En dos cosas nos conviene mucho estudiar, si no queremos ofender a Nuestro Señor: una es en amar su bondad, otra en confiar de su misericordia. Grandísima es la ceguedad del ánima que a tan buen Señor no ama, y grande es la flaqueza de quien en tanta muchedumbre de misericordia no confía. Y así como las mercedes que nos ha hecho nos deben incitar a amarle (pues que son hechas con el amor que Dios nos tiene, el cual pide amor), así nos deben esforzar a confiar, pues que quien nos ha dado lo pasado y metido en su carrera y nos dará el acabar en ella.
Y lo mismo debemos sacar de la Pasión de Nuestro Señor, al cual debemos amar, pues Él fue el que murió por nuestro amor, y confianza, pues que sus merecimientos son nuestros. Váyase, pues, a lejos toda duda, toda flaqueza de corazón y toda desconfianza; pues cuanta es la virtud de su Pasión, tantos son nuestros merecimientos, pues que ella es nuestra, que Él nos la dio. Allí presumo y confío yo, y allí hago burla de mis enemigos, allí pido yo al Padre ofreciéndole al Hijo, de allí pago yo lo que debo, y me sobra. Y aunque mis dolores son muchos, allí hallo mayor remedio y causa de alegría que en mí de tristeza.
¡Oh amoroso Dios y todo amor, y cuán grande bofetada te da quien de todo corazón no confía en ti! Si con habernos tú hecho tantas mercedes, y lo que más es, con haber por nosotros muerto, aún no confiamos de ti, ¡no sé qué diga, sino que somos peores que brutos! […]
¡Oh Dios mío y misericordia mía! ¡Plegue a ti que no permitas que, después de tantos millares de beneficios, ande nuestro corazón en dudas y preguntas si nos amas o no, si nos has de salvar o no! Más claros son tus testigos, los cuales son las cosas que en nuestro corazón has obrado, que el sol de mediodía, que dan testimonio que nos quieres bien, y esperanza que nos has de salvar.
SAN JUAN DE ÁVILA. Carta 54.
In: Obras Completas.
Madrid: BAC, 1952, t. i, pp. 523-524.