La persecución y las tristezas sufridas desde su más tierna infancia hicieron que su alma fuera fuerte y audaz, pero sin brutalidad, sabia, sin mancha de soberbia, y la dotaron de un corazón cariñoso para con los suyos.
Al contemplar las paredes semiderruidas de la famosa abadía de Whitby, Inglaterra, nos vienen a la memoria las palabras que el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira escribió como epígrafe de su vida: «Cuando aún era muy joven consideré con admiración las ruinas de la cristiandad; a ellas entregué mi corazón, di la espalda a mi futuro e hice de aquel pasado cargado de bendiciones mi porvenir».1
En efecto, la grandeza noble, altanera y silenciosa de ese edificio severamente castigado por el transcurso de los siglos parece que nos susurra en lo hondo de nuestro corazón la presencia de un «pasado cargado de bendiciones». Y entre los ejemplos de virtud que marcaron de manera indeleble el antiguo centro monástico se encuentra la persona de Santa Hilda.
Modelo de mujer fuerte, enérgica, llena de sabiduría profética, consultada como oráculo por los más entendidos y oída por los más poderosos, hizo honor a su nombre, que en distintas lenguas significa «batalla», «la heroína» o «la mujer guerrera».2 Pero fue, al mismo tiempo, madre y guía espiritual en una sociedad en la que la ley de la fuerza imperaba en las costumbres.
Luz ocultada por la sombra de la persecución
Por los relatos de San Beda el Venerable sabemos que Hilda nació en el año 614. Fue hija de Hereric, príncipe de Deira, primitivo reino localizado en el nordeste de la actual Inglaterra, y de su esposa Breguswita.
El noble matrimonio se vio obligado a huir de la ferocidad de Etelfrido, gobernante del vecino reino de Bernicia, que después de usurpar el trono, como solía ocurrir entre aquellos pueblos «amantes del poder obtenido por la violencia»3, procuraba exterminar a los legítimos herederos. En consecuencia, Hereric se refugió en Elmet, pequeño reino situado en el actual condado de Yorkshire.
La misión de las almas providenciales muchas veces empieza en el vientre materno, y es lo que sucedió con nuestra santa. Cierta noche, Breguswita soñó que le arrebataron repentinamente a su marido y, aunque lo buscó con ahínco, no halló ningún rastro de él. Cansada y afligida tras una ansiosa búsqueda, encontró de pronto debajo de su vestido un precioso collar, el cual parecía brillar con tal esplendor que iluminaba todo el país.4
De hecho, poco tiempo después Hereric fue traicioneramente envenenado en la corte de Elmet por agentes de Etelfrido. Así pues, Hilda vino al mundo ya huérfana. Sus primeros años pasarían en la sombra de la persecución, esperando el momento en que su luz pudiera iluminar la tierra.
Infancia en el exilio
La infancia de Hilda transcurrió en el paganismo. En aquellos comienzos del siglo VII la isla que hoy conocemos como Inglaterra estaba colonizada por los anglos, sajones y jutos. Cada uno de estos pueblos seguía sus propias prácticas y creencias religiosas. Sin embargo, había en el sur algunos reinos recientemente cristianizados y la vecina Irlanda era ya una «tierra de santos».
Seguramente la niña habría oído hablar de las devastaciones que Etelfrido perpetraba contra los herederos del trono de Deira, de las penurias y dificultades que su tío abuelo, Edwin, exiliado en el reino de Anglia Oriental, soportaba para huir de un asesinato inminente e incluso la narración de cierto acontecimiento misterioso por medio del cual este pariente suyo habría recibido la promesa de un futuro auspicioso para su familia.
Edwin, pagano como todos los suyos, tuvo conocimiento por medio de una visión de la existencia de un único Dios, a quien debería servir. Se le apareció un varón cubierto de llagas y coronado de espinas, pero luminoso, que le prometía librarlo de las angustias que sufría, combatiendo a sus enemigos; le garantizaba la corona que por derecho y justicia le pertenecía en esta tierra y otra corona, imperecedera, después de la muerte.
De hecho, Etelfrido fue derrotado y asesinado contra todo pronóstico por el rey de Anglia Oriental, el cual puso a Edwin en el gobierno de Northumbria, reino formado por la unión entre Deira y Bernicia. Todos sus familiares, entre ellos la pequeña Hilda, pudieron entonces regresar del destierro.
Fuerte sin brutalidad, sabia sin soberbia
Un tiempo después, Edwin contrajo matrimonio con Santa Etelburga, princesa de Kent. Ella fue el elemento elegido por Dios para hacer que la luz de la fe brillara en aquellas tierras. La futura reina llevó consigo a San Paulino, enviado de Roma en las llamadas misiones gregorianas, y este fue evangelizando poco a poco al rey Edwin y a la nobleza northumbriana. En la Pascua del año 627 el monarca recibía, junto con toda la corte, el sacramento del Bautismo.
Tras seis años de floreciente reinado, Edwin recibió la corona de gloria imperecedera que le había sido prometida: dos gobernadores paganos de otros reinos de Gran Bretaña, Cadwallon de Venedocia y Penda de Mercia, invadieron Northumbria y asesinaron al rey en el campo de batalla, destruyendo la paz que Cristo había hecho triunfar en la región.
Una vez más, huyendo de la muerte, Hilda se refugió en la corte de Kent, acompañando a Santa Etelburga. Durante ese período los horrores de la guerra, la persecución y las tristezas del exilio fueron los instrumentos utilizados por Dios para modelar su alma, haciéndola fuerte y audaz, pero sin brutalidad, sabia, sin mancha de soberbia, y dotándola de un corazón tan cariñoso que «todos los que la conocían solían llamarle madre, como muestra de su piedad y gracia»5.
San Aidano se instala en Northumbria
Mientras tanto, Dios trabajaba de modo invisible los acontecimientos a fin de preparar para sí un reino de ángeles en la tierra de los anglos, tal como el gran San Gregorio había vislumbrado: «Non angli, sed angeli si cristiani», habría afirmado al contemplar a miembros de ese pueblo en Roma por primera vez.
Al tomar conocimiento de la muerte de Edwin y de que la corona northumbriana había sido usurpada por Cadwallon, Oswaldo, hijo del rey Etelfrido, organizó un pequeño ejército y, confiando en la ayuda de Dios, marchó contra los invasores y los derrotó. Al asumir el trono como rey legítimo, hizo que regresaran a Northumbria los nobles exiliados. Hilda era ya una joven de 21 años.
Años antes, cuando Oswaldo huyó a Escocia con su madre y sus hermanos, la familia entera se había convertido a la fe católica y la educación de los niños fue confiada a los benedictinos del monasterio de Iona, fundado por San Columba. Al haberse vuelto un fervoroso católico, lo primero que hizo el nuevo monarca fue pedir el auxilio de los monjes de esa abadía para evangelizar el reino, pues el pueblo había abandonado el cristianismo durante el dominio pagano.
Así fue cómo el monje irlandés San Aidano y algunos compañeros de la famosa abadía escocesa llegaron a Northumbria y fundaron un monasterio en la isla de Lindisfarne, que sería el foco de evangelización de todo el norte de Inglaterra. El propio rey les servía de intérprete, ya que ese santo benedictino conocía poco el inglés, y juntos recorrieron las vastedades del reino predicando, bautizando y denunciando los vicios que imperaban en la sociedad.
San Aidano «nunca enseñó nada que él mismo no practicara».6 Con su ejemplo movió a la santidad a numerosas almas, entre ellas la de Hilda, que enseguida se sintió atraída por la fuerza de su personalidad.
Nueva abadesa de Hartlepool
Al convivir de cerca con el santo varón y admirar su virtud, comprobada en todos los ambientes, «Hilda decidió servir sólo a Dios en la vida religiosa»7. Sin embargo, no había ningún monasterio en el reino donde ella pudiera ingresar y por eso pensó en imitar a su hermana, que vivía en el convento de Chelles, Francia.
La tradición cuenta que estuvo un año preparándose para el paso que daría; no obstante, San Aidano le envió un mensaje en el que le indicaba que su vocación no se cumpliría en la felix Francia, sino en la turbulenta Northembria… Sin dudarlo un instante, Hilda renunció al propósito cultivado a lo largo de meses y se puso a disposición de su director. Contaba 33 años en esa época.
Reza el viejo adagio que «nadie se hace grande de repente» y en lo que respecta al plano espiritual esta verdad se verifica de modo eminente: el inicio de la vida religiosa de Hilda fue tan modesto que ni siquiera el nombre de su primer monasterio pasó a la Historia. Solamente se sabe que San Aidano le proveyó un terreno donde, en una pequeña construcción, abrazó la disciplina religiosa junto con algunas compañeras.
Poco a poco, cautivadas por la perseverancia y por el ejemplo de amor a Dios que emanaba del monasterio, otras muchas jóvenes decidieron seguir el camino de perfección principiado por Santa Hilda. Tiempo después San Aidano trasladó a las religiosas a un monasterio en Hartlepool, cuya abadesa era Santa Bega.
De origen igualmente principesco, esta santa irlandesa se hizo gran amiga de Hilda, la cual aprendió mucho con ella sobre la vida consagrada. No obstante, enseguida quedó claro que la vocación de Santa Bega era de índole más contemplativa y austera. Por eso se marchó a una ermita y dejó a Hilda como abadesa del monasterio.
Whitby, fruto de una promesa
Mientras Hilda progresaba ejerciendo con sabiduría el cargo de abadesa, Northumbria era atormentada una vez más por la guerra, ahora, tristemente, entre católicos.
Con la muerte de Oswaldo el reino se dividió de nuevo, quedando su hermano Osvio a cargo de Bernia —donde se encontraba el monasterio de Hilda—, mientras que Osvino, primo de Edwin, se convertía en rey de Deira, donde San Aidano desarrollaba una floreciente misión apostólica.
Ahora bien, a propósito de un desentendimiento entre los dos soberanos, Osvio envió emisarios para matar secretamente a Osvino. La noticia de que un rey bautizado fuera el autor de tal crimen resultó demasiado cruel para San Aidano, que vino a fallecer once días después que el monarca. Hilda perdió así a su guía y consejero. Sin embargo, supo ofrecer con resignación este sacrificio que la Providencia le pedía. Del holocausto de su amor filial surgiría el legado más valioso de su obra.
El rey Osvio, al verse amenazado por el feroz pagano Penda, le ofreció a Dios doce terrenos para la fundación de monasterios en reparación por su pecado y le prometió consagrarle la vida de su pequeña hija, Eanfleda. Y salió victorioso contra un ejército treinta veces superior al suyo.
Fruto de esa promesa fue la abadía de Whitby, de la cual santa Hilda había sido elegida abadesa y en la cual pasó a vivir la pequeña princesa, tan sólo con un año de edad.
Whitby pronto se convirtió en el centro de la cristiandad en Gran Bretaña. La comunidad se componía de monjes y monjas, con dependencias separadas para los dormitorios y un único punto común, la iglesia.
También había una completa separación entre el noviciado y la abadía. Mantener la vida comunitaria entre personas dotadas de carácter tan independiente y bélico requería una previa purificación de las mentalidades y costumbres de los futuros monjes. Santa Hilda lo consiguió de tal forma que «los que salieron de su monasterio para servir a las almas eran personas excepcionalmente equilibradas»8.
Una renuncia amorosa y obediente
En el 664, una discrepancia con relación a la fiesta de la Pascua, celebrada en fechas diferentes por los cristianos adeptos de las tradiciones celtas y los que seguían las costumbres de Roma, llevó al rey Osvio a convocar un sínodo en la abadía de Whitby.
Las tradiciones cristianas celtas, fruto del apostolado fecundo de San Patricio y San Columba, fueron llevadas a Northumbria por los monjes de Iona. Los partidarios de esas tradiciones afirmaban que la Pascua era celebrada por ellos en la misma fecha en que, según creían, el propio San Juan Evangelista lo había hecho. Pero otros reputaban indispensable adoptar el calendario de la Iglesia de Roma, ya que solamente allí se encontraba el poder de las llaves.
Tal argumento en favor de la prerrogativa del poder papal era irrefutable y ninguno de los presentes se oponía a la autoridad del Sumo Pontífice. Así, al final del sínodo, el rey Osvio tomó la decisión de adoptar las costumbres romanas y esto implicaba también cambios en la estructura eclesiástica de Northumbria.
Aun amando hasta el fondo de su alma las costumbres celtas, Santa Hilda no se opuso a las nuevas determinaciones y las acató con verdadera humildad y obediencia. No obstante, le causó mucho sufrimiento que los monjes de Iona, descontentos con el resultado del sínodo, regresaran a Escocia.
Magnánima hasta en la hora de la muerte
Antes de que Santa Hilda finalizara su larga caminata terrenal, quiso Dios enviarle una última purificación por la cual «su virtud se perfeccionaría en la debilidad»9. A lo largo de seis años, padeció una enfermedad que le produjo fiebres horribles. Con todo, no se dejó abatir siquiera un momento por las penas que sufría e incluso en su lecho de dolor administró y dirigió los asuntos de la abadía y del recién fundado monasterio de Hackness con toda diligencia.
Finalmente, la noche del 17 de noviembre del 680, tras haber recibido el viático, Santa Hilda marchó hacia la eternidad en la alegría del deber cumplido. Su muerte sólo fue presenciada por algunos, pero conocida místicamente en las dependencias del noviciado, donde una religiosa que la amaba profundamente oyó las campanas en mitad de la noche y vio a su madre espiritual entrar en el Cielo. También Santa Bega tuvo una visión de su noble amiga en la que era llevada en gloria por los ángeles hacia el Paraíso.10
La piedad y la tradición locales recuerdan diversos milagros obrados por la intercesión de Santa Hilda. Entre los más conocidos está la petrificación de venenosas víboras que habían infestado las proximidades de la abadía durante su fundación.
Cien años después de su muerte, bárbaros daneses invadieron Northumbria y destruyeron la antigua abadía. Y, tras dos siglos de silencio, los cánticos volvieron a resonar nuevamente en el lugar, en la nueva abadía benedictina allí levantada en honor de San Pedro.
La abadía de Whitby fue uno de los primeros centros monásticos clausurados por orden de Enrique VIII, en 1540. El tiempo la convirtió en un edificio en ruinas. Durante la Primera Guerra Mundial sufrió un bombardeo del ejército alemán y hoy solamente quedan en pie algunas paredes. Sin embargo, el nombre de Hilda, guerrera y madre de la cristiandad anglosajona, consta como tal en el Libro de la Vida del Cordero y con Él brillará por toda la eternidad. ◊
Notas
1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Meio século de epopeia anticomunista. São Paulo: Vera Cruz, 1980.
2 Cf. BROWN, H. E. For God Alone. Phoenix: Leonine, 2016, p. 2.
3 SIMPSON, Ray. Hilda of Whitby. A spirituality for now. Abingdon: The Bible Reading Fellowship, 2014, p. 9.
4 Cf. SAN BEDA EL VENERABLE. The Ecclesiastical History of the English Nation. L. IV, c. 23. Oxford-London: James Parker and Co., 1870, pp. 345-346.
5 Ídem, p. 345.
6 BENEDICTINES. Virgin Saints of the Benedictine Order. London: Catholic Truth Society, 1903, p. 7.
7 BROWN, op. cit., p. 3.
8 ELLISON, Clare. Saint Hilda of Whitby. Farnworth: The Catholic Printing Company, 1964, p. 9.
9 SAN BEDA EL VENERABLE, op. cit., p. 346.
10 Cf. Ídem, pp. 347-348.