La inmaculabilidad personificada

En el monte Horeb, Dios comunicó su nombre inefable a Moisés: «Yo soy el que soy». Milenios después, una niña francesa oyó palabras similares de labios de la Santísima Virgen: «¡Yo soy la Inmaculada Concepción!».

«Yo soy la Inmaculada Concepción». Estas sencillas palabras, con las que Nuestra Señora se identificó a Santa Bernadette Soubirous en Lourdes, fueron objeto de constante meditación por parte del mártir de la caridad, San Maximiliano María Kolbe. Religioso franciscano,1 competente teólogo y gran devoto de la Santísima Virgen, tejió varias consideraciones sobre este título, del que pensaba que ocultaba un sublime arcano aún por ser desvelado: «Estas palabras salieron de la boca de la propia Inmaculada. Por lo tanto, deben indicar con exactitud y de la manera más esencial quién es Ella»; «Este nombre encierra muchos otros misterios que serán revelados con el tiempo».2

Y, al respecto, concluía: «Dios dijo a Moisés: “Yo soy el que soy” (Éx 3, 14): Soy la existencia misma, por eso no tengo principio. En cambio, la Inmaculada dijo de sí misma: “Yo soy la Concepción”, pero, a diferencia de todos los demás seres humanos, la “Inmaculada Concepción”».3

La Inmaculada Concepción define la persona de la Madre de Dios

A partir de estas premisas, el santo empieza a construir sus elevadas consideraciones: «Meditemos estas palabras. Ella no dijo: “Soy la que ha sido concebida sin pecado”, ni “la que ha sido preservada del pecado original”, ni otras formulaciones parecidas, sino que dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, como si al decir esto quisiera significar no solamente un hecho, no solamente una dignidad o cualidad, sino designar a su misma persona: “Yo soy” (cf. Éx 3, 14: Jn 8, 58; Ap 1, 8). La inmaculabilidad se identifica con la Virgen y la Virgen con la inmaculabilidad personificada».4

Según San Maximiliano, la Inmaculada Concepción es, por tanto, la definición misma de la persona de la Madre de Dios. ¿Qué le quiso comunicar la Santísima Virgen a la humanidad con ese título? Las consideraciones del religioso franciscano al respecto se encuentran entre las más profundas e inéditas explicaciones marianas que existen. Para seguirlas mejor, invitamos al lector a una reflexión.

Dios, completamente feliz, ¿por qué creó?

«Al principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gén 1, 1). Con esas breves palabras inicia el autor sagrado la narración de la historia de la creación.

Si pudiéramos contemplar a través de una «grietecilla» lo que existía fuera del tiempo, incluso antes de la creación, ¡caeríamos de rodillas en adoración! En la eternidad, la Santísima Trinidad existe —recalcamos el verbo en presente— en perfecta y total felicidad. El Padre, al conocerse plenamente, engendra al Verbo, y del amor entre ellos procede el Espíritu Santo. En esta eterna convivencia entre las tres Personas, que constituyen el único Dios, no falta nada. Criatura alguna puede añadir algo a su infinita gloria, ni completar su alegría absoluta.

Entonces, ¿qué le movió a Dios a crear?

Nuestra mente, sujeta al tiempo, imagina el plan de la creación desarrollándose cronológicamente: los ángeles y el universo material son creados, una parte de ellos peca y se condena; el hombre también es creado, comete el pecado original y el Verbo se encarna para redimir a la humanidad.

En realidad, con un único y eterno acto de su voluntad Dios determinó todo el plan de la creación, previendo todo lo que sucedería hasta la consumación de los siglos.5 Al concebir tal obra, ¿cuál era en su mente el punto más elevado y noble? Evidentemente, la Encarnación del Verbo. San Francisco de Sales explica que, así como «la vid se planta nada más que por el fruto y, aunque las hojas y flores le preceden en la producción, hablando del fruto es éste el principal deseado y reclamado», así también, «el Salvador fue el primero en los designios divinos y en ese proyecto eterno que la Divina Providencia hizo de la producción de las criaturas».6 Por eso, San Pablo enseña que Nuestro Señor Jesucristo es «el primogénito de toda criatura» y que «todo fue creado por Él y para Él» (cf. Col 1, 15-16).

¿Por qué se encarnó el Hijo?

Dios Padre creó el mundo para que su Hijo se encarnara.7 Pero ¿por qué se encarnó? Esta pregunta, que intrigó mucho a los Padres de la Iglesia, provocó un vivo debate en la Edad Media, especialmente entre franciscanos y dominicos.

Hasta el día de hoy, multitud de teólogos —en su mayoría dominicos— afirman que la Encarnación ocurrió para la Redención de la humanidad. Por lo tanto, si Adán no hubiera pecado, Cristo no se habría encarnado. Grandes doctores, entre ellos el propio Santo Tomás de Aquino,8 se inclinaban por esta hipótesis. Sin embargo, otros defienden que la Encarnación, al ser la obra más grande de Dios en la creación, habría sucedido independientemente de la caída de nuestros primeros padres. Esta hipótesis la sostienen sobre todo los franciscanos, y su mayor partidario fue el Beato Juan Duns Escoto. Llegó a ser conocida como la tesis franciscana por excelencia: la primacía absoluta de Cristo.9

Aunque la discusión es apasionante, no es posible examinar aquí todos los excelentes argumentos de ambas partes. Los partidarios de la tesis de la Encarnación independiente del pecado, siguiendo la opinión de la mayoría de los Padres de la Iglesia, especialmente los de Oriente, resumen su pensamiento con la formulación clásica de San Atanasio: «El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios».10 Es decir, el Verbo tomó nuestra carne sobre todo para comunicar a los hombres, y a los propios ángeles,11 una participación en la vida divina por la gracia.12

Siguiendo la tradición de toda la Iglesia Oriental y Occidental, esta obra de deificación se le atribuye al divino Espíritu Santo. 13 Por lo tanto, el Padre creó para que el Hijo se encarnara y el Hijo se encarnó para que el Espíritu deificara.

¿Por qué el Espíritu Santo deifica?

Mientras que el Verbo es «imagen del Dios invisible» (Col 1, 15), el conocimiento que el Padre tiene de sí mismo, el Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo, amor personal dentro de la Trinidad, amor «que viene de Dios y es Dios, […] por el que se derrama la caridad de Dios en nuestros corazones, haciendo que habite en nosotros la Trinidad»,14 según el hermoso vuelo de San Agustín.

Aquí llegamos al núcleo del pensamiento marial de San Maximiliano, y al porqué del nombre Inmaculada Concepción. Tomando la palabra concepción —recepción de la vida mediante la unión conyugal— como análoga al fruto del amor entre los esposos, San Maximiliano empieza tejiendo sorprendentes consideraciones sobre la vida interna de la Trinidad. Unas horas antes de ser detenido por la Gestapo, dictó este breve resumen de su pensamiento al respecto:

«¿Quién es el Padre? ¿Qué es lo que constituye su ser? Engendrar, porque Él engendra al Hijo, desde la eternidad y para toda la eternidad engendra siempre al Hijo. ¿Quién es el Hijo? Es el engendrado, ya que siempre y eternamente es engendrado por el Padre. ¿Y quién es el Espíritu Santo? Es el fruto del amor del Padre y del Hijo. El fruto del amor creado es una concepción creada. Así pues, el fruto del amor, del prototipo de este amor creado, no es sino la concepción. Luego, el Espíritu es una concepción increada, eterna. Es el prototipo de cualquier concepción de la vida en el universo. […] El Espíritu, por consiguiente, es una concepción santísima, infinitamente santa, inmaculada».15

Para el santo, por tanto, Inmaculada Concepción —considerando el término concepción como una analogía del amor— es el nombre con el que podemos dirigirnos al Espíritu Santo, amor personal en el seno de la Trinidad.16 Si el Espíritu Santo es la infinita e increada Inmaculada Concepción, María es la Inmaculada Concepción creada y finita. He aquí el significado más profundo del nombre con el que la Santísima Virgen se dio a conocer en Lourdes. De lo que San Maximiliano infiere: «Si, entre las criaturas, una novia recibe el nombre de su prometido, porque ella le pertenece y se une a él, se vuelve semejante a él y, en unión con él, se convierte en agente creador de vida, con mayor razón el nombre del Espíritu Santo, “Inmaculada Concepción”, es el nombre de aquella en quien Él vive de un amor fecundo en todo el orden sobrenatural».17

Así pues, el amor entre los esposos en la tierra es una pálida imagen del vínculo entre el Espíritu Santo y María:18 «En las semejanzas creadas la unión de amor es la unión más íntima. Las Escrituras afirman que serán dos en una sola carne (cf. Gén 2, 24) y Jesús subraya: “De modo que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt 19, 6). De manera incomparablemente más rigurosa, más interior, más esencial, el Espíritu Santo vive en el alma de la Inmaculada, en su ser y la hace fecunda, y eso desde el primer momento de su existencia, para toda su vida, es decir, para siempre».19

Por lo tanto, podemos concluir que si el Espíritu Santo deifica lo es a causa de María. Ella no fue la primera en ser deificada en el tiempo, ya que Dios creó a los ángeles y a nuestros primeros padres en gracia. Sin embargo, en los designios divinos Ella tiene la primacía en la intención de la deificación de toda la creación: «La criatura totalmente llena de ese amor, de divinidad, es la Inmaculada, sin la menor mancha de pecado, aquella que nunca se desvió de la voluntad de Dios en nada. Ella está unida de manera inefable al Espíritu Santo, porque es su Esposa, pero lo es en un sentido incomparablemente más perfecto de lo que ese término puede expresar en las criaturas».20

El complemento de la Santísima Trinidad

San Maximiliano no considera la Inmaculada Concepción sólo en su aspecto negativo, esto es, la preservación completa de la mancha del pecado, por los méritos de la Redención obrada por Nuestro Señor Jesucristo. Para él, la palabra inmaculada, aplicada a María, significa sobre todo una unión perfecta de la voluntad con el Espíritu Santo.21

Nuestra Señora es la propia inmaculabilidad, la personificación del Espíritu Santo y el complemento de la Santísima Trinidad
«La coronación de la Virgen», de Gentile da Fabriano – Pinacoteca de Brera, Milán (Italia)

Por eso, San Maximiliano llega a afirmar que la Santísima Virgen no sólo fue concebida sin pecado, sino que es «la inmaculabilidad misma»22 o «la inmaculabilidad personificada»,23 así como «un objeto blanco es más que su blancura, o un objeto perfecto es más que su perfección».24 Es decir, Ella es Inmaculada no sólo porque está exenta de pecado, sino sobre todo porque está unida plenamente a la voluntad divina sin mancha alguna.

En otras palabras, Nuestra Señora es como la «personificación del Espíritu Santo»,25 como explica el P. Peter Damian Fehlner, teólogo contemporáneo y gran autoridad en la mariología de San Maximiliano.

Con verdadera audacia, el santo franciscano llega a hacer una analogía entre la Encarnación del Verbo y la unión entre María y el Espíritu Santo: «Él está en la Inmaculada, como la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo de Dios, está en Jesús, pero con esta diferencia: que en Jesús hay dos naturalezas, la divina y la humana, y una única Persona: la divina. La naturaleza y la persona de la Inmaculada, al contrario, son distintas de la naturaleza y la persona del Espíritu Santo. Esta unión, sin embargo, es tan inefable y perfecta que el Espíritu Santo actúa a través de la Inmaculada, su Esposa… Así pues, venerando a la Inmaculada, veneramos de manera muy especial al Espíritu Santo».26

Así como el Hijo fue enviado por el Padre para encarnarse y, sobre todo, unir a Dios con la creación, el Espíritu Santo fue enviado por el Padre y por el Hijo para deificar a María y, de este modo, unir la creación a Dios.27 En Ella se realiza el milagro del regreso de la obra de los seis días al Padre eterno. Al respecto, comenta San Maximiliano: «El retorno a Dios, la reacción igual y contraria se produce de manera opuesta a la de la creación. En el caso de la creación [todo viene] del Padre a través del Hijo y el Espíritu, mientras que aquí, a través del Espíritu, el Hijo se encarna en el seno de Ella y, a través de Él, el amor vuelve al Padre. Ella entonces, integrada en el amor de la Santísima Trinidad, se convierte desde el primer momento de su existencia, para siempre, eternamente, en complemento de la Santísima Trinidad».28

La más alta expresión de amor que regresa al Creador

Si la «llave del amor» fue la que abrió la mano creadora de Dios para que el universo existiera, según la bellísima expresión de Santo Tomás de Aquino,29 el retorno de la creación a Dios sólo puede realizarse a través del amor. El Padre quiso crear para que el Hijo se encarnara, el Hijo se encarnó para que el Espíritu Santo nos deificara y el Espíritu Santo nos deifica para que el amor de la creación vuelva al Creador. Y este milagro, por voluntad de Dios, se realiza por María:

«La manifestación más alta del amor de la creación que regresa a Dios es la Inmaculada, el ser sin mancha de pecado, toda hermosa, toda de Dios. Ni siquiera un instante su voluntad se alejó de la voluntad de Dios. Ella ha pertenecido siempre y libremente a Dios. En ella se produce el milagro de la unión de Dios con la creación».30

En efecto, «en la unión del Espíritu Santo con Ella, no sólo el amor une a estos dos seres, sino que el primero de ellos es todo el amor de la Santísima Trinidad, mientras que el segundo es todo el amor de la creación. Así, en esta unión el Cielo se une a la tierra, todo el cielo con toda la tierra, todo el Amor increado con todo el amor creado».31

«Por ti, Dios ha creado el mundo»

Terminemos estas consideraciones con un pensamiento de San Maximiliano que realmente nos conmueve por su piedad mariana y nos invita a confiar en María Santísima de todo corazón, recurriendo a Ella en todo y para siempre:

«Por ti, Dios ha creado el mundo. Por ti, incluso a mí, Dios me ha llamado a la existencia. ¿De dónde viene esta fortuna mía? Te lo ruego, concédeme alabarte, ¡oh Virgen Santísima!».32

 

Notas


1 En la Edad Media, los franciscanos fueron los más grandes defensores de la Inmaculada Concepción de María, definida por la Iglesia como dogma solamente en 1854. Así pues, era habitual encontrar imágenes de la Inmaculada con esta frase: Per Christum præservata, per Franciscum defensa (preservada por Cristo, defendida por Francisco). Fue el franciscano Juan Duns Escoto quien elaboró los argumentos definitivos para resolver el debate teológico que había llevado a varios doctores a negar este privilegio de María.

2 EK 1318, p. 2021; 1331, pp. 2043-2044. Los fragmentos de los escritos de San Maximiliano citados en este artículo con la abreviatura EK (Escritos Kolbe) han sido tomados de la obra: SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE. Escritos. São Paulo: Paulus, 2021. Las referencias indican el número del escrito y la página donde se encuentra.

3 EK 1292, p. 1975.

4 SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE. «Conference VI». In: Roman Conferences. New Bedford: Academy of the Immaculate, 2004, p. 41.

5 Cf. ROSCHINI, OSM, Gabriel. Instruções marianas. São Paulo: Paulinas, 1960, p. 22.

6 SAN FRANCISCO DE SALES. Traité de l’amour de Dieu. Paris: J. Gabalda, 1934, t. I, p. 91.

7 Aunque la creación, como toda obra ad extra de la Trinidad Santa, fuera realizada por las tres Personas divinas, se le atribuye a Dios Padre: el Padre eterno crea por su Hijo, que es su Verbo, y en el Espíritu Santo, el amor entre el Padre y el Hijo (cf. EMERY, OP Gilles. The Trinitarian Theology of St. Thomas Aquinas. Oxford: Oxford University Press, 2007, pp. 338-342).

8 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 1, a. 3.

9 Para una introducción a este tema, véase: DEAN, FI, Maximilian Mary. A Primer on the Absolute Primacy of Christ. New Bedford: Academy of the Immaculate, 2006. Para profundizar en la tesis, véase también: BONNEFOY, OFM, Jean-François. Christ and the Cosmos. Paterson: St. Anthony Guild, 1965.

10 SAN ATANASIO. De incarnatione Verbi, n.º 54: PG 25, 192B.

11 Este punto es un corolario de la tesis franciscana de la primacía absoluta de Cristo (cf. BONNEFOY, op. cit., pp. 282-308).

12 Para una explicación detallada del tema con base en los Padres de la Iglesia, véase: ARINTERO, OP, Juan G. La evolución mística. Madrid: BAC, 1959, pp. 23-61.

13 Ídem, pp. 170-171.

14 SAN AGUSTÍN. De Trinitate. L. XV, c. 18.

15 EK 1318, p. 2022.

16 San Maximiliano sabía bien que, en teología, la palabra concepción está consagrada para significar la generación del Verbo. Él la utiliza aquí como analogía del amor entre cónyuges para significar la procesión por vía volitiva del Espíritu Santo, distinta de la procesión por vía intelectiva del Verbo, designada con la palabra generación (cf. FEHLNER, OFM Conv, Peter Damian. The Theologian of Auschwitz. Hobe Sound: Lectio, 2019, pp. 286-295).

17 EK 1318, p. 2024.

18 El título Sponsa Spiritus Sancti —Esposa del Espíritu Santo— le fue aplicado a María por San Francisco de Asís en la antífona Sancta Maria Virgo del Oficio de la Pasión que compuso. Quizá fuera el primero en emplearlo. San Maximiliano, como buen franciscano, hace generoso uso de este título para comprender las relaciones del Paráclito con Nuestra Señora (cf. SCHNEIDER, OFM, Johannes. Virgo Ecclesia Facta. New Bedford: Academy of the Immaculate, 2004, p. 105).

19 EK 1318, p. 2023.

20 Ídem, ibidem.

21 Cf. FEHLNER, op. cit., p. 166.

22 SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE, apud PIACENTINI, OFM Conv, Ernesto. Immaculate Conception Panorama of the Marian Doctrine of Blessed Maximilian Kolbe. Kenosha: Franciscan Marytown Press, 1975, p. 14. El P. Piacentini explica a continuación que San Maximiliano no le atribuye a la Virgen una perfección infinita, lo cual cabe nada más que a Dios, sino que tan sólo afirma que María refleja las perfecciones divinas de la forma más plena posible a una criatura.

23 SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE, «Conference VI», op. cit., p. 41.

24 EK 1224, p. 1846.

25 FEHLNER, op. cit., p. 143. San Maximiliano llega a decir que «la tercera Persona de la Santísima Trinidad no se encarnó. Sin embargo, la expresión “Esposa del Espíritu Santo” es mucho más profunda de lo que este título comporta en los asuntos terrenales. Podemos afirmar que la Inmaculada en cierto modo es la Encarnación del Espíritu Santo» (SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE, apud FEHLNER, op. cit., p. 250).

26 SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE. La Inmaculada revela al Espíritu Santo. Barcelona: Testimonio, 2014, p. 57.

27 Cf. FEHLNER, op. cit., p. 143. Para profundizar más sobre el tema, véase también las páginas 174 a 178.

28 EK 1318, p. 2023.

29 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Super Sententiis. L. II, proœmium.

30 EK 1310, p. 1997.

31 EK 1318, pp. 2023-2024.

32 EK 1305, p. 1993.

 

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Del mismo autor

Artículos relaccionados