San Francisco de Sales – Amar a Dios sin medida

San Francisco de Sales recondujo a la Iglesia a setenta y dos mil calvinistas, sin contar la innumerable multitud de católicos a los que hizo renacer a la vida de la gracia y a los que llevó a la cima de la vida interior. ¿Cómo logró semejante triunfo?

Cuando el joven sacerdote de 26 años se dirigía a la provincia de Chablais —región actualmente dividida entre Francia y Suiza—, tal vez el más optimista de los hombres no habría podido prever lo que resultaría de la actividad de aquel varón.

Más de sesenta años de inflexive dominio calvinista había desterrado prácticamente de allí a la verdadera religión, y los pocos católicos que quedaban casi no se atrevían a practicarla en público. Por lo tanto, el P. Francisco de Sales se disponía a emprender una misión no sólo peligrosa sino también aparentemente imposible para el ser humano. Pero no para Dios. Treinta años después, cuando falleció, habría convertido al seno de la Iglesia a setenta y dos mil herejes y dejado un legado espiritual que hasta el día de hoy alimenta a las almas.

Nacimiento y primeros estudios

El 21 de agosto de 1567 vio la luz un niño en el castillo de Sales, en Saboya (Francia). Su madre, una dama muy piadosa, cuando todavía lo tenía en su vientre, le imploraba a Dios que lo preservara de toda la corrupción del siglo, pues preferiría verse privada de la alegría de ser madre antes que tener un hijo que se convirtiera en enemigo del Señor por el pecado. Estas súplicas, como lo demostraría el futuro, fueron muy bien aceptadas por el Todopoderoso y sus resultados ciertamente superaron las esperanzas maternas. El infante fue bautizado al día siguiente de su nacimiento y recibió el nombre de Francisco Buenaventura.

Sus padres, Francisco, conde de Sales, y Francisca de Sionas, ambos de ilustre estirpe, se esmeraron en su educación. La condesa lo llevaba a menudo a la iglesia y lo animaba a orar, a lo que supo responder con grandeza de alma. Así pues, la admiración del niño por las cosas sagradas y por las hazañas heroicas de los santos crecía cada día.

Contrataron a maestros para instruirlo en las ciencias y letras humanas, y el joven demostró poseer un espíritu de penetración y profundidad impresionantes. Su padre, que ya ambicionaba una prometedora carrera para él, decidió enviarlo al colegio de la ciudad vecina de La Roche cuando aún no tenía 6 años.

Transcurridos dos años, fue trasladado a la escuela de Annecy. Por esta época recibió la Primera Comunión y la Confirmación. Su deseo de consagrarse enteramente al servicio divino aumentaba a medida que crecía en devoción y madurez, pero su padre insistió en hacer oídos sordos a sus santas intenciones. Unos años más tarde, decidió que su hijo estudiaría en París.

Angustiosa prueba disipada por la Santísima Virgen

Los años vividos ​​en la Ciudad de la Luz fueron determinantes para su vocación. Allí cursó Retórica, Filosofía y Teología, así como Hebreo y Griego. Además, para complacer a su padre, aprendió a montar a caballo, a manejar las armas y a bailar, conocimientos imprescindibles en esa época para un hombre de su clase. Sin embargo, Francisco no sentía un gran entusiasmo por estos entretenimientos, encontrando más satisfacción en las lecturas espirituales y en las santas meditaciones.

Durante este período también llegó el momento elegido por Dios para poner a prueba a su amado hijo. «Hacia los 18 años le asaltó una angustiosa tentación de desesperación. El amor de Dios había sido siempre lo más importante para él, y tenía la impresión de haber perdido la gracia divina y estaba destinado a odiar eternamente a Dios junto con los condenados. Esa obsesión le perseguía día y noche, y su salud empezó a resentirse».1

Un día, cuando se encontraba delante de una imagen de la Virgen en la iglesia de San Esteban de Grés, se sintió especialmente reconfortado. Con los ojos fijos en Nuestra Señora, le imploró al menos la gracia de amar con todas sus fuerzas a ese Dios que estaba destinado a odiar para siempre en el infierno. Tan pronto como terminó su oración, sintió una indescriptible consolación que disipó las tinieblas que cubrían su espíritu.

Años más tarde, el joven terminó sus estudios en París y, por deseo de su padre, se marchó a Padua para estudiar Derecho. Obtenido el título correspondiente, pudo regresar a casa. El conde de Sales le había conseguido una atractiva pretendiente, pero ésta enseguida se dio cuenta de que él no estaba dispuesto a cumplir los anhelos paternos. También le ofrecieron un prestigioso cargo en el Senado de Chambéry, pero lo rechazó. Tenía por entonces 24 años y, hasta ese momento, solamente le había revelado a su madre y al canónigo de la catedral de Ginebra, su primo Luis de Sales, su intención de consagrarse enteramente a Dios.

«Hay que derribar los muros de Ginebra»

Naturalmente, su rechazo al matrimonio y al cargo en el Senado disgustó a su padre, pero no sospechaba que su hijo anhelaba el sacerdocio. En esos días había quedado vacante un destacado puesto en la diócesis de Ginebra y Luis de Sales pensó conseguírselo a su primo, lo que concurriría a satisfacer las pretensiones paternas. Sin consultar a ningún miembro de la familia, se dirigió al Papa, explicándole el asunto y recomendando encarecidamente a Francisco para el puesto, a lo que el pontífice accedió.

El conde de Sales quedó asombrado con la dignidad a la que el Vicario de Cristo elevaba a su hijo, aunque sólo a costa de mucha paciencia y persistentes argumentos se dejó convencer.

Con sus sermones atrayentes y su inalterable bondad, a pesar de su temperamento colérico, convirtió a muchos corazones empedernidos
Predicación de San Francisco de Sales – Iglesia dedicada a él en París

Finalmente, el 18 de diciembre de 1593, Francisco fue ordenado sacerdote. En su primer discurso dejó establecida la meta que se proponía: reconquistar para la Santa Iglesia la región de Ginebra, desde hacía años bajo la influencia calvinista. «Hay que derribar los muros de Ginebra con ardientes oraciones, y llevar a cabo el asalto mediante la caridad fraterna. Adelante pues, ¡y ánimo, mis buenos hermanos! Todo cede a la caridad. El amor es fuerte como la muerte, y para quien ama nada es difícil»,2 proclamó en esa ocasión.

El joven sacerdote ejercía su ministerio con incansable celo. Celebraba la misa con ejemplar devoción, sus sermones atraían a gente de toda la región y su inalterable bondad, a pesar de su temperamento colérico, empezaba ya a convertir los corazones más empedernidos. Finalmente, la Providencia encontraba en él lo necesario para asignarle una ardua y gloriosa misión, a la que el P. Francisco de Sales se dedicaría con un ardor similar al que animó a los primeros apóstoles.

Rumbo a Chablais

Los primeros predicadores calvinistas llegaron a Ginebra en 1532. Unos años después, fue prohibida la misa, expulsado el obispo y adoptada oficialmente la Reforma. La ciudad se convirtió en el centro impulsor del calvinismo, siendo llamada «la Roma protestante».

Poco a poco, las acciones de los herejes, junto con las de los ejércitos protestantes, produjeron una profunda conmoción en la provincia fronteriza de Chablais, perteneciente al ducado de Saboya, llevando a muchos a la apostasía. En tiempos de Francisco de Sales, entre las treinta mil almas que allí vivían, no había ni cien católicos.

En 1594 el duque de Saboya, Carlos Emanuel, decidió restablecer allí la verdadera religión y pidió a Mons. Claudio de Granier, obispo de Ginebra residente en Annecy, que enviara misioneros para tal empresa.

El prelado dirigió un elocuente discurso a su clero, pero el miedo a la muerte y el recelo a las dificultades amedrantaron a todos. Sólo uno se ofreció voluntario para la tarea, el P. Francisco de Sales, al que se unió su primo Luis de Sales. Arrodillándose ante el obispo, dijo: «Si creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para ella».3

Los dos emprendieron viaje el 14 de septiembre de 1594, fiesta de la Santa Cruz. Al llegar a la frontera de Chablais, Francisco se arrodilló y, entre lágrimas, le suplicó a Dios que bendijera su trabajo.

Inicio del apostolado en Thonon

Ambos decidieron comenzar su apostolado en la capital Thonon, donde tan sólo quedaban veinte católicos, recelosos de profesar públicamente su fe por miedo a los herejes. Los sacerdotes los animaron a permanecer fieles a la religión católica y a no temer la persecución.

Los magistrados locales, a pesar de las cartas de recomendación del gobernador para que recibieran a los misioneros, se negaron a escucharlos y los trataron con la hosquedad característica de Calvino. Además, buscaban una manera de sublevar la población contra los dos.

Pese a ello, Francisco de Sales no se desalentó. Al haber sido rechazadas sus invitaciones a debates públicos, decidió realizar visitas privadas a los habitantes de la ciudad. Poco a poco, la cortesía y la bondad con la que trataba a los herejes empezaron a dar frutos. Atraídos por su buen ejemplo, tan distinto del de los ministros hugonotes, hinchados de orgullo y rencor, muchos se enmendaron.

Un converso ofreció su residencia como lugar de reunión. Francisco charlaba allí sobre la religión católica y las conversiones aumentaban cada día. Los ministros hugonotes, alarmados, decidieron matar al bienhechor del misionero. Le encargaron el crimen a un familiar suyo, quien un día lo llevó a pasear por un sitio apartado de la ciudad. Pero su intención fue descubierta por la víctima, que le dijo: «Amigo mío, sé qué plan tienes: vienes aquí a asesinarme. Sin embargo, no tengáis miedo, porque si vuestra religión os lleva a matar a amigos y parientes, la mía me obliga, a ejemplo de Jesucristo, a perdonar a los enemigos más crueles».4 Confundido ante tanta bondad, el frustrado homicida pidió una entrevista privada con el P. Francisco y se convirtió en un fervoroso católico.

Crecen las conversiones

Las frecuentes conversiones no hacían más que aumentar el odio de los herejes, que intentaron dos veces acabar con la vida del santo misionero. La Providencia, no obstante, lo salvó de ambas. Temiendo perderlo, su padre instó al obispo de Ginebra a enviarlo de vuelta a Annecy, pero Francisco no aceptó y siguió predicando.

En uno de sus sermones convirtió a más de seiscientas personas. Aprovechándose de esto, convocó a los ministros hugonotes a una conferencia pública, cuya invitación sólo fue aceptada por uno de ellos. No pudo resistir la argumentación del sacerdote católico y acabó abjurando públicamente de sus errores. Por este «crimen», sus antiguos compañeros de secta lo mataron.

No solamente con la fuerza de las palabras el P. Francisco de Sales movía los corazones, sino también con milagros. Había una joven en Thonon que, a pesar de escuchar con agrado sus sermones y reconocer que sus argumentos eran irrefutables, afirmaba que no abandonaría la herejía de Calvino. Dios, sin embargo, había dispuesto los acontecimientos de otra manera.

Sus esfuerzos convirtieron a miles de personas al catolicismo en una región que estaba bajo el yugo de la herejía
San Francisco de Sales apadrinando a un niño – Iglesia dedicada a él en Seyssel (Francia)

El hijo que le había nacido recientemente murió sin el Bautismo por su culpa, pues había decidido retrasar el acto basándose en su errónea creencia. Con el alma inmersa en la angustia y la aflicción por haberle privado de esta gracia, corrió a los pies del P. Francisco y le suplicó: «Mi querido padre, devolvedme a mi hijo, al menos el tiempo suficiente para que reciba el Bautismo, y me haré católica».5

Conmovido por las lágrimas de aquella madre, se arrodilló y le pidió a Dios que tuviera misericordia. Al regresar a su casa, se encontró al niño vivo y lo llevó inmediatamente a la iglesia para que fuera bautizado. El prodigio trajo a la fe católica a toda su familia y a numerosos calvinistas de la ciudad, quienes pudieron comprobar la veracidad de lo sucedido.

Patrón de los periodistas

A pesar de sus logros, muchos todavía se negaban a escucharlo. Para superar esta dificultad decidió escribir en hojas sueltas, copiadas luego por sus fieles, los puntos de la fe católica que abordaría en el sermón del domingo siguiente. Estos folletos se distribuían de casa en casa. Una iniciativa polémica y osada, sin duda, pero que hacía posible dar a conocer la verdad a quienes no querían oírlo.

A partir de esas páginas, escritas en un auténtico régimen de guerra, fue cuando se publicó la obra Controversias. Su redacción y argumentos revelan el talento del autor apologeta, al exponer intrincados puntos de la doctrina de una manera clara y accesible. Por ello, el papa Pío XI lo proclamó en 1923 patrón de los periodistas y escritores católicos.

Todos sus esfuerzos dieron abundantes frutos. El ardoroso pastor convirtió a la religión verdadera a setenta y dos mil herejes. Unos años después de iniciada la misión, Mons. Granier fue a visitar la región y quedó impresionado por el fervor que constató allí. El P. Francisco de Sales había logrado restaurar la fe en un territorio que había estado más de sesenta años bajo el dominio de la herejía.

La cruz del episcopado

En vista de tales éxitos y del aura de santidad que rodeaba al nuevo apóstol, Mons. Granier propuso su nombre como obispo coadjutor de Ginebra al Papa Clemente VIII. Al principio, Francisco se mostró reacio a aceptar, pero, entendiendo que esa era la voluntad de Dios, asintió.

El día señalado se presentó en Roma para un examen previo a la consagración episcopal, en el que participaron eminentes teólogos como San Roberto Belarmino y el cardenal César Baronio. El sumo pontífice quedó asombrado con la sabiduría y la modestia del candidato.

De este modo, en 1602 fue finalmente ordenado obispo. En otoño del mismo año, tras el fallecimiento de Mons. Granier, asumió el gobierno de la diócesis. Mons. Francisco de Sales fijó su residencia en Annecy, desde donde, movido por un sobrenatural celo pastoral, custodiaba el rebaño que le había sido confiado.

Don para guiar a las almas

Se dice que, tras su muerte, encontraron la mesa de su escritorio bastante rayada por la parte de abajo, lo que permite suponer que, para controlarse en las discusiones con los calvinistas, este santo varón clavaba sus uñas en la madera del mueble. La bondad y la paciencia que atrajeron a tantos al seno de la Iglesia, y que parecían oriundas de su pura naturaleza, eran en verdad frutos de una virtud heroica que dominaba por completo las reacciones de su temperamento colérico.

La Orden de la Visitación bien demuestra el interior de este varón que supo darse para guiar a las almas hacia la santidad
San Francisco de Sales entrega la regla de la orden a Santa Juana de Chantal – Iglesia de San Severino, París

Además, entre las principales obras que legó a la posteridad, la Introducción a la vida devota y el Tratado del amor de Dios reflejan de manera particular el interior de este varón que supo entregarse enteramente por el bien de los demás y poner de relieve su sublime arte de guiar a las almas por el camino de la santidad.

El legado de una de sus hijas espirituales bien lo demuestra. La baronesa Juana de Chantal, que había perdido a su marido con 28 años, se puso bajo su dirección en 1604, iniciando entonces una sobrenatural relación de la que surgirían abundantes frutos. En 1610 fundó, bajo los auspicios del obispo de Ginebra, la Congregación de la Visitación, que treinta y un años después contaba ya con ochenta y tres monasterios.

«La medida del amor a Dios es amarle sin medida»

La extensión y magnitud de su labor pueden suscitar en el lector la siguiente pregunta: ¿cómo consiguió llevar a cabo todo eso? La verdad es que, cuando se ama a Dios de veras y se está dispuesto a realizar su voluntad, el Señor corona con la gracia los míseros esfuerzos humanos y hace que de ellos surja una obra grandiosa. Como dice la máxima de San Bernardo de Claraval, transcrita por el obispo de Ginebra en sus acciones, «la medida del amor a Dios es amarle sin medida».6 He aquí el secreto de su triunfo.

San Francisco de Sales murió a la edad de 56 años el 28 de diciembre de 1622, en la ciudad de Lyon, después de pronunciar el dulce nombre de Jesús. Fue canonizado en 1665 y declarado doctor de la Iglesia en 1877. Su fiesta se celebra el 29 de enero, día en que sus restos fueron trasladados a Annecy. 

 

Notas


1 BUTLER, Alban. Vida de los Santos. Ciudad de México: John W. Clute, 1965, t. I, p. 199.

2 RICHARDT, Aimé. Saint François de Sales et la Contre-Réforme. Paris: François-Xavier de Guibert, 2013, p. 72.

3 BUTLER, op. cit., p. 200.

4 ROHRBACHER, René François. Vidas dos Santos. São Paulo: Editora das Américas, 1959, t. II, p. 262.

5 HAMON, M. Vie de Saint François de Sales. Paris: Victor Lecoffre, 1924, p. 170.

6 SAN BERNARDO DE CLARAVAL. «Tratado sobre el amor a Dios», c. VI, n.º 16. In: Obras Completas. 2.ª ed. Madrid: BAC, 1993, t. I, p. 323.

 

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