En las intervenciones de Dña. Lucilia se percibe un elemento común: el deseo de grabar en los corazones la certeza del auxilio que ella obtendrá para quien recurre con confianza a su intercesión.

 

Con el transcurso del tiempo, Dña. Lucilia viene sorprendiendo cada vez más con los favores que obtiene para todos los que, independientemente de la situación en la cual se encuentren, recurren a ella con verdadera fe y confianza en su intercesión.

Doña Lucilia con su bisnieto en 1956

Un problema inesperado

Es lo que le sucedió a Luciana da Silva Sbeghen, residente en Mairiporã, Brasil. Diversos problemas con su automóvil y un cambio de residencia le acarrearon unos gastos que la dejarían con serias dificultades financieras. Las fue venciendo poco a poco, pero cuando pensaba que había pasado lo peor, un nuevo apuro vino a llamar a su puerta…

«Cierto día», nos cuenta, «fui al bautizo del hijo de una amiga y al arrancar el coche a fin de volver a casa, todas las luces del tablero de mandos se encendieron; preocupada, le pedí inmediatamente a Dña. Lucilia que aquello fuera sólo un susto y que el coche no tuviera ningún problema serio, pues hacía poco tiempo que lo había arreglado y me estaba gastando mucho en obras de mantenimiento de la nueva casa».

Nada más llegar a su residencia, Luciana le envió a un empleado del concesionario un vídeo del tablero con las luces encendidas, explicándole lo ocurrido. Le dijeron que no podía circular con el automóvil en ese estado, por lo que tuvo que ir una grúa para llevarlo a revisión.

Continúa ella: «Cuando el vehículo llegó al concesionario, un empleado me llamó por teléfono. Le pedí si podía hacerme únicamente una estimación de la avería, pues me encontraba con el presupuesto muy ajustado y, sobre todo, rezaba para que fuera solamente un susto. Horas después me llamó y me dijo: “Luciana, ya dispongo de una opinión acerca de lo que le pasa al coche. Tengo dos noticias, una buena y otra mala”. Le pregunté: “¿No puede ser sólo la buena?”. Entonces me informó de que sería necesario cambiar varias piezas caras, como la bomba del combustible, y que todo saldría unos 6000 reales».

Hábil intervención de Dña. Lucilia

Bien podemos imaginar lo que esto supuso para Luciana… «En ese momento, casi rompí a llorar; le comuniqué que no tenía esa cantidad y, por lo tanto, no podría arreglar el vehículo. Pero me dijo que me calmara y añadió: “La buena noticia es que no le voy a cobrar las piezas…”. Desconcertada, le pregunté el sentido de sus palabras, porque mi coche era un modelo antiguo y estaba fuera de la garantía».

Cual no fue su sorpresa al oír del mecánico la explicación: «Soy el empleado más valorado, por votación, de mi empresa en Brasil. Por eso, recibo 10 000 reales al año para beneficiar a quien quiera; y la he elegido a usted, pues he visto que tiene una imagen de la Virgen de las Gracias en el salpicadero del coche y parece ser una persona con mucha fe. ¡Siga siempre así! Así que sólo me pagará 500 reales, por la mano de obra».

Luciana se quedó tan perpleja que ni logró agradecérselo en ese momento; únicamente lloraba al ver cómo Dña. Lucilia había resuelto el problema con su habitual superabundancia y agilidad: suplió la falta de recursos económicos e hizo que el vehículo le fuera devuelto en mejores condiciones de las que estaba antes.

Cuando fue a retirar el automóvil del taller, Luciana le contó la historia al empleado, el cual demostró significativa emoción. Entonces le dio una foto de Dña. Lucilia, que él besó y guardó en su cartera.

Vemos, pues, cómo esta señora tan bondadosa atiende siempre a aquellos que le presentan sus angustias y problemas, pero exige de ellos algunas gotas de confianza en medio de la perplejidad, para «conquistar» el mérito de una mayor fe en su intercesión.

Maternal intercesión

Residente igualmente en Mairiporã, nos escribe Melissa Cunha para contarnos cómo fue beneficiada por Dña. Lucilia.

Encontrándose desempleada y viéndose en la necesidad de tener que ayudar a su madre a cancelar varias deudas y cubrir los gastos de la casa, Melissa rezaba diariamente el Rosario pidiéndole a Dña. Lucilia la gracia de conseguir un trabajo.

Cada día crecía su esperanza en el auxilio de esta bondadosa señora, la cual no la defraudó. Pasado un tiempo, recibió un mensaje en la que se le avisaba que le habían concedido el anhelado empleo. Radiante de alegría, volvió a rezarle a su bienhechora, esta vez para agradecerle el favor recibido. Desde entonces empezó a considerar a Dña. Lucilia como su madrina, pues tenía la certeza de que ella estaría dispuesta a ayudarla en cualquier situación.

De modo que, cuando su sobrina enfermó, sin que nada la hiciera mejorar, Melissa ya sabía a quién recurrir… Prometió rezar ante un cuadro de su «madrina» si la pequeña se recuperaba y el resultado no se hizo esperar: al día siguiente su hermana le telefoneó para comunicarle que la niña estaba en perfectas condiciones de salud.

Una enfermedad grave y súbita

Fernando ante la basílica de Nuestra Señora del Rosario, de Caieiras (Brasil)

Fernando Waldemar Reyes Palencia, de Guatemala, nos relata cómo Dña. Lucilia intervino suave y eficazmente en su vida en una fase en que su salud se había debilitado de forma inesperada.

Coronel retirado del Ejército guatemalteco, practica triatlón desde hace más de quince años; este deporte exige mucha robustez y fuerza de voluntad, pues consiste en un conjunto de tres pruebas olímpicas: cerca de 1500 metros de natación, 10 kilómetros de carrera a pie y 40 kilómetros en bicicleta. Cierto día, mientras se entrenaba con su bicicleta para una competición que realizaría en el norte del país, no consiguió terminar el ejercicio porque empezó a sentir un fuerte dolor en la espalda.

Al principio creyó que se trataba únicamente de un problema muscular sin importancia, pero el domingo siguiente, al recibir la sagrada comunión en la Misa, el dolor se manifestó nuevamente, en esta ocasión agravado por una dificultad de respirar. Anduvo con mucho esfuerzo hasta su coche, pero al verse incapaz de conducir le pidió ayuda a su hijo mayor. Éste llamó a Emergencias y enseguida lo trasladaron al Hospital Nuestra Señora del Pilar, donde fue atendido en Urgencias por un médico amigo; debido a la intensidad de los dolores, él y otros especialistas sospecharon que se trataba de un trastorno vesicular.

Desde el primer día en el hospital, le fueron aplicadas altas dosis de morfina. Una resonancia magnética reveló un cuadro de neumonía con presencia de líquido en el pulmón derecho, que hacía necesario practicarle un drenaje.

Su estado empeora aún más

En la casa madre de los Heraldos del Evangelio, en São Paulo

Fernando fue trasladado enseguida a la UTI. Debido a los dolores intensos y la insuficiencia respiratoria, se le hacía muy difícil conciliar el sueño; sólo aguantaba permanecer sentado. En ese período todas las decisiones relacionadas con su salud dependían de su familia, ya que en varias ocasiones estaba inconsciente.

Al amanecer del día siguiente a su ingreso en la UTI, una enfermera que preparaba la medicación movió accidentalmente el drenaje torácico, el cual tocó algunos nervios, provocándole terribles dolores durante unas horas. Esto llevó al neumólogo a retirarle el tubo, pues, además de causarle molestias, se había vuelto inútil para drenarle el pulmón, ya que la materia que debía ser sacada había adquirido una consistencia gelatinosa.

Acompañado desde el principio por su hermana —Olgui de Ruiz, cooperadora de los Heraldos del Evangelio—, Fernando le pidió que llamara a un sacerdote y a determinada hermana de esa asociación, con los que mantenía contacto. El sacerdote compareció enseguida y le administró los sacramentos de la Confesión y de la Unción de los Enfermos, pero la hermana no pudo atender su petición porque se encontraba de viaje.

Con el paso de los días, la situación se agravaba, por el aumento de la segregación en el pulmón, lo que exigía una intervención quirúrgica para su limpieza. Sin embargo, no podía ser llevada a cabo a causa de las precarias condiciones de salud de Fernando y la persistencia de la bacteria causante del mal.

«Me quedé esa noche hablando con la señora de la fotografía»

Así relata Fernando el desenlace del caso: «Los médicos, conjuntamente con mi familia, decidieron operarme en la mañana del 20 de enero y programaron hacerla al día siguiente. Aún en la noche del día 20 llegó a Guatemala la hermana con quien yo deseaba conversar, la cual vino directamente del aeropuerto al hospital, para visitarme. Además de rezar y pedirle a Dios por mi salud, me entregó unas fotografías de Nuestra Señora de Fátima y de Dña. Lucilia, recomendándome que les rezara y le hiciera una promesa a Dña. Lucilia para recuperar mi salud. Esa noche me quedé hablando con la señora de la fotografía y le prometí que si me ayudaba a salir de aquella situación, visitaría su tumba en Brasil».

Su petición no tardó en ser atendida: aunque había sido larga, la operación se realizó sin complicaciones y sus condiciones de salud empezaron a mejorar. Estuvo sólo 48 horas en la UTI y a la semana siguiente, tan sólo cinco días después de la intervención, los médicos le dieron el alta.

Habiendo permanecido en casa de su hermana durante su convalecencia, Fernando adquirió la costumbre de acompañarla todos los días a la Misa celebrada en la casa de los Heraldos del Evangelio, aunque el desplazamiento aún le fuera penoso. Allí conoció mejor a la institución, así como la vida del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira y de su madre, Dña. Lucilia.

Soluciones divinas que la ciencia no explica…

Fernando Waldemar ante el túmulo de Dña. Lucilia, en el cementerio de la Consolación

«El pronóstico por el daño de los pulmones era de volver a caminar normalmente en ocho meses», narra Fernando. No obstante, para mayor constatación de la ayuda de Dña. Lucilia, ocho días después de haber salido del hospital ya estaba caminando bien, sin oxígeno ni ayuda del andador.

«En la primera consulta después de mi salida del hospital, los médicos me preguntaron: “¿Cómo hizo para estar caminando tan rápido?”. Les respondí: “Fue un milagro de Dña. Lucilia…”. Ellos no lo comprendían, pero yo sí».

La recuperación transcurrió de forma tan rápida que el 6 de febrero Fernando asistió a la ceremonia del primer sábado, en la casa de los Heraldos del Evangelio; el 22 de marzo hizo una peregrinación al santuario del Cristo de Esquipulas, situado a 220 kilómetros de su ciudad, acompañado por un amigo. El 24 de abril, tan sólo tres meses después de la operación, retomó sus actividades deportivas, recorriendo 80 kilómetros en bicicleta de carreras; esa mejoría sorprendió, no solamente a los médicos, sino a todos los que habían conocido su enfermedad y las secuelas que normalmente deja. Finalmente, el 26 de abril se consagró a Nuestra Señora según el método de San Luis María Grignion de Montfort.

Con autorización del neumólogo, el 21 de junio, antes de que se cumplieran seis meses de su operación, Fernando embarcó para Brasil a fin de cumplir la promesa que le había hecho a su celestial protectora. Al llegar a la ciudad de São Paulo se dirigió sin tardanza al cementerio de la Consolación, donde descansan los restos mortales de Dña. Lucilia.

Y él concluye su relato: «Esta fue la primera de mis visitas y, no obstante, aún se producen en mi interior sensaciones indescriptibles cuando me acuerdo de la emoción y alegría de cumplir la promesa que le hice a aquella que, desde el Cielo, me había ayudado a recuperar la salud del cuerpo y, sobre todo, la del alma».

*     *     *

Una vez más, estos hechos dejan claro la sorprendente intercesión de Dña. Lucilia, ora rápida, ora exigiendo persistencia en la oración, pero siempre minuciosa y maternal. Para cada caso, tiene una solución diferente, proporcionándoles a las almas la serenidad que los pequeños y grandes problemas del día a día le hacen perder.

Si bien, nótese que en esas intervenciones hay un elemento común a todas: el deseo de grabar en los corazones la certeza del auxilio que ella invariablemente obtendrá del Sagrado Corazón de Jesús para aquellos que le presentan sus aflicciones y dificultades con confianza. 

 

En la foto destacada: Luciana da Silva junto a un cuadro de su bienhechora

 

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