«La loca del Sacramento»

La presencia real de Jesús en la Eucaristía cautivó el corazón de Teresa Enríquez, llevándola a promover el esplendor del culto al Santísimo Sacramento y a desear que fuera adorado y venerado por todos.

A lo largo de la Historia, Dios suscita almas especialmente amantes de la Eucaristía que enriquecen el Cuerpo Místico de Cristo con su ejemplo. Sí, porque la Iglesia no es como un museo que tan sólo conserva la excelencia en la cual fue constituida por su divino Fundador, sino una sociedad viva que constantemente da nuevos frutos.

Hace poco más de quinientos años, fulguraba una de esas almas, y no precisamente en el interior de un convento o en el ejercicio de un ministerio eclesiástico. De las filas del laicado, y sin que las pesadas responsabilidades temporales cohibieran su dedicación a la Iglesia, destacó una dama de la nobleza castellana: Teresa Enríquez de Alvarado. ¿Quién fue ella?

En la corte de los Reyes Católicos

Teresa Enríquez de Alvarado nació en 1450. Era prima hermana del rey Fernando el Católico e íntima amiga de la reina Isabel de Castilla. Contrajo matrimonio con don Gutierre de Cárdenas, contador mayor del reino y alcalde mayor de Toledo. Tuvo cinco hijos, de los cuales tres fallecieron siendo aún niños. La familia vivía en la corte, ya que el cargo que ocupaba don Gutierre era de bastante responsabilidad.

Rodeada de riqueza y de lujo, Teresa supo mantenerse en completo desapego de los bienes terrenales. Deseaba servir a Dios, sin escatimar esfuerzos para ello: ordenó la construcción de conventos, hospitales y capillas; ayudó pródigamente a los pobres y a los enfermos; se dedicó a la educación de sus hijos, enseñándoles prácticas de piedad y de caridad.

Sin embargo, elevándose todavía más, fue principalmente la presencia real del Señor en la Eucaristía lo que cautivó su corazón.

Abrasada de amor por la Eucaristía

Desde su infancia, Teresa aprendió de su abuela paterna, mujer virtuosa y seria, la devoción y el respeto que se le ha tener al Santísimo Sacramento. Con el paso de los años, fue creciendo no solamente en estatura, sino sobre todo en un ardiente amor por el Señor en este sublime misterio.

Comulgaba regularmente —en una época en la que no era costumbre hacerlo— y encontraba tiempo, en medio de sus obligaciones de la corte y obras de caridad, para pasar largas horas ante el sagrario. Cuando murió su tercer hijo, Teresa se aferró aún más al Cielo, conformándose con la voluntad de Dios, y al pie del tabernáculo halló consuelo y fuerzas para seguir adelante.

Ella misma molía el trigo y amasaba la harina para la confección de las hostias que después serían consagradas en el altar. Además, fundó cofradías sacramentales que se extendieron por muchos lugares, impulsando notablemente la adoración eucarística.

La finalidad de esas hermandades era promover el esplendor en el culto a Jesús Sacramentado, garantizando el cuidado de los sagrarios, custodias y vasos sagrados, el orden y disposición de los ornamentos sacerdotales y el ajuar del altar, así como la digna organización en el traslado procesional del viático llevado a los enfermos. Las cofradías contaban con personas que verificaban e informaban a la autoridad competente cómo se veneraba la Eucaristía en los distintos lugares, a fin de garantizar que todo fuera realizado con la sacralidad propia a honrar al Pan del Cielo.

Teresa trabajaba para que el culto eucarístico no fuera únicamente un privilegio de los espacios sagrados, sino que tuviera influencia en la vida civil y cotidiana. Instituyó una especie de tendencia nueva, que ganaba fuerza al soplo de la Contrarreforma. De modo que mientras estaban los que se dedicaban a justificar el dogma eucarístico refutando doctrinariamente los errores, ella lo afirmaba en el terreno de las tendencias, poniendo una nota de grandeza, belleza y buen gusto en todo lo que se relacionara con el Santísimo Sacramento.

Abrasada de amor por la Eucaristía, deseaba que Jesús Hostia fuera adorado y respetado, dando a todos ejemplo de fervor. Tan apasionada se mostraba en ese empeño que el Papa Julio II la llamó «la loca del Sacramento», como aún es conocida en España.

Esta noble dama también era una gran devota de Nuestra Señora. Al comienzo de su testamento escribió: «En nombre de la bienaventurada Virgen gloriosa Santa María, […] a quien yo tengo por Señora y por Abogada en todos mis hechos y ahora, con devoto corazón, me ofrezco por su esclava y servidora y le ofrezco mi alma».1

Devoción desinteresada hasta la muerte

Dispuso que el día de su fallecimiento, ocurrido en 1529, los actos fúnebres de su entierro fueran sencillos, prohibió que se hablara sobre ella y mandó que el sermón se hiciera en honor del Santísimo Sacramento, lo cual manifestaba con mayor evidencia que todo cuanto había hecho en esta tierra no había sido más que por un amor puro y desinteresado para con Nuestro Señor en la Eucaristía.

El proceso diocesano de su beatificación ha sido concluido recientemente en la archidiócesis de Toledo, en cuyo territorio está situada Torrijos, localidad donde residió los últimos años de su vida.

Su cuerpo se conserva incorrupto y descansa en el monasterio de las Concepcionistas de esta última ciudad, convirtiéndose este hecho en una prueba para nosotros de cómo una vida recta, devota y compasiva atrae la benevolencia del Creador.

Esta noble dama supo depositar su corazón en el tesoro más grande que existe en esta tierra: Dios sacramentado
Cuerpo incorrupto de Teresa Enríquez – Convento de la Purísima Concepción, Torrijos (España)

Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón

Se engaña el que piensa: «Es muy fácil llevar a cabo grandes empresas cuando se tiene prestigio social, buenas relaciones y una considerable fortuna». Lo que define el éxito en el emprendimiento de una obra es su elevada finalidad y la virtuosa intención de quien lo realiza y no el entorno o los medios disponibles; éstos contribuyen, ¡y cuánto!, pero no son determinantes. En las cosas de Dios, la gracia divina es lo que más cuenta; los factores humanos son secundarios. En la actualidad, hay mucha gente con poder, influencia y dinero… mas ¡cuán poco se aplica ese capital para la gloria de Dios y el bien del prójimo!

Consciente de que el cristiano ha de ser un fiel reflejo de la vida de Nuestro Señor Jesucristo y de su Madre Santísima, Teresa Enríquez fue un admirable ejemplo de fervor, humildad y caridad desinteresada. Supo depositar su corazón en el tesoro más grande que existe en esta tierra: el humilde Prisionero que se esconde bajo las especies del pan y del vino. 

 

Notas


1 ENRÍQUEZ DE ALVARADO, Teresa. Testamento hológrafo, 30 de marzo de 1528. In: FERNÁNDEZ, Amaya. Teresa Enríquez, la loca del Sacramento. Madrid: BAC, 2001, p. 83.

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Del mismo autor

Artículos relaccionados