Una necesidad humana

Catecismo de la Iglesia Católica

§1505 Por su pasión y su muerte en la cruz, Cristo dio un sentido nuevo
al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y
nos une a su pasión redentora.

 

Hay personas para las que cualquier contratiempo es un desastre. Sin embargo, el adorable Señor Jesús elevó el papel del dolor en la vida humana a cotas inimaginables, pues lo convirtió en un elemento para que el hombre cumpliera su finalidad en su camino terrenal: configurarse con Cristo, nuestro Redentor, Modelo y Guía.

Algunos piensan erróneamente que el sufrimiento entró en el mundo sólo como consecuencia del pecado original. Es cierto que experimentamos muchas fatigas debido a la falta de nuestros primeros padres (cf. Gén 3, 16-19)… No obstante, mucho más allá de esta contingencia, las dificultades constituyen, en las numerosas situaciones paradójicas en que se presentan, una necesidad para el pleno desarrollo de la criatura inteligente en estado de prueba. Y a estos dos factores se suman, finalmente, el desprecio, los insultos y las contrariedades promovidos por el príncipe de las tinieblas y sus secuaces (cf. 1 Pe 5, 8), en su odio contra quien observa los mandamientos divinos.

Hay, entonces, tres fuentes de amargura para el fiel: las consecuencias del pecado original, el estado de prueba de esta vida mortal y la maldad diabólica o humana.

¿Cómo podemos resistir a tanta adversidad? ¿Acaso hemos nacido únicamente para abrazar una existencia sin sentido? Enseñando «la ciencia de la santidad», Mons. Josep Torras i Bages, obispo de Vic, fallecido a principios del siglo xx, señala que «el sufrimiento o la contrariedad son un ingrediente tan íntimo en la presente vida terrenal, que sin él ésta se vuelve fastidiosa y hasta insoportable», pues «el sufrir enseña; y quien no lo conociera no conocería la vida en toda su realidad, porque el sufrimiento es parte imprescindible de ella».1

En la gruta de Belén y en el Gólgota se manifiesta con fulgor el desmesurado afecto divino por nosotros. Dios se hace pequeñito y nace de la Virgen inmaculada; sin embargo, su recorrido por los caminos y senderos de Tierra Santa tiene una meta: ¡la cruz! Y los percances, las luchas y las dificultades por las que pasamos son un poderoso auxilio para configurarnos al Corazón amoroso de Jesús sufriente. En efecto, el Padre celestial nos quiere semejantes a su Hijo, colaboradores en la edificación de la Santa Iglesia y en la salvación de las almas.

Dejemos que el divino Orfebre nos labre con ternura, para que, como una pequeña gota de agua unida a la sangre preciosa de Jesús, lleguemos aurificados a la gloria eterna, como bien nos lo recuerda la santa de la pequeña vía: «La santidad no consiste en decir cosas bonitas, ni siquiera en pensarlas, en sentirlas… Consiste en sufrir y sufrir de todo. ¡Santidad! Hay que conquistarla a punta de espada, hay que sufrir… ¡Hay que agonizar!… Llegará un día en que las sombras desaparecerán, y entonces sólo quedarán la alegría y la embriaguez… ¡Aprovechemos nuestro único momento de sufrimiento!… ¡No veamos más que cada instante!… Un instante es un tesoro…».2 ◊

 

Notas


1 Torras i Bages, Josep. «La ciència del patir». In: Obres completes. Barcelona: Abadía de Montserrat, 1989, t. vi , pp. 400-401.

2 Santa Teresa del Niño Jesús. Carta 89. A Celina, 26/4/1889.

 

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