Para que se formara el inmenso bloque de pueblos católicos que hoy llamamos América Latina, fue necesario hacer una enorme obra de evangelización. Y resulta curioso ver que Dios no suscitó para ello a un gran predicador, sino a una mujer dotada de una misión de carácter universal: Santa Rosa de Lima.
Alma penitente y suplicante, hizo, en el plano de la comunión de los santos, lo necesario para salvar a la América de su tiempo. Su fama de santidad recorrió el continente entero, dando lugar a numerosos milagros y conversiones. Santa Rosa suscitaba en torno de sí un espíritu de penitencia y de mortificación que frenó la corrupción de las costumbres y creó las condiciones desfavorables para la eclosión del mal.
Plinio Corrêa de Oliveira