La fuerza redentora del dolor

Sabed que a los ojos del Señor es valioso de un modo particular precisamente el sufrimiento del justo y del inocente, más que el del pecador; éste, en efecto, sufre sólo por sí mismo, por una autoexpiación, mientras que el inocente capitaliza con su dolor la redención de los demás.

El problema del dolor

El sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. […] El problema del dolor acosa sobre todo a la fe y la pone a prueba. […]

En efecto, cuando prevalece la tendencia a apreciar la vida sólo en la medida en que da placer y bienestar, el sufrimiento aparece como una amenaza insoportable, de la que es preciso librarse a toda costa.

Fragmentos de: San Juan Pablo II.
Evangelium vitæ, 25/3/1995.

Cristo nos enseña la dignidad del sufrimiento

[A la luz de la cruz] el dolor se hace sagrado. Antes —y todavía, para quien se olvida que es cristiano— el sufrimiento parecía pura desgracia, pura inferioridad, más digna de desprecio y repugnancia que merecedora de comprensión, de compasión, de amor. Quien ha dado al dolor del hombre su carácter sobrehumano, objeto de respeto, de cuidados y de culto, es Cristo doliente […].

Hay más, Cristo no demuestra solamente la dignidad del dolor; Cristo lanza un llamamiento al dolor. Esta voz, hijos y hermanos, es la más misteriosa y la más benéfica que ha atravesado la escena de la vida humana. Cristo invita al dolor a salir de su desesperada inutilidad, a ser, unido al suyo, fuente positiva de bien, fuente no sólo de las más sublimes virtudes —desde la paciencia hasta el heroísmo y la sabiduría—, sino también de capacidad expiadora, redentora, beatificante, propia de la cruz de Cristo.

Fragmentos de: San Pablo VI.
Discurso, 27/3/1964.

Cuando el sufrimiento se vuelve fecundo

Si es cierto que el dolor humano sigue siendo un gran misterio, no lo es menos que adquiere un sentido, mejor dicho, una fecundidad, gracias a la cruz de Cristo. […]

Sabed que a los ojos del Señor es especialmente valioso precisamente el sufrimiento del justo y del inocente, más que el del pecador, porque éste, realmente, sufre sólo por sí mismo, por una autoexpiación, mientras que el inocente capitaliza con su dolor la redención de los demás.

Fragmentos de: San Juan Pablo II.
Discurso, 24/9/1979.

La fecundidad de la Iglesia depende de la cruz

Toda la fecundidad de la Iglesia y de la Santa Sede depende de la cruz de Cristo. De lo contrario, es apariencia, si no es que algo peor. […]

Por ejemplo, un sacerdote que personalmente lleva una cruz pesada a causa de su ministerio, y sin embargo cada día va a la oficina y trata de hacer su trabajo lo mejor posible, con amor y con fe, ese sacerdote participa y contribuye a la fecundidad de la Iglesia. Y lo mismo un padre o una madre de familia, que en casa vive una situación difícil —un hijo que da preocupaciones, un padre enfermo— y lleva adelante su trabajo con empeño: ese hombre y esa mujer son fecundos con la fecundidad de María y de la Iglesia.

Fragmentos de: León XIV.
Homilía, 9/6/2025.

Potencia redentora del sufrimiento

Cristo es el único que verdaderamente no tiene pecado, y que, más aún, ni siquiera puede pecar. Es, por tanto, aquel —el único— que no merece absolutamente el sufrimiento. Y sin embargo es también el que lo ha aceptado en la forma más plena y decidida, lo ha aceptado voluntariamente y con amor. […]

Así, por obra de Cristo, cambia radicalmente el sentido del sufrimiento. Ya no basta ver en él un castigo por los pecados. Es necesario descubrir en él la potencia redentora, salvífica del amor.

Fragmentos de: San Juan Pablo II.
Audiencia general, 9/11/1988.

Crucificados con Cristo

[Jesús] es víctima, pero para nosotros, al ofrecerse a sí mismo en vez del hombre sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del Apóstol, «habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir, que imiten su humildad y eleven a la suma Majestad de Dios la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y expiando cada uno de sus propios pecados. Exige, finalmente, que nos ofrezcamos a la muerte mística en la cruz juntamente con Jesucristo, de modo que podamos decir como San Pablo: «Estoy clavado en la cruz juntamente con Cristo».

Fragmento de: Pío XII.
Mediator Dei, 20/11/1947.

Una partícula del tesoro de la Redención

El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. […]

Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás.

Fragmentos de: San Juan Pablo II.
Salvifici doloris, 11/2/1984.

Socios en la expiación

La pasión expiadora de Cristo se renueva y en cierto modo se continúa y se completa en el Cuerpo Místico, que es la Iglesia. Pues sirviéndonos de otras palabras de San Agustín: «Cristo padeció cuanto debió padecer; nada falta a la medida de su pasión. Completa está la pasión, pero en la cabeza; faltaban todavía las pasiones de Cristo en el cuerpo». […]

Con razón, pues, Jesucristo, que todavía en su Cuerpo Místico padece, desea tenernos por socios en la expiación, y esto pide con Él nuestra propia necesidad; porque siendo como somos «cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte miembro» (1 Cor 12, 27), necesario es que lo que padezca la cabeza lo padezcan con ella los miembros.

Fragmentos de: Pío XI.
Miserentissimus Redemptor, 8/5/1928.

Todos podemos participar de la Redención

Llevando a efecto la Redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de Redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo. […]

Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: «Sígueme», «Ven», toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento.

Fragmentos de: San Juan Pablo II.
Salvifici doloris, 11/2/1984.

Insertar las pequeñas pruebas en el gran sufrimiento de Cristo

También por lo que atañe al sufrimiento la historia de la Iglesia está llena de testigos que se entregaron sin medida por los demás, a costa de duros sufrimientos. Cuanto mayor es la esperanza que nos anima, tanto mayor es también en nosotros la capacidad de sufrir por amor de la verdad y del bien, ofreciendo con alegría las pequeñas y grandes pruebas de cada día e insertándolas en el gran «com-padecer» de Cristo.

Fragmento de: Benedicto XVI.
Homilía, 6/2/2008.

 

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