La misericordia es el nombre mismo de Dios
La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que se reveló en la antigua alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia y se manifiesta mediante los sacramentos, especialmente el de la reconciliación, y mediante las obras de caridad, comunitarias e individuales.
Fragmento de: BENEDICTO XVI.
Regina Cæli, 30/3/2008.
Pero hay verdades menos agradables de oír…
Es agradable oír que Dios tiene mucha ternura con nosotros, más ternura aún que la de una madre con sus hijos, como dice Isaías. Qué agradable es esto y qué acorde con nuestro modo de ser. […]
En cambio, ante otras verdades, sentimos dificultad. Dios debe castigarme si me obstino; me sigue, me suplica que me convierta, y yo le digo: ¡No!; y así casi le obligo yo mismo a castigarme. Esto no gusta. Pero es verdad de fe.
Fragmentos de: JUAN PABLO I.
Audiencia general, 13/9/1978.
En Dios, misericordia y justicia se entrelazan
Justicia y misericordia, justicia y caridad […] son dos realidades diferentes sólo para nosotros los hombres, que distinguimos atentamente un acto justo de un acto de amor. Justo, para nosotros, es «lo que se debe al otro», mientras que misericordioso es lo que se dona por bondad. Y una cosa parece excluir a la otra.
Pero para Dios no es así: en Él justicia y caridad coinciden; no hay acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa.
Fragmentos de: BENEDICTO XVI.
Discurso, 18/12/2011.
El mismo Jesús que desborda misericordia también castiga
Está de moda en algunos medios eliminar, primeramente, la divinidad de Jesucristo y, luego, no hablar más que de su soberana mansedumbre, de su compasión por todas las miserias humanas, de sus apremiantes exhortaciones al amor del prójimo y a la fraternidad. Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de Él en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad.
Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por Pedro y sus sucesores. Porque si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. […]
Si su Corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios (cf. Mt 21, 13; Lc 19, 46), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (cf. Lc 17, 2), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (cf. Mt 23, 4). Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría (cf. Prov 1, 7; 9, 10) y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo (cf. Mt 18, 8-9).
Fragmentos de: SAN PÍO X.
Notre charge apostolique, 25/8/1910.
La palabra de Dios es exigente y sacude las conciencias
Esta mansedumbre y humildad de corazón en modo alguno significa debilidad. Al contrario, Jesús es exigente. Su Evangelio es exigente. ¿No ha sido Él quien ha advertido: «El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí»? Y poco después: «El que encuentre su vida la perderá y el que pierda su vida por mí la encontrará» (Mt 10, 38-39). Es una especie de radicalismo no sólo en el lenguaje evangélico, sino en las exigencias reales del seguimiento de Cristo. […]
Jesús quiere hacernos comprender que el Evangelio es exigente y que exigir quiere decir también agitar las conciencias, no permitir que se recuesten en una falsa «paz», en la cual se hacen cada vez más insensibles y obtusas, en la medida en que en ellas se vacían de valor las realidades espirituales, perdiendo toda resonancia. […]
Jesús es exigente. No duro o inexorablemente severo, sino fuerte y sin equívocos cuando llama a alguien a vivir en la verdad.
Fragmentos de: SAN JUAN PABLO II.
Audiencia general, 8/6/1988.
Por misericordia, la Iglesia debe recordar la verdad
Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10, 10).
Fragmento de: BENEDICTO XVI.
Regina Cæli, 30/3/2008.
La gracia no convierte la injusticia en derecho
Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado y resucitado. Ambas —justicia y gracia— han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor.
Fragmento de: BENEDICTO XVI.
Spe salvi, 30/11/2007.
La última palabra es el perdón, para los corazones arrepentidos
Dios recurre al castigo como medio para llamar al recto camino a los pecadores sordos a otras llamadas. Sin embargo, la última palabra del Dios justo sigue siendo la del amor y el perdón; su deseo profundo es poder abrazar de nuevo a los hijos rebeldes que vuelven a Él con un corazón arrepentido.
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Audiencia general, 13/8/2003.
Que nadie menosprecie la benignidad de Dios
Pensadlo, queridísimos hermanos: la bondad divina ha eliminado toda escapatoria a nuestro endurecimiento; el hombre ya no puede encontrar excusa. Dios es despreciado, y espera; se ve desdeñado, y lanza un nuevo llamamiento; soporta la injusticia de este desdén, sin embargo, llega al extremo de prometer recompensar a quienes un día u otro regresen a Él.
Pero que nadie haga caso omiso a esta longanimidad, pues durante el juicio impondrá una justicia aún más severa que el favor de una paciencia mayor que hubiera manifestado antes del juicio. […] Es llamado pagador paciente porque a la vez soporta los pecados de los hombres y les da su salario. A quienes soporta durante mucho tiempo para que se conviertan, los condena más severamente si no se convierten.
Fragmentos de: SAN GREGORIO MAGNO.
Homilías sobre el Evangelio. Homilía XIII, n.º 5.