Es un salón noble, pero no pertenece a ningún palacio; marcadamente sacral, sin ser capilla. En ese ambiente se respira alegría, sin oírse carcajadas; hay luz sin excesos, una belleza que no desvía el espíritu de los más elevados pensamientos.
Confortables sillones invitan a una conversación que nunca comienza, pues allí se guarda un profundo silencio. Gran número de personas lo frecuentan discretamente, sin que la atmósfera de recogimiento se vea perjudicada.
¿De qué lugar estamos hablando? Con las fotos que ilustran estas páginas, se acaba el suspense y no resulta difícil adivinarlo… ¿Concuerda usted, lector, con la descripción anterior?
Y si nos detenemos un instante para reflexionar sobre nuestras impresiones, concluiremos que no existe un escenario más conveniente para una excelente biblioteca, receptáculo de miles de libros rebosantes de lecciones de historia, cultura y saber.
Si para ejercer adecuadamente cualquier actividad siempre es deseable contar con un espacio apropiado, ¡cuánto más no ha de ser conveniente tener un sitio específico para alimentar nuestros conocimientos!
La visión funcionalista de la sociedad actual considera las bibliotecas como edificios o salas donde están depositadas y convenientemente catalogadas diversas colecciones de libros, periódicos y otros documentos. Se pretende no sólo mantener organizado el valioso acervo, sino también defenderlo contra la humedad, los incendios, las polillas, los ladrones, etc. Estas cosas no dejan de ser importantes, pero… ¿sólo eso?
Las bibliotecas modernas suelen cumplir con su misión práctica de forma correcta; sin embargo, descuidan un aspecto muchísimo más elevado. Deben ser el recinto donde nuestra mente pueda poner en juego las capacidades intelectuales que Dios nos dio al crearnos y, sobre todo, un lugar donde habiten los espíritus celestiales, atraídos por la nobleza del ambiente.
Entre ángeles y hombres hay enormes diferencias, tanto en la naturaleza como en la capacidad de actuar en el plano sobrenatural, no obstante, todos tienen un punto en común: la razón. Obviamente la inteligencia angélica supera, de lejos, la de los mortales. Si bien que tal afinidad existente entre criaturas tan distintas ha sido por algún motivo deseado por el Altísimo.
Por consiguiente, una biblioteca arquetípica no debe procurar únicamente lo funcional, sino confortar al alma que desea subir hasta las elevadas mesetas de la sabiduría. Ha de tener igualmente una belleza propia a atraer a nuestros «hermanos» los ángeles.
¡Un beneficio para nosotros! Además de enriquecer nuestra cultura, al frecuentar un lugar así estrechamos vínculos con las legiones celestiales. Y los estudios sencillos o complejos que allí realizamos fácilmente se transforman en algo mucho más elevado y sobrenatural. En efecto, la esencia de la oración no consiste tan sólo en rezar largas plegarias, sino en la elevación de la mente a Dios. ◊