Preguntan los lectores

¿Los ángeles y los santos conocen nuestros pensamientos?

Jurandir Otoniel Torres – Ipameri (Brasil)

A esta excelente pregunta, le podríamos añadir otras relacionadas. Cuando rezamos en el interior de nuestra alma, sin pronunciar palabra alguna, ¿los ángeles y los santos realmente tienen conocimiento de nuestras oraciones? ¿Nuestro ángel de la guarda sabe lo que pensamos en todo momento?

La respuesta es sencilla, y la da Santo Tomás de Aquino (cf. Suma Teológica. I, q. 57, a. 4): por naturaleza, sólo Dios tiene acceso directo al interior de nuestra alma y, por tanto, solo Él conoce nuestros pensamientos; pero por nuestras reacciones exteriores, los ángeles, los santos e incluso los demonios pueden intuir lo que estamos pensando y actuar en función de ello.

Sin embargo, apoyado en la autoridad de San Gregorio Magno, afirma el Doctor Angélico (cf. Suma Teológica. I, q. 89, a. 8) que los santos y los ángeles buenos conocen en Dios todo lo que ocurre en la tierra, en particular lo que les sucede a los hombres, e intervienen en los acontecimientos siempre que exista un designio especial del Altísimo al respecto.

En resumen: los ángeles y los santos sí conocen nuestros pensamientos, por un singular don de Dios, no por naturaleza; los demonios sólo pueden tener acceso a nuestro interior indirectamente, analizando nuestros movimientos exteriores.

Recémosle, pues, con confianza a los santos ángeles y a nuestros hermanos de la Iglesia triunfante, porque velan por nosotros con especial cuidado. Sobre todo nos conoce y nos asiste la Santísima Virgen, Reina de los ángeles y de los santos, nuestra Madre.

 

¿Por qué los heraldos construyen iglesias tan vistosas, cargadas de detalles, pinturas, etc., en nuestra época de estilo más sencillo, minimalista? Me encantan, pero me gustaría saber el motivo.

Marieta Cristina de Alencar – São Paulo (Brasil)

Para responder adecuadamente a esta pregunta tan profunda, tendríamos que escribir un voluminoso libro. Por lo tanto, daremos una respuesta sumaria.

Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, el inspirador de todas nuestras iglesias, siempre tuvo muy presente el mandato de Nuestro Señor Jesucristo: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48); y «Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo» (Mt 6, 10).

Así que surge la pregunta: si debemos tener al Padre como modelo, ¿cuál fue el «estilo» utilizado por Dios en la creación? En absoluto fue minimalista… Todo lo contrario, al crear el universo con formas y colores magníficos, nos dejó un patrón de cómo deben ser las obras del hombre, imitando las de su Creador.

La historia nos muestra cómo el santo rey David y su hijo Salomón se basaron en ese patrón para construir el Templo de Jerusalén.

Poco antes de partir hacia la eternidad, David le entregó a Salomón nada menos que «cien mil talentos de oro y un millón de talentos de plata» (1 Crón 22, 14). Cada talento hebreo equivalía a algo más de 34 kg. A esto Salomón añadió no poca cantidad de piedras preciosas.

Supervisados por 3.300 capataces, trabajaban en esa portentosa obra un ejército de 180.000 operarios: 30.000 en la construcción propiamente dicha, 80.000 picando piedras en la montaña y 70.000 transportándolas (cf. 1 Re 5, 27-30).

Esa fabulosa fortuna fue gastada para construir un templo digno de albergar el arca de la alianza. Ahora bien, nuestras iglesias acogen algo infinitamente más precioso: el Santísimo Sacramento.

Por supuesto, habría mil y un matices que exponer acerca del equilibrio y de la belleza de la sencillez, pues Dios —que hizo todas sus obras con sabiduría (cf. Sal 103, 24)— puso sublimes fulgores también en pequeños seres como, por ejemplo, un cisne o un colibrí.

Pero ahí está la respuesta: al elegir su «estilo» de construcción, nuestro fundador tomó como modelo al propio Dios, que todo lo hizo con esplendor.

 

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