Llamados a la pureza de corazón

Mientras peregrinamos en esta tierra, somos constantemente llamados a la santidad, para que un día contemplemos a nuestro Creador por toda la eternidad. Ése será el premio de quienes conserven un corazón puro.

La música habla directamente al alma, tocando las cuerdas de la más elevada sensibilidad, modelando estados de ánimo, enmarcando a menudo poemas u oraciones que adquieren mayor elocuencia por la armonización de instrumentos y voces.

En el principado de Gales (Reino Unido) existe un himno del siglo XIX que llama la atención por su alegre y jovial melodía, pero sobre todo por su letra que, si bien sencilla, tiene una enorme riqueza de significado, pues en realidad se trata de una plegaria en la cual se pide un corazón puro, calon lân en su idioma original.

Invito al lector a que se deje llevar por las estrofas de este canto y me acompañe en un análisis más profundo de sus versos.

El verdadero tesoro de la vida

Así comienza:

No pido una vida de lujos, / el oro del mundo o sus perlas más finas: / pido un corazón feliz, / un corazón honesto, / un corazón puro.

Ya en esta introducción es posible contemplar los anhelos de un alma que ha comprendido el vacío de las riquezas mundanas y hasta el de los placeres sensuales, que, efímeros y engañosos, son siempre frustrantes. ¡Qué inigualable tesoro es tener un corazón puro! Un corazón honesto y totalmente sincero, que por amor a la verdad puede desprenderse de las criaturas, vivir sosegado y satisfecho incluso en medio de la más terrible pobreza material, por conservar su conciencia tranquila, en la certeza de que no ha adquirido nada injustamente. Quien posee tal corazón entiende que si le faltan las futilidades de esta tierra es para que goce con mayor libertad de lo que tiene verdadero valor: la serena paz de un corazón habitado por Dios.

¿Qué esperamos para pedir esto? Roguémoslo insistentemente, conforme nos lo enseña Nuestro Señor Jesucristo: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7).

«Haz nuestro corazón semejante al Corazón de Jesús»

Corazón puro, lleno de bondad, / más blanco que el hermoso lirio.

¿Un corazón más puro y hermoso que el lirio? Conociendo nuestras propias miserias, esta comparación nos puede sonar fantasiosa… Sin embargo, al final de la letanía del Inmaculado Corazón de María le pedimos a la Santísima Virgen que nuestro corazón sea como el de Jesús. Ahora bien, ¿habrá algo comparable a la pulcritud y a la pureza de ese Sagrado Corazón?

Entonces vemos cuán insignificante es la comparación con el lirio, pues todas las bellezas del universo material no pueden competir siquiera con un simple destello de luz de ese Corazón divino. Debemos tener fe y desear, por encima de cualquier otra cosa en la tierra, ser consumidos en el ardiente amor de los Corazones de Jesús y de María.

Corazón que palpita solamente para Dios

Sigue el estribillo, con más elocuencia:

Sólo un corazón puro puede cantar, / cantar de día y cantar de noche.

Estos dos versos revelan una elevadísima verdad: sólo el que ha purificado su corazón, despojándose de todo afecto terrenal y humano, obtendrá la inapreciable habilidad de cantar jubilosamente, día y noche, tanto en la tranquilidad como en las tribulaciones.

Esto es así porque un corazón puro no vive para sí mismo, sino que palpita únicamente en Dios y para Dios, deseando que se haga nada más que su santa voluntad; y en Él encuentra infinita caridad, para rebosar sobre las criaturas.

Dichosos los que depositan en el Señor su esperanza, sin apegarse a las cosas terrenales, como amonesta San Pablo en la Epístola a los filipenses: «Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios» (4, 6).

Sagrado Corazón de Jesús – Colección privada

«Bienaventurados los puros de corazón»

El corazón puro comprende que hasta lo más terrible y absurdo que pueda pasarle no escapa a la Divina Providencia. Así, es capaz de agradecerle absolutamente todo; nada teme, descansa confiado y agradecido en los brazos del Padre celestial y canta, poniendo en práctica la enseñanza del Apóstol: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo» (Flp 4, 4-5).

Además, el corazón puro ansía transmitir esa alegría a aquellos que lo rodean, y su único anhelo es encender en todas las almas el amor a Dios. Por eso su música consiste en la caridad puesta al servicio de los demás, ya que —como le dijo San Bernardo de Claraval a su hermana, la Beata Umbelina— el secreto de la felicidad en medio de las actividades se resume en tres palabras: «Amar es servir».

Como recompensa, obtendrá la única y verdadera paz de quien vive en Jesucristo y posee a Dios. ¿Posee a Dios? ¡Sí! El Señor declaró bienaventurados a los puros de corazón, porque verán a Dios (cf. Mt 5, 8). Ahora bien, explica San Gregorio de Nisa que «ver, en las Escrituras, significa tener. Por ejemplo: “que veas próspera a Jerusalén”, es lo mismo que “encuentres” dicha prosperidad. […] Por lo tanto, el que ve a Dios posee todos los bienes por el hecho de verlo. Posee la vida sin fin, la eterna incorruptibilidad, la felicidad inmortal, el reino sin fin, la alegría continua, la verdadera luz, la palabra espiritual y dulce, la gloria intangible, la perpetua exultación. En suma, todos los bienes».1

Por consiguiente, recibimos la promesa de poseer, o mejor, de ser poseídos e inhabitados, aún en esta tierra, por la Santísima Trinidad.

Si quieres la alegría, prepárate para la guerra

Pureza de corazón significa pureza de intención; es decir, hacerlo todo exclusivamente por amor a Dios. No obstante, sólo muriendo lograremos esa meta. Y no una única vez: es necesario morir para sí mismo todos los días y cada instante; renunciar a sí mismo y cargar la cruz, que constituye un yugo ligero y suave cuando se aprende a cantar, agradecido, día y noche.

Evidentemente, para ello debemos estar dispuestos a librar combate con el más fiero enemigo que tendremos hasta el día de nuestra muerte: nosotros mismos. Hemos de luchar contra las malas tendencias, la concupiscencia, la pereza y el egoísmo.

En el corazón verdaderamente puro arde infaliblemente una forma de amor combativo y destructivo, un fuego que aniquila toda clase de maldad. Tiene una santa intolerancia a la mentira y al error, porque participa de la Verdad, que es Dios. ¡Y nunca envaina la espada! «Si vis pacem para bellum – Si quieres la paz, prepárate para la guerra», reza el adagio latino. Bien podríamos decir, Si vis lætitiam para bellum – Si quieres la alegría, prepárate para la guerra. Luchando con amor por la gloria de Dios, seremos felices siempre.

Parque Nacional de Snowdonia (Gales)

Sembrar las riquezas para cosechar la recompensa

El himno termina con esta estrofa:

Si deseara la riqueza del mundo, / enseguida iría a sembrar la riqueza / de un corazón virtuoso y puro, / que me dará ganancia eterna.

Habremos obtenido de Dios la gracia de un corazón puro si llegamos a encender en nuestras almas un devorador celo apostólico. Saldremos inmediatamente a sembrar esa riqueza, porque un corazón así es desapegado y sabe, según la frase atribuida a Saint-Exupéry, que «el amor es la única cosa que aumenta cuando se comparte»; y no sólo eso: proporciona, sobre todo, un premio eterno.

Deseo mañana y tarde / subir al Cielo en las alas del canto, / por Dios, por el bien de mi Salvador, / que me da un corazón puro.

El puro de corazón canta, y canta sin parar, un himno de alabanza y de acción de gracias, porque entiende que todo lo que proviene del Corazón del Padre es para su más excelso bienestar. Qué hermoso sería y cuánto alegraría a Dios si diéramos gracias constantemente por los bienes obtenidos de Él. Más noble sería si no expresáramos sólo gratitud por las alegrías recibidas, sino también por las tristezas y pruebas, como decía Job: «Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?» (2, 10); «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (1, 21).

Un corazón puro reconoce que todo viene del Altísimo; Él, que nos ha creado a su imagen y semejanza, sabe mejor que nosotros lo que necesitamos para disfrutar de las alegrías eternas y contemplarlo en toda su gloria y esplendor. Su único deseo es vernos alcanzar la plenitud de las virtudes, pues «Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa» (1 Tes 4, 7).

Por lo tanto, no habrá sido en vano el cuidado de quien conserve la pureza de su corazón. 

 

Para escuchar el himno Calon Lân haga clic
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Notas


1 SAN GREGORIO DE NISA. De beatitudinibus. Oratio VI: PG 44, 1266.

 

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