, para atender los deseos de Dña. Gabriela, su madre, que siempre había querido tener entre los suyos a alguien con ese nombre.

La bondad que rebosaba el corazón de Dña. Lucilia se derramaría en adelante sin reservas sobre sus hijos. Su maternidad haría florecer uno de los aspectos más sublimes de su alma, cuando tuvo que enfrentar con heroísmo una difícil situación.

Al examinarla la víspera del nacimiento de Plinio, el médico había constatado que el parto iba a ser arriesgado. Lo más probable era que ella o el niño murieran. Así que le preguntó si no prefería abortar para salvar su propia vida.

Ante esta absurda propuesta, Dña. Lucilia le respondió descontenta:

Doctor, ¡esa pregunta no se le hace a una madre! Ni siquiera debería habérsele ocurrido.

De este modo fue cómo, poco antes de que diera a luz a su hijo varón, quiso la Providencia pedirle a aquella extremosa y resuelta madre católica un excelente acto de virtud. Así, pues, incluso antes del nacimiento de Plinio, la maternidad de Dña. Lucilia ya era ejercida, en relación con él, con todo desvelo.

El niño nació un domingo por la mañana, mientras Dña. Lucilia oía repicar las campanas de la iglesia de Santa Cecilia llamando a misa. El recién nacido era tan pequeño que la cuna, cuidadosamente preparada por su madre, le quedó demasiado grande. Cuentan algunos familiares que, conversando un día con su padre, le había expresado su angustia por el hecho de que Plinio no parecía gozar de buena salud. El Dr. Antonio entonces cogió en brazos a su nieto, lo acercó a una ventana para verlo mejor y, mientras lo miraba fijamente, la tranquilizó con estas palabras:

¡Este niño vivirá muchos años!

Quizá la fotografía donde aparece más contenta

La fotografía en la que Dña. Lucilia sostiene en brazos a su hijo recién nacido demuestra claramente la gracia bautismal que ella, paso a paso, enriqueció por su correspondencia y prolongó hasta el fin de su vida, a los 92 años.

Con una mirada llena de afecto contempla tiernamente a su pequeño. En su sonrisa se descubre un torrente de cariño, de compasión y de protección ante la fragilidad de su hijo. No es difícil darse cuenta cuánto le complace el candor que ve en el niño.

De todas las fotos que le hicieron a lo largo de su vida, quizá aquí es donde aparece más contenta. Contentísima, no por haber sido objeto de alguna amabilidad o por haber recibido algún elogio, sino tan sólo por el hijo que lleva en brazos.

«El trato entre nosotros dos era, para mí, un verdadero paraíso —recordaba, con saudades, ese hijo tan amado—, me sentía querido, comprendido. Tenía una noción muy grande de mi propia fragilidad. Me sentía pequeño, enfermo. A fuerza de prodigarme toda especie de cuidados, ella me transformó. Me daba cuenta, incluso, de que podía morir, pero notaba también su cariño envolvente y su enorme deseo de que yo viviera. Eran como tónicos que me comunicaban vitalidad. Desde dentro de mi debilidad me venía la siguiente idea: “¡Quiere tanto y puede tanto! Es probable que consiga convertirme en una persona saludable. ¡Qué tragedia si me muriera! Porque me llevarían lejos de ella”.

»Ahora bien, yo quería vivir. Sentía que mantenerme con vida dependía de ella. Estos pensamientos me venían a la mente no sólo con relación a esta vida terrena, sino también con relación a la otra. No concebía un ambiente celestial que no fuera parecido a la atmósfera que sentía junto a ella. Mi madre fue un paraíso para mí hasta el momento en que cerró definitivamente los ojos.

»Además, me abrió otro jardín, incomparablemente más paradisíaco: me enseñó a comprender y a amar a la Santa Iglesia Católica y me inculcó la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen».

«¿Dónde está Jesús?»

Rosée1 y Plinio eran el centro de la atenta preocupación de Dña. Lucilia. A parte de esto, ejercía sobre sus dos pequeños una benéfica y ejemplar influencia, constituida por una invitación a la dignidad y a lo sobrenatural. En su misión educativa, traslucirá con más claridad el fondo cristalino de su hermosa alma. Desde el principio, se esforzará para que sus hijos apliquen los primeros destellos de la razón para distinguir dos imágenes de su devoción, una la del Sagrado Corazón y la otra la de la Milagrosa.

Ante la simple pregunta: «¿Dónde está Jesús?», o «¿Dónde está María?», los niños inmediatamente señalaban la imagen correspondiente. Y, poco más tarde, las primeras palabras que brotarán de sus labios serán los nombres del Redentor y de su Santísima Madre. 

Extraído, con adaptaciones, de:
Doña Lucilia. Città del Vaticano-Lima: LEV;
Heraldos del Evangelio, 2013, pp. 105-110.

 

Notas


1 Nombre por el que Rosenda sería más conocida.

 

2 COMENTARIOS

  1. Salve María. Buenas tardes, soy Victoria, quería saber si se puede hacer la novena a Doña Lucilia.
    La recién la Estoy conociendo y se me ha hecho tan Familiar. Una cosa que hoy reza ante el altar de Santa Lucía y me recordé que el Doctor Plinio nació el 13/12.
    Gracias a Ustedes por todo Vuestra enseñanza 🙏

    • ¡Salve María! Sra. Victoria. No existe una novena a Doña Lucilia pues la devoción a ella es una devoción privada, como ocurre con las personas que murieron en olor de santidad pero todavía no han sido canonizadas. Le sugerimos rezar la Novena al Sagrado Corazón de Jesús pídiendo su intercesión. Doña Lucilia fue una gran devota del Sagrado Corazón.

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