Comprendo cuánto estará pasando, porque si tuviera siempre la alegría del sacrificio, no podría llamarse cruz lo que el Señor le envía; pero mire, predilección mayor es que Él quiera crucificarle así con Él. […]
¡Si viera qué apretadico tengo el corazón!, pero si esto es la bendita cruz, si esto lo quiere Él, si esto le agrada a Él, ¡bendito apretamiento y que dure hasta la muerte! […]
Me pareció que convidaba el Señor a permanecer junto a Él para que pudiese apoyar su cruz sobre mi corazón, que le serviría de algún descanso. Me dieron muchos deseos de que así fuese y me parecía me hacía notar que, como era sobre el corazón, sería particularmente doloroso, que lo mirase bien. Un deseo muy vivo de ofrecerme al Señor para todos los dolores posibles en este mundo, de alma y de cuerpo, y este ofrecerme de nuevo parece pedírmelo con insistencia.
No tengo mayor deseo que el que me regale con su cruz. Espero que el llevar esta partecita que se ha dignado darme tan cobardemente, tan pobremente, no influirá para que deje de dar en adelante todo cuanto Él quiera; que, aunque tan pobre para todo, aun para sufrir, sosteniéndome Él quisiera sufrir por su amor cuanto sea posible. ¡Quisiera amarle tanto! ¡Si Él solo es mi vida!
Me da mucha pena que se me pase la vida sin trabajos ni humillaciones, que han sido el camino de todos los santos y el ejemplo que nos dio el Señor. Bien sé que, cuando el Señor quiere enviar estos tesoros al corazón, no necesita de nada; y no es que pueda decir que me ha privado del todo de la cruz; pero ¿qué es esto para lo que podría ser? Yo, a mí misma, me soy cruz.
Santa Maravillas de Jesús.
«Autorretrato, pensamientos».
Madrid: San Pablo, 2007, pp. 158-162.
Fe inmensa que sobrecoge, ojalá y pudiéramos llegar a esa paz y entrega.