La Historia celebra este mes los quinientos años de la muerte de Josquin Desprez, ilustre compositor franco-flamenco que, con su música, recordó que el arte es un instrumento en las manos del hombre par la gloria de Dios.

 

Entre mármoles de Carrara y frescos de Miguel Ángel, la capilla Sixtina esconde un tesoro menos conocido. Es una preciosidad discreta, dibujada no con finas pinturas, sino con rústico grafito. Sus contornos nada tienen de los elegantes cuadros de Rafael o de los monumentales proyectos de Bernini. Se trata de una simple firma: Josquini.

No es raro que los restauradores de los ambientes vaticanos encuentren firmas de ese género, pues entre los siglos XV y XVIII los cantores papales solían grabar sus nombres en aquellas paredes. Muchos estudiosos juzgan bastante razonable atribuirla a Josquin Desprez.1

Esas letras son la única firma del famoso compositor que ha llegado hasta nuestro siglo. Parcos —y, en gran parte, inciertos— son aún los datos biográficos que de él se conocen, pero su obra es una de las mayores riquezas del Renacimiento para la piedad de los fieles.

Los primeros solfeos de Josquin

Josquin Lebloitte, llamado Josquin Desprez, Des Près o simplemente Josquin —diminutivo de José—, nació en torno al 1440, en los confines de Borgoña, posiblemente en Beaurevoir.2

Los primeros solfeos de Desprez fueron en el coro de la iglesia, inicialmente en su tierra natal y, luego, en Italia. No se sabe con seguridad cuál era el registro de su voz, pero los historiadores deducen que, una vez alcanzado el timbre definitivo, fuera bajo.3

Sus dotes no tardaron en llamar la atención de los grandes mecenas de la época y el joven músico fue invitado muy pronto a servir en la corte de los hombres más influyentes de su tiempo, como los duques de Ferrara y de Milán o el propio rey de Francia, Luis XII.

El arte para el hombre, ya no para Dios

Europa pasaba aquellos años por una terrible crisis. El Humanismo alcanzaba su apogeo y la cristiandad se adentraba en el alto mar del Renacimiento. Esos movimientos culturales, que producían una riqueza artística indiscutible, obraban como contrapartida un cambio radical en el pensar y en el actuar del hombre, especialmente en sus relaciones con Dios.

Manuscrito de la «Missa De Beata Virgine”, por Josquin Desprez

En un primer momento, esa revolución de los siglos XV y XVI no creó ni herejes ni ateos; no obstante, introdujo en el corazón humano una especie de paradoja, por la cual Dios no era negado, sino olvidado.

Las obras artísticas del Renacimiento dan buen testimonio de esa realidad. Cuando alguien contempla una estatua de la Virgen o de un santo esculpida por Miguel Ángel, se admira con la habilidad del cincel que trabajó aquellos mármoles: la levedad de los trazos, la expresividad de las fisonomías, la perfección de los gestos. Sin embargo, el fiel que observa la imagen no se siente inclinado a arrodillarse ante ella para rezar y, cuando prosigue su camino, su alma sale fría como la piedra que sirvió al escultor.

A pesar de haber alcanzado innegablemente un auge, el arte renacentista no cumplió con la finalidad de acercar al hombre a Dios.

De la música profana a las composiciones religiosas

La música de Josquin Desprez, con todo, ora afina con los acordes de la perfección humana del Renacimiento, ora armoniza con melodías más propiamente angélicas, que cantan sin cesar la gloria de Dios.

Parte de la vida del compositor transcurrió en el esplendor de las cortes italianas, donde los príncipes poetas se complacían en contar en su entorno con músicos de valor. En 1484, no obstante, Josquin ingresó en el coro papal y la música religiosa pasó a ser su principal preocupación. Los estudiosos concuerdan que fue en ese período donde logró la perfección de su estilo. En Italia su prestigio creció tanto que le valió el título de princeps musicorum, el príncipe de los músicos.

Desde el aspecto técnico, Josquin lanzó las bases de la polifonía sacra, convirtiéndose en el precursor de Giovanni Pierluigi da Palestrina. Sus músicas están marcadas por artificios audaces en el contrapunto, en la inversión y la imitación de unas voces por otras voces. Algunas de sus obras son tan complejas que los musicólogos no saben exactamente cómo se cantaban. Llegan a plantear la hipótesis de que algunas de ellas no estuvieran destinadas a su ejecución, sino a la enseñanza. Otros piensan, además, que sólo podrían ser ejecutadas con acompañamiento instrumental. Ese es el caso del Agnus Dei de su misa L’homme armé.4

En 1498 el compositor dejó Roma, se dirigió a Módena, París y, finalmente, a Ferrara, donde se estableció en 1503 al servicio del famoso duque Ercole d’Este. Más tarde regresaría a Francia. Josquin Desprez quiso pasar los últimos años de su vida dedicándose exclusivamente a la música religiosa. En 1504 se mudó a la ciudad de Condé-sur-L’Escaut, cerca de Lille, donde dirigió un coro hasta el final de sus días.

Se cuenta que la última música que compuso fue un Pater Noster. Antes de fallecer le pidió al coro que la cantara en su cortejo fúnebre, así como un Ave Maria, también de su autoría.

Josquin Desprez marchó rumbo a los coros celestiales el 27 de agosto de 1521. Es difícil evaluar hoy día la totalidad de su obra, puesto que en los años siguientes a su muerte era tal la fama del músico que muchos copistas y editores no resistieron la tentación de atribuirle composiciones anónimas, para que fueran compradas. Por tanto, existe entre los especialistas una gran divergencia de opinión en cuanto a la autoría de las músicas compuestas por él. La mayor parte enumera al menos dieciocho misas, ciento diez motetes y setenta canciones de carácter profano.

Música que nos hace sentir hijos de Dios

Pese a ello, los siglos fueron inclementes con el gran compositor y no preservaron mucho su memoria: su celebridad disminuyó con el tiempo, incluso hasta llegar a eclipsarse por completo en el período barroco. No se sabe nada de su vida privada. No obstante, si es verdad el principio de que el artista imprime algo de su propia personalidad en su obra, las melodías de Josquin permiten entrever algunos rasgos de su espiritualidad y piedad.

Retrato del compositor, por Charles G. Housez

Piedad, he aquí la palabra acertada para caracterizar las músicas del compositor franco-flamenco. Santo Tomás de Aquino5 afirma que ese es el don por el cual el Espíritu Santo mueve al hombre a rendirle culto a Dios como Padre, a quien ama con ternura, reverencia y obedece.

Cuando resuenan las armonías de Josquin, sea una oración a la Virgen, como en la sublime Ave Maria Virgo serena, sea en un coloquio con el Señor, como en el grave Tu pauperum refugium, el fiel es lanzado al regazo de Dios. A menudo son sencillas melodías, desprovistas de ornamento y virtuosismo, pero que por eso mismo representan la oración del alma cándida que le dirige al Padre una palabra simple, con la seguridad de que será escuchada.

¿Un compositor fuera de su tiempo?

Analizado desde ese aspecto, Josquin se presenta como un compositor atrasado en su tiempo, cuando la reverencia a lo sobrenatural y a lo trascendental había sido desterrada del arte y de la filosofía.

Sin embargo, hay que decir que se encontraba por delante de su siglo y más allá de esta tierra, porque sus melodías, recogidas y piadosas, hacen presentir algunos punteados de las armonías celestiales.

Josquin no componía meras músicas, componía oraciones; un atributo que les faltó a los artistas del Renacimiento. Rompió el silencio y fue, en pleno Humanismo, un cantor de Dios. 

 

Notas

1 Cf. Pietschmann, Klaus. Ein Graffito von Josquin Desprez auf der Cantoria der Sixtinischen Kapelle. In: Die Musikforschung. Kassel. Año LII. N.º 2 (abr-jun, 1999); 204-207.
2 No se sabe con seguridad cuál fue la ciudad natal de Josquin. Algunos suponen que es Condé-sur-l’Escaut, el sitio donde fallecería (cf. COMBARIEU, Jules. Histoire de la musique. Des origines à la fin du XVI siècle. 8.ª ed. Paris: Armand Colin, 1948, v. I, p. 431).
3 ERZILBENGOA, Eline. Le «prince de la musique» Josquin des Prés, compositeur picard de génie à la fin du XV siècle. In: france3-regions.francetvinfo.fr.
4 Cf. COMBARIEU, op. cit., pp. 433-434.
5 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 121, a. 1.

 

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1 COMENTARIO

  1. La revolución de los siglos XV y XVI, como bien señala el autor, no generó ateos ni herejes, intentó silenciar la voz de Dios.
    ¿Puede la revolución silenciar a Dios? ¿Puede el Humanismo esconder el magno e inmenso Misterio Trinitario?
    La Providencia siempre dispone y responde a cada tiempo y a cada contexto, en este momento donde las tinieblas acechaban la sociedad cristiana, a través de la música nos encontramos con Josquini, que fue mucho más que un compositor, fue un hombre que movido por el Espíritu Santo, en el silencio del Renacimiento ante Dios, clamó con espíritu filial ¡Abba, Padre!
    Desde su posición, rindió la Gloria a Dios en cada nota, sin dar lugar a la imitación, por que solo aquello que mana del Sagrado Corazón de Jesús es un claro triunfo aún en tiempos revolucionarios.
    Y ahora, en este tiempo, sin duda alguna más corrupto, ¿Quién es un cantor de Dios? ¿Quién rompe el silencio de la Gracia ante el pecado?
    Como Josquini, por manos de María Santísima, Madre de las gracias y virtudes, desde nuestra posición y en nuestro servicio, hagamos sentirse al mundo entero verdaderos hijos de Dios.

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