Aunque la devoción a la santa carmelita de Lisieux, Teresa del Niño Jesús, está ampliamente extendida, pocos reconocen y admiran en ella una virtud muy olvidada en nuestros días: ¡la rectitud! Entre las distintas cualidades sobrenaturales que adornaron su alma, se puede decir que la rectitud le sirvió de cimentación en su vida espiritual, haciendo que su preocupación exclusiva consistiera en ser como Dios quería que fuera, y no en aparentar ser lo que los hombres deseaban de ella…
Es costumbre en los conventos que las religiosas tengan un período de ocio, en el que conversan o se entretienen en actividades diversas. En diciembre de 1896, Santa Teresa se encontraba en este momento de recreación cuando se escucharon un par de campanadas, que indicaban la llegada de alguna visita.
Se trataba de la entrega de unas ramas de árbol destinadas al belén de ese año. La madre Inés de Jesús, que en aquella ocasión era la depositaria, es decir, la responsable de las finanzas del Carmelo, estaba ausente. La hermana portera fue entonces en busca de una monja que pudiera acompañarla a recoger la mercancía, como lo prescribía la regla. Al encontrarse con sor Teresa y otras religiosas que la rodeaban, preguntó: «¿Quién me va a servir de tercera?».
Santa Teresa se entusiasmó con la idea y, según cuenta ella misma, se sintió inclinada a ofrecerse. De inmediato se puso a desatarse el delantal. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que sor María de San José también estaba entusiasmada con esa tarea, decidió quitarse el delantal lentamente, para darle la oportunidad de presentarse primero, lo que de hecho sucedió.
Sin sospechar lo que ocurría en el interior de la santa, la hermana portera la miró y, bromeando, le dijo: «Pues bien, sor María de San José va a ser quien añada esta perla a su corona. ¡Vuestra caridad iba demasiado despacio!».1 La santa carmelita simplemente le respondió con una sonrisa, y a continuación reflexionó consigo: «¡Oh, Dios mío, qué diferentes son tus juicios a los de los hombres! Así es como nos equivocamos a menudo en la tierra, tomando por imperfección en nuestras hermanas lo que es mérito ante ti».2
¡Qué gran lección nos da este episodio! ¿Y nosotros? Cuántas veces nos preocupamos por las opiniones ajenas y, en consecuencia, cambiamos nuestra forma de actuar o de pensar… O, peor aún, cuántas veces juzgamos a los demás solamente por las apariencias, que no siempre coinciden con lo que llevan en su interior.
En tales circunstancias, acordémonos del ejemplo que nos ha dejado la admirable santa de Lisieux e, implorando su auxilio, roguémosle que nos obtenga la gracia de ser sencillos ante Dios, libre de todo rastro de fariseísmo, esto es, almas enteramente íntegras y puras. ◊
Notas
1 Cf. Santa Teresa de Lisieux. «Dernières paroles. Carnet jaune. 6 avril 1897». In: Œuvres. www.archives.carmeldelisieux.fr.
2 Idem, ibidem.