La escuela cuzqueña de pintura se caracteriza por la aplicación de colores vivos, por los dibujos vibrantes y por la pluralidad de ornamentos. Para representar al príncipe de la escolástica no fue diferente: el lienzo está lleno de alegorías, cuyo significado requiere redoblado análisis. Además, las inscripciones latinas están truncadas. Tales características, no obstante, constituyen un estímulo para escudriñar detenidamente esa obra de arte.
En la escena, mimetizando a la Virgen María, Santo Tomás de Aquino tiene la luna bajos sus pies, en la cual se lee: «El insensato cambia como la luna» (Eclo 27, 12), al paso que los sabios, como él, están «vestidos de sol» (cf. Ap 12, 1), según reza la inscripción de su cintura.
Siempre emulando a Nuestra Señora, el santo combate contra una hidra, símbolo de la herejía. La mano que agarra a la luna es de Martín Bucero, luterano y exdominico, que habría pronunciado las palabras grabadas allí en parte: «Quítame a Tomás [y destruiré la Iglesia]». En esta disputa, ya sabemos quién ganó…
Ante la heterodoxia, el santo doctor permanece sereno, según su apodo de «buey mudo», representado en la esquina inferior izquierda. Con relación a esto declaró su maestro San Alberto Magno: «Le llamamos buey mudo, pero dará tales mugidos con su doctrina que resonarán por el mundo entero».1 Y así fue… Por eso, también lo apodaron Doctor Común.
En el lado opuesto, aparece un unicornio, asociado por la mitología a la pureza. Ahora bien, esta virtud fue la más frecuentemente atribuida al Aquinate en los testimonios de su canonización. Este hecho se debe a su victoria contra la lujuria cuando su propia familia, entristecida por su vocación religiosa, lo mandó a una cárcel privada con una meretriz para que lo tentara. El joven Tomás la repelió con un tizón en llamas, siendo por ello premiado con un cíngulo de castidad, traído del Cielo por una pareja de ángeles, reproducida a la izquierda del lienzo.
En referencia a este episodio, le fue otorgado el título de Doctor Angélico en el siglo xv. Por esta razón aquí se le representa con alas de ángel y laureles de honor sobre su cabeza, además de un birrete doctoral y bandas académicas en azul y rojo, colores de las cátedras de Filosofía y de Teología, respectivamente.
Las fuentes y los jardines circundantes son emblemas de la ciencia y de la sabiduría en la universidad: han de fluir como las aguas y florecer más allá de sus recintos, en donde el Maestro de las escuelas sea así invocado: «Sois mi gloria y mi corona» (cf. Flp 4, 1).
Debajo de los ángeles se lee que ellos lo confortaron con su «diligencia», mientras que del otro lado figuran San Pedro y San Pablo, favoreciéndolo con el «obsequio». En cierta ocasión, después de rogar el auxilio divino para interpretar intrincados pasajes del profeta Isaías, Santo Tomás se granjeó la sabia asistencia de estos pilares de la Iglesia. Luego de esto, los tomó como intercesores para la redacción de sus obras, como la Catena Aurea —en latín, cadena dorada—, alegóricamente representada sobre sus hombros.
La placidez del santo no fue un obstáculo para combatir el mal. Su pluma es como la flecha septiforme del Paráclito, que le inspira directamente al oído. Sus escritos se nutrían de una intensa vida de oración —destáquese el rosario sujeto a su cintura— y por una arraigada devoción a la Eucaristía —plasmada en la custodia junto a su pecho—, de la cual fue el poeta por excelencia.
La mirada del Aquinate se detiene en la Iglesia, sostenida por la Suma Teológica, en cuyo borde se lee el célebre veredicto de Juan XXII en su canonización: «Escribió tantos artículos como milagros realizó».
De la cruz emanan las mismas palabras pronunciadas por Jesús al Angélico, tres meses antes de su muerte: «Has escrito bien de mí, Tomás». El imaginativo pintor cuzqueño coloca además las siguientes palabras en los labios del santo doctor: «No habría escrito bien del Hijo, si hubiera escrito mal sobre la Madre».
El Aquinate, de hecho, tuvo un rapto místico, que lo llevó a anhelar el Cielo y arrojar al fuego todas sus obras, al considerarlas paja con relación a lo que había visto… ¡Menos mal que un secretario logró salvarlas!
En realidad, después del elogio, el Señor le preguntó: «¿Qué recibirás de mí como recompensa por tu labor?». A lo que el santo le respondió: «Nada más que tú, Señor».2
Tras contemplar los múltiples atributos del angélico doctor en esta pintura, podríamos replicarle a Jesús de manera análoga: «¿Qué más le falta a Tomás?». La repuesta de Cristo bien podría ser: «Nada más que Tomás». ◊
Notas
1 GUILHERME DE TOCCO. Ystoria Sancti Thome de Aquino, c. 13. Toronto: PIMS, 1996, p. 118.
2 Ídem, c. 34, p. 162.
Santo Tomás de Aquino, «El más santo de los sabios, y el más sabio de los santos «, ruega por nosotros.
«Al que tiene se le dará y al qué no tiene, aún lo poco que tiene se le quitará «…. A Santo Tomás se le dió mucho y por su humildad Díos le hizo crecer y crecer cómo al árbol bueno que dá Buenos frutos….. esas palabras del final de su vida muestran su total despretension y desapego…… toda la Gloria la quería para Dios!!!!
Danos Santo Tomás,desde el Cielo, ésa humildad en nuestras obras para que nunca nos apropiemos lo que no nos pertenece