Un antiguo intérprete del Cantar de los Cantares, comentando el texto: «Apacienta mis cabritos», no encuentra inconveniente en aplicarlo a María a propósito de los pecadores.
Los pecadores, dice, son justamente llamados el rebaño de María. No, desde luego, porque Ella los quiera así, destinados a ser colocados a la izquierda del Juez, sino porque Ella los adopta para asegurarles un lugar a la derecha, transformándolos en fieles corderos. […]
Nada vale tanto como el candor de un alma inocente. Dichosos los que, semejantes a corderos sin mancha, merecen las caricias de la Virgen de las Vírgenes, una de cuyas advocaciones es la de Divina Pastora. Pero a los pecadores les queda un inmenso consuelo: confesándose dignos, por causa de sus crímenes, de estar a la izquierda del Juez, de ellos depende el recurrir confiados a María, entrar a formar parte de su rebaño y convertirse pronto en corderos. […]
Por muy enfermos que estemos, por desesperado que parezca el estado de nuestra alma, si queremos sanar, María nos adoptará por enfermos suyos. Y como no hay enfermedad espiritual que sea incurable en esta vida, como ninguna puede resistir al tratamiento de la omnipotente Madre de Dios, Ella nos curará. Su gloria, como la de un médico hábil, brillará en proporción con la gravedad de los males de que nos haya salvado.
Después, una vez curados y arrancados a la muerte, mientras duren los peligros de una convalecencia, que será tan larga como nuestra vida, esta dulce Madre no dejará de amarnos siempre y velará sobre nosotros, como un médico sigue cuidando a sus enfermos después de su curación. Tendremos un título más para reclamar su protección. Su honor estará interesado en que perseveremos en el estado de gracia que nos ha devuelto al precio de sus súplicas y de sus dolores. ◊
TISSOT, Joseph. «El arte de aprovechar nuestras faltas”.
22.ª ed. Madrid: Palabra, 2011, pp. 156-157.
En la foto destacada: La Divina Pastora, por Miguel Cabrera – Museo Nacional de Arte, Ciudad de México