Santa Catalina de Alejandría – Virgen sabia y aguerrida

Despreciando los títulos temporales en favor de los eternos, Santa Catalina se enfrentó a los enemigos de la fe, resistió en las disputas, sufrió la prisión, conservó su virginidad y se mantuvo firme en sus convicciones.

«La preferí a cetros y tronos y a su lado en nada tuve la riqueza. No la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro ante ella es un poco de arena y junto a ella la plata es como el barro. La quise más que a la salud y la belleza» (Sab 7, 8-10).

Muchas mujeres se caracterizan por su tendencia a la vanidad, a la superficialidad, a la codicia y al deseo de influir. No son tantas las que buscan destacar por su conocimiento, por la penetración de los misterios, por la adquisición de una inteligencia singular…

Conozco la historia de una, privilegiada por su incomparable hermosura y poseedora de gran influencia gracias a su noble origen y a las riquezas de las que disfrutaba. Sin embargo, no prestaba atención a eso; su verdadero anhelo consistía en comprender las ciencias. Y le era fácil conseguir lo que ambicionaba: además de estar dotada de una rara capacidad intelectual, había nacido y vivía en una ciudad ilustre por su cultura, sede de filósofos inmortales.

El Rey de reyes desposa a una princesa en Egipto

Instruida en las ciencias de su tiempo, discernía lo vacío de todas ellas, y percibía la falta de una «piedra angular» que les diera su razón de ser

Natural de Alejandría (Egipto), Catalina era hija de un rey pagano, Costos de Chipre.1 Su belleza, porte majestuoso y erudición la hacían conocida por todos. Desde su infancia se dedicó con ahínco a los estudios y fue «muy instruida en todas las disciplinas de la retórica y la filosofía, la geometría y otras ciencias».2 Pero nada de esto la satisfacía. Su espíritu penetrante discernía la vacuidad de tales conocimientos y percibía que faltaba una «piedra angular» que les diera su razón de ser.

Un día tuvo una visión: una mujer llevaba en brazos a un niño encantador y le pedía que aceptara a Catalina entre sus siervos. No obstante, el infante se negaba. A pesar de la fuerte impresión que le causó, Catalina no lograba comprender el significado más profundo de la escena.

Continuó sus estudios hasta que supo de la doctrina de los discípulos de Jesucristo, que cautiva por completo su corazón. Todo le encanta y, con cada nuevo descubrimiento, más aumenta su sed de aprender, siempre acompañada de una celestial satisfacción. «Catalina es cristiana de corazón antes de recibir el bautismo».3

La visión que había tenido cobra entonces sentido, y entiende que de nada valían toda riqueza y ciencia del mundo si no gozara del beneplácito del divino Niño. Al cabo de un tiempo, la aparición se repite; pero esta vez Jesús infante lleva una alianza en sus manos y, con gran afecto, desposa a la joven ante la corte del Paraíso.

Gran polemista, mujer invencible

Santa Catalina discutiendo con los filósofos – Museo Nacional de Baviera, Múnich (Alemania)

A principios del siglo iv, tras la abdicación de Diocleciano y Maximiano, Maximino Daya, originario de Daza, pasó a ser el gobernador de Siria y Egipto como césar. Su crueldad no era menor que la de sus predecesores: derramar sangre y profanar doncellas era su lema.4

Al asumir el gobierno, emitió un decreto ordenando a todos los habitantes de Alejandría que ofrecieran sacrificios a los dioses, bajo pena de un castigo severo e inexorable. Obsesionado con la idea de ver a sus súbditos adorar ídolos y a todas las vírgenes y nobles matronas rendirse a sus torpes pretensiones, Maximino se sirvió de los tormentos más crueles: unos eran arrojados en hornos, otros echados a las fieras o precipitados al mar, muchos terminaron en el calabozo después de ser violentamente mutilados en refinadas máquinas de suplicio.5 La atmósfera en la capital se oscurecía cada vez más con el humo de tales holocaustos y nadie se atrevía a frenar los deseos bestiales de aquel tirano. Nadie, excepto Catalina.

Impulsada por el fuego de su amor, asistía, animaba y fortalecía a sus hermanos en la fe. Considerando que tales obras aún eran insuficientes, no tardó en presentarse en el palacio del gobernador para defender la religión vilipendiada.

Al ser informado de que una virgen aristócrata deseaba hablar con él, Maximino supuso que se trataba de una doncella más que caería en sus garras. Al verla, fascinado por su hermosura y nobleza, le preguntó:

—¿Quién eres tú?

—Mi origen es bien conocido en Alejandría. Me llamo Catalina, y mis padres provienen del más ilustre linaje. Dedico todo mi tiempo al conocimiento de la verdad y, cuanto más estudio, más me convenzo de la fragilidad de los ídolos que adoráis. Soy cristiana y lo hago todo para ser esposa de Jesucristo. Mi único deseo es que lo conozcáis, y todo vuestro imperio con vos. Lo que profesáis no es más que superstición.

Profundamente herido en su orgullo e incapaz de conjeturar una respuesta, el gobernador ordenó reunir a cincuenta filósofos de renombre para discutir con ella.

Podemos imaginar que esa fue una ocasión en la que la debilidad humana se hizo sentir… Pero también fue el gran momento en el que la combatiente elevó una súplica confiada a aquel por quien luchaba. Por eso, se cuenta que un ángel se le apareció y le dijo: «No temas. Convencerás a los cincuenta filósofos y a un gran número de los que asistirán a la discusión. Les harás conocer a Nuestro Señor Jesucristo y conquistarás la palma del martirio».6

Más que en su propia erudición, se apoyaba en la promesa del Salvador: «en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir»

Fortalecida por el mensajero celestial, Catalina se presentó ante los renombrados eruditos y el gobernador, que allí estaba azuzado por la curiosidad. Tomando asiento entre ellos, refutó uno por uno todos sus argumentos sutiles y falaces. Más que en su propia erudición, se apoyaba en la promesa del Salvador: «Os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10, 18-20).

Maximino, inicialmente, se quedó paralizado por la estupefacción. Luego les ordenó a los sabios que expusieran una argumentación más contundente, pero se vieron vencidos por Catalina y acabaron reconociendo la existencia de un único Dios verdadero, diciendo: «Firmaremos esta verdad con nuestra propia sangre, si es necesario».7 Y terminaron siendo arrojados al fuego y conquistando, por el martirio, el Reino de los Cielos.

La debilidad se alía con la confianza

Pero la epopeya de la princesa no había concluido. Las actas de los mártires narran que fue echada a un calabozo.8

Su resistencia, serenidad y ardor eran más elocuentes que cualquier palabra que saliera de sus labios. En este último período de su vida, todavía atrajo a muchas personas al seno de la Iglesia, entre ellas a la emperatriz y a Porfirio, jefe de una legión, con doscientos soldados.

Enfurecido al no conseguir que la noble renegara de su creencia en el verdadero Dios, Maximino, una vez más, se ve derrotado por un milagro

Enfurecido después de haber intentado por todos los medios persuadir a aquella noble a apostatar de su creencia en el verdadero Dios y comprobar su inflexible convicción, Maximino la condenó al suplicio en una máquina compuesta de cuatro ruedas con dientes de hierro, diseñada para despedazar a la víctima.

Al escuchar la sentencia, podemos conjeturar que, una vez más, el Señor permitió que su sierva sintiera temor. Es verosímil imaginar a Catalina de rodillas, implorando fuerzas en esa situación. Sin duda, su mayor recelo era que, ante la tortura, muchos cristianos se acobardaran y vacilaran.

«Martirio de Santa Catalina de Alejandría», de Neri di Bicci – Museo de Arte de Cataluña, Barcelona (España)

Ha llegado el momento. Atada al cruel instrumento, con la mirada probablemente fija en el Cielo, el sayón se acerca para iniciar la ejecución. Sin embargo —¡oh, milagro!—, un ángel acude y destroza la máquina, cuyos fragmentos hieren mortalmente a los propios verdugos.

El instinto bestial de Maximino ya no podía tolerar la existencia de aquella virgen que tanto lo había humillado. En un arrebato de ira y furor, ordena que la decapiten sin demora.

La heroína camina con gran serenidad hacia el lugar indicado para su muerte. Momentos después fue ejecutada y su alma voló al encuentro del Esposo, que la esperaba con los brazos abiertos.

Un cuerpo casto protegido por los ángeles

Cuentan las crónicas que de su cuello, en vez de verter sangre, brotó leche, lo que muchos interpretan como signo de su virginidad fecunda, es decir, la maternidad espiritual que Santa Catalina ejerce sobre un gran número de almas.

Los ángeles cogieron su cuerpo y lo enterraron en el monte Sinaí. Aquel casto cuerpo no lo tocarían manos manchadas de pecado

La tradición aún conserva el hecho de que los ángeles recogieron su cuerpo, lo trasladaron al monte Sinaí y allí lo enterraron. En efecto, ese cuerpo casto no debía ser tocado por manos manchadas por el pecado. Sólo lo portarían los espíritus celestiales, con quienes, por la virtud de la pureza, Santa Catalina poseía entera consonancia.

Aunque estos dos episodios no estén históricamente comprobados, nuestra devoción puede aceptarlos de corazón. Cierto es que, para autentificar la fidelidad de su sierva, si Dios no obró estas maravillas, realizó otras aún mayores, pues siempre supera cualquier imaginación humana.

En el siglo xi las reliquias de su cuerpo fueron trasladadas a Ruan (Francia) y hasta hoy exhalan una dulce fragancia.

¿Por qué la princesa de Alejandría se habría «dirigido» a la nación hija primogénita de la Iglesia? Quizá porque, al llegar a la eternidad, su misión no había hecho más que empezar…

«Decapitación de Santa Catalina de Alejandría», de Lorenzo Monaco – Gemäldegalerie, Berlín

La misión celestial de Santa Catalina

Despreciando los títulos temporales en favor de los eternos, Santa Catalina se enfrentó a los enemigos de la fe, resistió en las disputas, sufrió la prisión, conservó su virginidad y se mantuvo firme en sus convicciones. El Señor quiso concederle recompensas por la victoria alcanzada, y una de ellas fue constituirla auxiliadora de almas vírgenes y heroicas que enfrentarían situaciones similares.

Cabe recordar, al menos de paso, su actuación junto a Santa Juana de Arco. Acompañando al arcángel San Miguel y a Santa Margarita, la mártir de Alejandría se le aparecía e instruía a la doncella de Domremy en el cumplimiento de su altísima misión de salvar a Francia. Fue Santa Catalina quien mostró a la heroína francesa la espada escondida que debía usar en el campo de batalla. También fue ella la que le reveló cómo sería herida y capturada por los ingleses; y en varias ocasiones la animó en las pruebas, especialmente cuando Juana se lanzó desde la torre en la que estaba prisionera.

Santa Juana de Arco guardaba un anillo como recuerdo de su padre. Su gloriosa protectora lo besó y, a partir de entonces, la Pucelle lo conservó como reliquia muy preciada. Este mismo anillo aún hoy se venera en Francia.

¿Qué más hará?

El nombre ya lo dice: eternidad es eternidad. Así, por más que Santa Catalina de Alejandría lleve siglos en el Cielo, su historia y su misión no han hecho más que empezar…

Si tan extraordinarias son las obras que ya ha realizado en favor de sus devotos y de la gran salvadora de Francia, ¿qué más le tiene reservado Dios de aquí en adelante?

Sus gracias no se han agotado, su poder de intercesión no ha menguado. No dudemos en invocarla en la dificultades, sobre todo si estamos defendiendo el bien y la verdad, la virtud y el nombre de Dios y de su Iglesia. No hay duda de que Santa Catalina de Alejandría vendrá en nuestra ayuda con el brillo y la pujanza que siempre la han caracterizado. ◊

 

Notas


1 Cf. Pereira, Ney Brasil. Santa Catarina de Alexandria. 2.ª ed. Florianópolis: [s.n.], 2015, p. 20.

2 Simeón Metafrasta. Martyrium Sanctæ Catharinæ, n.º 5: PG 116, 279-282.

3 González Villanueva, Joaquín. «Santa Catalina de Alejandría». In: Echeverría, Lamberto de; Llorca, SJ, Bernardino; Repetto Betes, José Luis (Org.). Año Cristiano. Madrid: BAC, 2006, t. xi, p. 606.

4 Cf. Idem, p. 608.

5 Cf. Idem, pp. 608-609.

6 Rohrbacher. Vida dos Santos. São Paulo: Américas, 1961, t. xx, p. 241.

7 Idem, p. 242.

8 Cf. González Villanueva, op. cit., p. 610.

 

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