Impelidos a socorrer a los hermanos alejados de la fe
No hay necesidad más urgente que la de «dar a conocer las inconmensurables riquezas de Cristo» (Ef 3, 8) a los hombres de nuestra época. No hay empresa más noble que la de levantar y desplegar al viento las banderas de nuestro Rey ante aquellos que han seguido banderas falaces y la de reconquistar para la cruz victoriosa a los que de ella, por desgracia, se han separado. ¿Quién, a la vista de una tan gran multitud de hermanos y hermanas que, cegados por el error, enredados por las pasiones, desviados por los prejuicios, se han alejado de la verdadera fe en Dios […], no arderá en caridad y dejará de prestar gustosamente su ayuda?
Fragmentos de: PÍO XII.
Summi pontificatus, 20/10/1939.
Son más acreedores de nuestra ayuda quienes desconocen a Dios
¿Qué clase de hombres más acreedores de nuestra ayuda fraternal que los infieles, quienes, desconocedores de Dios y presa de la ceguera y de las pasiones desordenadas, yacen en la más abyecta servidumbre del demonio? Por eso, cuantos contribuyeren, en la medida de sus posibilidades, a llevarles la luz de la fe, principalmente ayudando a la obra de los misioneros, habrán cumplido su deber en cuestión tan importante y habrán agradecido a Dios de la manera más delicada el beneficio de la fe.
Fragmento de: BENEDICTO XV.
Maximum illud, 30/11/1919.
Iluminar las almas con la luz de Cristo: la más perfecta caridad
Si Cristo puso como nota característica de sus discípulos el amarse mutuamente (cf. Jn 13, 35; 15, 12), ¿qué mayor y más perfecta caridad podremos mostrar a nuestros hermanos que el procurar sacarlos de las tinieblas de la superstición e iluminarlos con la verdadera fe de Jesucristo? Este beneficio, no lo dudéis, supera a las demás obras y demostraciones de caridad tanto cuanto aventaja el alma al cuerpo, el Cielo a la tierra y lo eterno a lo temporal.
Fragmento de: PÍO XI.
Rerum Ecclesiæ, 28/2/1926.
«Evangelizar a los pobres»: la limosna más grande
Cierto es que Dios alaba grandemente la piedad que nos mueve a procurar el alivio de las humanas miserias: mas, ¿quién negará que mayor alabanza merecen el celo y el trabajo consagrados a procurar los bienes celestiales a los hombres, y no ya las transitorias ventajas materiales? Nada puede ser más grato […] a Jesucristo, Salvador de las almas, que dijo de sí mismo por el profeta Isaías: «Me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4, 8).
Fragmentos de: SAN PÍO X.
Acerbo nimis, 15/4/1905.
No hay verdadera evangelización sin conversión
Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio.
La finalidad de la evangelización es, por consiguiente, este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.
Fragmento de: SAN PABLO VI.
Evangelii nuntiandi, 8/12/1975.
La llamada a la conversión ha sido silenciada
Hoy la llamada a la conversión, que los misioneros dirigen a los no cristianos, se pone en tela de juicio o pasa en silencio. Se ve en ella un acto de «proselitismo»; se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a la propia religión; que basta formar comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Pero se olvida que toda persona tiene el derecho a escuchar la Buena Nueva de Dios que se revela y se da en Cristo.
Fragmentos de: SAN JUAN PABLO II.
Redemptoris missio, 7/12/1990.
El deber de la evangelización es un mandato de Cristo
Si verdaderamente la Iglesia, como decíamos, tiene conciencia de lo que el Señor quiere que sea, surge en ella una singular plenitud y una necesidad de efusión, con la clara advertencia de una misión que la trasciende y de un anuncio que debe difundir. Es el deber de la evangelización. Es el mandato misionero. Es el ministerio apostólico. […] El deber congénito al patrimonio recibido de Cristo es la difusión, es el ofrecimiento, es el anuncio, bien lo sabemos: «Id, pues, enseñad a todas las gentes» (Mt 28, 19) es el supremo mandato de Cristo a sus apóstoles.
Fragmentos de: SAN PABLO VI.
Ecclesiam suam, 6/8/1964.
La Iglesia nació para hacer partícipes de la Redención a los hombres
La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la Redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. […]
Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra.
Fragmentos de: SAN PABLO VI.
Apostolicam actuositatem, decreto del
Concilio Vaticano II, 18/11/1965.
La misión evangelizadora de la Iglesia durará hasta el final de los tiempos
Jesús resucitado confió a sus Apóstoles la misión de «hacer discípulos» a todas las gentes, enseñándoles a guardar todo lo que Él mismo había mandado. Así pues, se ha encomendado solemnemente a la Iglesia, comunidad de los discípulos del Señor crucificado y resucitado, la tarea de predicar el Evangelio a todas las criaturas. Es un cometido que durará hasta al final de los tiempos. Desde aquel primer momento, ya no es posible pensar en la Iglesia sin esta misión evangelizadora.
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Pastores gregis, 16/10/2003.
Falta a su grave obligación el pastor que no atrae a Cristo las ovejas apartadas
La Iglesia misma no tiene otra razón de existir sino la de hacer partícipes a todos los hombres de la Redención salvadora, por medio de la dilatación por todo el mundo del Reino de Cristo. Por donde se ve que quien, por la divina gracia, tiene en el mundo las veces de Jesucristo, Príncipe de Pastores, no sólo no debe contentarse con defender y conservar la grey del Señor ya a él confiada, sino que faltaría a una de sus más graves obligaciones si no procurase con todo empeño ganar y atraer a Cristo las ovejas aún apartadas de Él.
Fragmento de: PÍO XI.
Rerum Eclesiae, 28/2/1926.