Secretario de Estado de San Pío X, el cardenal Merry del Val fue escudo, brazo derecho y amigo íntimo del bienaventurado pontífice, además de valioso instrumento en sus manos en el gobierno del Cuerpo Místico de Cristo.

 

De entre los numerosos episodios contenidos en la Sagrada Escritura llama la atención el singular vínculo que existía entre David y el hijo de Saúl: «El ánimo de Jonatán quedó unido al de David y lo amó como a sí mismo» (1 Sam 18, 1). Tales relaciones, difíciles de ser entendidas por la mentalidad moderna, eran del todo sobrenaturales. Estaban fundadas sobre una fidelidad diamantina y sobre lo que podría denominarse de vasallaje mutuo.

El cardenal Merry del Val fotografiado en octubre de 1903

Algo muy similar ocurrió, sin duda, en la vida del cardenal Rafael Merry del Val, la cual se podría dividir en «antes de Pío X» y «después de Pío X».

El despuntar de una gran vocación

Bautizado con un extenso nombre, a usanza entre las familias nobles de la época, con el fin de invocar la protección de numerosos santos, Rafael María José Pedro Francisco de Borja Domingo Gerardo de la Santísima Trinidad, más conocido como Rafael Merry del Val, nació en Londres el 10 de octubre de 1865. Sus padres, Rafael Carlos Merry del Val y Sofía Josefa de Zulueta y Wilcox, le dejaron como legado la sangre irlandesa, inglesa, escocesa, holandesa y, sobre todo, la española de las regiones de Andalucía, Aragón y Navarra.

Su vocación religiosa despuntó en la niñez. En cierta ocasión, uno de sus tíos, el sacerdote jesuita Francisco Zulueta, le preguntó qué quería ser de mayor y, sin titubear, le respondió con rapidez: «Obispo».1

Pese a este deseo suyo, al joven Rafael le gustaban mucho los deportes, como la natación o el tenis, y se inclinaba por la vida militar, especialmente por el cuerpo de artillería… De modo que enseguida se vio en un dilema: ¿qué camino elegiría?

Un día, tratando de saber si el muchacho realmente quería abrazar la vía religiosa, su padre le preguntó: «Rafael, ¿cómo podrás ser sacerdote, tú, que eres tan amante de los deportes, de los juegos, de la equitación…?». Y él le contesta, firme y decididamente: «Papá, por Dios se puede y se debe sacrificar todo».2 Con esta primera renuncia estaba dando un paso decisivo en el empinado camino hacia la santidad.

Con vistas a su formación sacerdotal, a los 18 años ingresó en el Ushaw College, de Inglaterra, para cursar Filosofía y aquí, en la primavera de 1885, fue donde recibió las órdenes menores. Siguiendo el consejo del cardenal Vaugham, arzobispo de Westminster, de que continuara sus estudios en Roma, hacia allí marchó acompañado por su padre.

Por invitación del Papa ingresa en la Academia Pontificia Eclesiástica

Cuando supo de la llegada del embajador Merry del Val y su hijo a la Ciudad Eterna, el Papa León XIII manifestó su deseo de recibirlos en audiencia. Y, en ese primer encuentro, ya dio muestras de gran predilección por el joven Rafael al invitarle a estudiar en la Accademia dei Nobili Ecclesiastici. Esta institución, actualmente llamada Academia Pontificia Eclesiástica, es la escuela diplomática del Vaticano donde se forman los que servirán a la Santa Sede en las nunciaturas y otros cargos eminentes de representación.

Pensando que era demasiado osado el paso que León XIII le estaba pidiendo a un veinteañero, el embajador intentó disuadir al pontífice, pero no lo logró. Ante los argumentos presentados, el Papa le respondió: «Permítame, Sr. Embajador, decirle que desde este momento Rafael no sólo es hijo suyo, sino también Nuestro. Y Nos deseamos que vaya a la Academia».3

Y luego, como si esto no bastara, le envió un recado: «Los que vienen a Roma deben obedecer al Papa o, de lo contrario, más vale que se marchen…».4 Así, el joven clérigo —el único no sacerdote de la Academia de Nobles Eclesiásticos— continuó aquí con sus estudios.

Sin embargo, la predilección de León XIII no se detuvo en ese gesto. Dos años después Rafael recibiría el título de monseñor, incluso antes de ser sacerdote, y empezaría a vestirse como los obispos, a excepción del solideo, cruz pectoral y anillo.

A partir de entonces el jovencísimo Mons. Merry del Val emprendería varios viajes diplomáticos.

«Nada podría ser tan contrario a mis aspiraciones…»

En 1888 recibe el diaconato y, a continuación, el presbiterado, con 23 años. Ambas ordenaciones son realizadas por el cardenal Lucio Parocchi, el mismo que unos años antes había consagrado a Mons. José Sarto, futuro San Pío X, como obispo de Mantua.

El nuevo sacerdote espera llevar a cabo su gran anhelo de dedicarse enteramente al apostolado asumiendo el cuidado de alguna parroquia en Inglaterra, donde pretendía trabajar por la conversión de aquellos que se habían alejado de la Sede de Pedro. No obstante, le será pedido un sacrificio más, un paso más en la escalada hacia la santidad…

León XIII quiere que continúe en la vida diplomática. Para ello, lo nombra su Camarero secreto participante (hoy Capellán Papal), Prelado doméstico —actual Prelado de honor— de Su Santidad y, además, le confía importantes encargos, como el de delegado pontificio en un viaje a Canadá, cuando tan sólo tenía 32 años. Al regreso de esta misión, en poco tiempo, recibe la ordenación episcopal y es designado a la presidencia de la Academia donde anteriormente había estudiado. Con 35 años ¡Merry del Val se convertiría en arzobispo!

En esa época le escribió una carta a un amigo en la que se notaba su humildad y modestia, a pesar de tanta gloria: «Nada podría ser tan contrario a mis aspiraciones… Hubiera pensado que Nuestro Señor me haría la gracia de llamarme a sí, antes que enviarme esto…».5

También sirve como testimonio de esa actitud de alma la famosa Letanía de la Humildad, escrita en inglés y atribuida a él.

Ni la muerte los separará

Retrato oficial del Papa San Pío X realizado el 9/8/1903

Agosto de 1903. Los cardenales se encuentran reunidos en Roma. Recientemente había fallecido León XIII, a quien tanto le debía Mons. Merry del Val. Es elegido secretario y organizador del cónclave y como tal le corresponde relacionarse con los príncipes de la Santa Iglesia y recoger sus votos.

Tras algunos escrutinios, la elección recae sobre el Patriarca de Venecia, el cardenal José Sarto. Sin embargo, el purpurado se resiste a aceptarlo… Y el tiempo corre.

Entonces el cardenal decano le incumbe a Mons. Merry del Val que fuera a conversar con él y consiguiera que se pronunciara definitivamente sobre su aceptación o, tal vez, su negativa al papado.

Se dirigió a la capilla paulina y lo encuentra arrodillado ante el cuadro de Nuestra Señora del Buen Consejo, con la cabeza entre las manos y los codos apoyados en un banco de madera. Mientras el secretario le comenta la situación, las lágrimas caían por las mejillas del cardenal. Las únicas palabras que Mons. Merry del Val logra pronunciar tras explicarle que necesitaba una respuesta fueron: «Ánimo, eminencia; el Señor le ayudará».6

Al día siguiente por la mañana, el 4 de agosto, ante una multitud que abarrota la plaza de San Pedro, la fumata blanca empieza a salir, las campanas repican y en breve resuena el anuncio: Habemus Papam. El cardenal José Sarto había aceptado el ministerio y elegido el nombre de Pío X.

Ese mismo día por la noche, Mons. Merry del Val se dirige a los aposentos de Su Santidad para que le firmara algunas cartas y despedirse de él, ya que su trabajo como secretario había terminado. Al finalizar el despacho le dice el Santo Padre: «Monseñor, ¿quiere abandonarme? No, no. ¡Quédese! Aún no he decidido nada. No sé todavía lo que debo hacer. De momento no tengo a nadie. Quédese conmigo como prosecretario de Estado; más adelante, ya veremos».7

Pero habían pasado dos meses y el nuevo Papa no había elegido a su secretario de Estado… Los rumores corren por todas partes: «¿Quién será el próximo? Sin duda —decían muchos— no será Merry del Val; es muy joven, ¡sólo tiene 38 años!». Muy distinta, no obstante, era la opinión del pontífice… Al enterarse Rafael de lo que decían sobre su nombramiento intentó en vano disuadir a Pío X.

Tras un despacho, en octubre de 1903, el Papa le entrega un sobre diciéndole: «¡Ah, monseñor!, esto es para usted». Nada más salir de la habitación el cardenal Mocenni, que conocía la nueva noticia, lo aborda y le pregunta sobre las novedades. Mons. Merry del Val no le entiende y cuando le interroga si ha recibido algo se acuerda del sobre. Al abrirlo ve que el Santo Padre, de su propio puño, le pide que asuma la función de secretario de Estado y manifiesta el deseo de crearlo cardenal de la Santa Iglesia Católica Romana.

De vuelta a los aposentos de San Pío X, intenta una vez más disuadirlo, pero recibe como paternal respuesta palabras similares a las que dos meses antes él mismo le había dirigido al cardenal Sarto —ahora Su Santidad Pío X— ante el cuadro de la Madre del Buen Consejo: «Trabajaremos juntos, monseñor, y juntos sufriremos por amor a la Iglesia».8

Quedaba consignada aquel día una amistad que enfrentaría las turbulencias del mundo, los venenos de las herejías, el dolor del rechazo; se había consolidado una unión de almas que ni la muerte separaría.

«Tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará»

El que no acompaña a una persona en su intimidad, nunca podrá afirmar que la conoce enteramente…

Si alguien entrara en la vida privada del cardenal Merry del Val, un hombre tan dotado, nacido de buena familia y ya en su juventud galardonado con numerosos cargos y títulos honoríficos, ¿qué vería?

Durante el tiempo en el que fue secretario de Estado cuidó de los bienes de la Santa Sede sin usarlos jamás para sí. Incluso el colchón en el cual descansaba fue el mismo a lo largo de cuarenta años.

Cuando San Pío X lo eligió para el cardenalato le dio una buena suma de dinero, para ayudarle con los gastos que el nombramiento le acarrearía. El cardenal Merry del Val inmediatamente intentó devolverle al Santo Padre la cantidad recibida, pero éste la rechazó. Entonces guardó el donativo y lo empleó en el momento justo: financiar la instalación de algunos calentadores de agua en el palacio pontificio, para uso precisamente de aquel que le había ofrecido la gratificación…

En 1914 San Pío X le dio como residencia la Palazzina de Santa Marta, una pequeña casa situada al lado de la Basílica Vaticana que, pese a ser muy digna, se encontraba en una situación algo precaria. Para reformarla recurrió a su progenitor, al objeto de no utilizar los medios de la Iglesia para sí mismo.

Otra virtud muy edificante que en él se podía contemplar era su desvelo por las almas.

Recordemos que, en su juventud, el cardenal Merry del Val anhelaba ser párroco. A pesar de que Dios le pidió que renunciara a ese deseo, le concedió una pequeña comunidad, de la cual sería su «arcángel San Rafael» y protector: los niños del Trastévere, de quien cuidó con todo amor y cariño, dándoles catequesis, celebrando Misas y oyendo confesiones.

Su desvelo por la liturgia no conocía descanso. Habiendo recibido el encargo de arcipreste de la Basílica de San Pedro, se empeñaba en oficiar y estar siempre presente en las Misas y en el coro.

Finalmente, tras su muerte encontraron en su cuarto un baúl con los cilicios y disciplinas que usaba para mortificarse, en los cuales había vestigios de sangre…

Su actitud de alma en la intimidad, toda hecha de modestia, era propiamente evangélica: «Entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará» (Mt 6, 6). El cardenal Merry del Val vivía en la presencia de Dios.

El cardenal Merry del Val fotografiado en 1914 por Giuseppe Felici

«Un luto que llevaré toda mi vida»

En agosto de 1914, San Pío X se sintió indispuesto. A primera vista no se trataba de nada grave y, según el diagnóstico médico, en un día estaría completamente recuperado. Sin embargo, nadie ha podido aún explicar el cambio tan brusco que se produjo en la noche siguiente…

Por la mañana el estado de salud del Santo Padre era preocupante. Al ver a su fiel secretario, le apretó la mano con mucha fuerza, murmurando solamente: «Eminencia, eminencia». Y enseguida recibió los últimos sacramentos. Sus últimas palabras fueron: «Me resigno totalmente». Luego perdió la facultad de hablar, aunque permanecía lúcido.

Después de algún tiempo, el cardenal Merry del Val entró nuevamente en la habitación de San Pío X, que de inmediato fijó en él la mirada y le agarró la mano, permaneciendo así durante cuarenta minutos. Más tarde, el cardenal registraría en sus memorias: «Finalmente, dejó caer pesadamente su cabeza en la almohada y cerró los ojos. Parecía que quería decirme adiós. […] ¿Dónde vas, oh padre, sin tu hijo? ¿Adónde te marchas, santo sacerdote, sin tu ministro?».9

Le correspondió también al cardenal Merry del Val oficiar los funerales de San Pío X. A partir de entonces, se recogerá en la soledad de la Palazzina, en los trabajos de las Congregaciones Romanas y en su tan querida comunidad del Trastévere.

¡El momento del reencuentro!

Tras el fallecimiento de San Pío X, el cardenal Merry del Val se puso bajo su protección, convirtiéndose en el perfecto estandarte de su presencia e ideal de santidad en la Iglesia.

Pasó diecisiete años a solas en esta tierra. A fin de cuentas, ¿qué otra compañía tendría valor si aquí ya no estaba su padre, su modelo, su hermano, su guía, su par? Llegaba, no obstante, la hora de reencontrarse con él, ya no en el tiempo, sino en la eternidad.

Juntos habían luchado y sufrido por la Iglesia en vida; similar sería la muerte de ambos. Si el cardenal Merry del Val no entendía qué había ocurrido con San Pío X la noche de su fallecimiento, lo mismo podrá suceder con nosotros en relación con aquel día 26 de febrero de 1930…

Después de una jornada habitual de trabajo, el cardenal se sintió indispuesto y los médicos le diagnosticaron apendicitis. La operación, muy simple, será hecha en la propia Palazzina. Con entera calma —narran los relatos que era él el más sereno de todos— es atendido en confesión, recibe la comunión y se dirige al quirófano. Poco después, el médico comunica que el paciente había fallecido…

Rafael Merry del Val partía para estar junto a su Papa, Pío X. En su testamento dejó consignado su más ardiente anhelo en la tierra, sin duda atentado por Dios de acuerdo con sus arcanos: «Deseo ser enterrado con la mayor sencillez. Quisiera me sea concedido que mis restos descansen lo más cerca posible de mi amado padre y Pontífice Pío X, de santa memoria… Sobre mi tumba escriban sólo mi nombre con estas palabras: “Da mihi animas, cœtera tolle”, la aspiración de toda mi vida…».10

 

Notas

1 CHÁVEZ, Alberto José González. Rafael Merry del Val. Madrid: San Pablo, 2004, p. 23.
2 Ídem, p. 28.
3 Ídem, p. 31.
4 Ídem, ibídem.
5 Ídem, p. 42.
6 MERRY DEL VAL, Rafael. São Pio X: um Santo que eu conheci de perto. Porto: Civilização, [s.d.], p. 14.
7 Ídem, p. 20.
8 JAVIERRE, José María. Merry del Val. 2.ª ed. Barcelona: Juan Flores, 1965, p. 140.
9 MERRY DEL VAL, op. cit., pp. 145-146.
10 JAVIERRE, op. cit., p. 581.

 

Artículo anteriorEl Miércoles de Ceniza en sus comienzos
Artículo siguientePerfecto modelo de humildad y sumisión

2 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí