La humanidad ha fracasado porque ha obrado sin Dios

«Cuando los hombres se deciden a cooperar con la gracia de Dios, son las maravillas de la historia las que así obran», pues «no hay nada que pueda derrotar a un pueblo virtuoso y que verdaderamente ama a Dios».

V Domingo del Tiempo Ordinario

El mundo, con todas sus instituciones, parece dominado por el mal —llamado Revolución por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira— y sigue caminos sinuosos, «progresando incesantemente hacia su trágico final».1 Pero el bien, es decir, la Contra-Revolución, es invencible, porque cuenta con un dinamismo incalculable, «ciertamente superior al de la Revolución»: la gracia.

Por lo tanto, «cuando los hombres se deciden a cooperar con la gracia de Dios, son las maravillas de la historia las que así obran». Y el fruto de esa cooperación consiste en las «grandes resurrecciones del alma a las que también son susceptibles los pueblos. Resurrecciones invencibles, pues no hay nada que pueda derrotar a un pueblo virtuoso y que verdaderamente ama a Dios».2

Por ello, prestemos atención en la liturgia de este domingo.

La pesca milagrosa – Catedral de
San Quiliano, Cobh (Irlanda)

Isaías, en su visión, recibe la revelación de que el manto del Señor se extiende por todo el Templo, el cual se llena de incienso y del clamor de voces (cf. Is 6, 1-4). Ahora bien, no hay sitio donde el Señor no esté presente. El salmista, que canta la acción de gracias del pueblo que regresa del exilio, le suplica a Dios que complete la obra empezada y reconoce que no es posible obrar sin Él, ya que todo es fruto de sus manos (cf. Sal 137).

San Pablo declara su indignidad —ni siquiera merece, dice, «ser llamado apóstol»—, pero afirma sin vanidad que ha trabajado más que todos los demás, «aunque no he sido yo —asegura—, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Cor 15, 9-10).

Finalmente, en el Evangelio, ante dos barcas detenidas en la orilla del lago, Jesús desafía a sus discípulos y les ordena que salgan hacia aguas más profundas. Pedro reconoce el fracaso de toda una noche de esfuerzos —«Hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada»—, pero intuye que el fracaso puede ser el punto de partida hacia el éxito cuando uno se propone cooperar con la gracia: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lc 5, 5). Y se produjo el milagro.

No sin razón, comentó el Dr. Plinio: «Cuando el tormento o la tormenta haya llegado al auge, es el momento de preparar el incienso y todo lo necesario para cantar el magníficat. Porque cuando el sufrimiento llegue al auge, Nuestra Señora intervendrá y nos salvará».3

Así pues, los hombres han de reconocer que no es posible actuar sin Dios y que nada, absolutamente nada bueno y verdadero —en cualquier campo de la actividad humana— puede hacerse sin el auxilio de la gracia.

«¡Mi alma engrandece al Señor!» (cf. Lc 1, 46), cantó María. «Engrandecer» es reconocer la necesidad de recurrir a Dios en todos los actos de nuestra vida. He aquí la enseñanza de la Virgen para la humanidad fracasada por el pecado original. ◊

 

Notas


1 Corrêa de Oliveira, Plinio. Revolução e Contra Revolução. 9.ª ed. São Paulo: Arautos do Evangelho, 2024, p. 36.

2 Idem, p. 188.

3 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 3/1/1967.

 

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