«Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos» (Cant 8, 7). ¡Cuán aplicables son estas palabras a Dña. Lucilia! Ella, que pasó su vida amando a Dios en el prójimo, ¿dejaría de hacerlo tras cruzar el umbral de la eternidad? Pues bien, una de las formas de demostrar su amor insondable a quienes confían en ella es responder con prontitud a sus peticiones.
Accidente grave, extraordinaria curación
Deseosa de manifestarle su gratitud, Cristiane Ramos Soares Carneiro, residente en la ciudad brasileña de Caieiras, nos envía un interesante relato de cómo esta madre caritativa siempre la atendió en momentos de necesidad.
En septiembre de 2018 su esposo, teniente del Cuerpo de Bomberos, sufrió un accidente mientras combatía un incendio en un edificio de la zona centro de São Paulo. Él y otros miembros del equipo quedaron atrapados en la tercera planta. Cuando finalmente fue rescatado, tenía quemaduras, internas y externas, en cerca del 20 % del cuerpo. Dada la gravedad de la situación, fue intubado y llevado a la UCI del Hospital de las Clínicas. Allí estuvo casi un mes, siendo sometido a dolorosos tratamientos, como el de desbridamiento de la piel.
Cristiane no dejaba de rezar por su recuperación. «En determinado momento —nos cuenta ella—, le pedí a Dña. Lucilia que mi marido pudiera al menos salir de la UCI y pasar a una habitación, lo que facilitaría el contacto con la familia». Doña Lucilia superó todas sus expectativas: dos días después de haberlo pedido, su esposo no sólo salió de la UCI, sino que le dieron el alta. «Ése fue el primer gran milagro de Dña. Lucilia en beneficio de mi familia», concluía Cristiane, llena de gratitud.
Una vez más, no desamparó
En 2021, ante la jubilosa espera del nacimiento de Miguel, su segundo hijo, Cristiane se sintió conmocionada al recibir el diagnóstico de que nacería con síndrome de Down, posiblemente agravado con una cardiopatía. Por si fuera poco, también se constató que el bebé demostraba ya una disminución en su crecimiento, y la cardiotocografía indicaba que sus movimientos no eran los esperados en el período gestacional en el que se encontraba. En resumen, la gravedad de la situación era tal que no estaba clara ni para los propios médicos.
Afligida ante una perspectiva tan horrible, Cristiane entendió que solamente del Cielo podría recibir ayuda, y consagró su hijo nonato a Dña. Lucilia.
A las treinta y siete semanas de embarazo, durante una consulta de rutina, le fue comunicado a la pareja la necesidad de realizar el parto aquel mismo día, teniendo en vista las condiciones que Miguel presentaba. «Fueron momentos de mucha angustia —cuenta la madre—. Estuve cerca de ocho horas recibiendo insulina para estimular el movimiento, pero él no respondía. Finalmente, el médico decidió hacer el parto por cesárea».
Ahora bien, contra todo pronóstico, Miguel lloró bastante al nacer y no hizo falta ningún auxilio respiratorio ni intervención quirúrgica. Fue directamente a los brazos de su madre. Así concluye Cristiane: «Tan pronto como lo tuve en mis brazos le agradecí de todo corazón a Dña. Lucilia este enorme milagro que era haber nacido bien».
Abriendo caminos hacia el Sagrado Corazón de Jesús
A ejemplo de la Santísima Virgen, la más complaciente de las madres, Dña. Lucilia se complace en acudir solícitamente en auxilio incluso de personas que le piden la solución de pequeños problemas de la vida cotidiana.
Éste es el caso de Helsi Carrera, de Perú.
Era el 24 de junio de 2022, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. El turno de trabajo de Helsi terminaría a las seis de la tarde, dejándole un tiempo muy justo para, acabada la jornada laboral, quedar con una amiga y juntas ir a misa. Salió aprisa, se montó en el coche y se marchó. Todo iba muy bien hasta que tuvo que parar en una rotonda debido a un enorme atasco. No se movía ningún vehículo siquiera un metro. No le quedó otro remedio que empezar a asistir a la misa que transmitían en directo por internet…
Llamó a su amiga para comunicarle que tardaría más de lo previsto y ella le aconsejó que pidiera el auxilio de los ángeles. Helsi comenzó a rezar, pero enseguida le vino a la mente la figura de Dña. Lucilia. «¡Claro que sí! ¿Cómo no iría a recurrir a ella?», cuenta Helsi. Y le dirigió esta filial oración: «Madrecita, ¡ayúdame! ¡Sácame de aquí! Ábreme el camino para que pueda llegar a la misa en honor del Sagrado Corazón de Jesús, a quien tú amas tanto y de quien eras muy devota!».
Acto seguido, empezó a disolverse la congestión y Helsi pudo, llena de satisfacción, comentar con su amiga la solícita bondad de Dña. Lucilia.
«Estoy contigo y tu petición ha sido escuchada»
Durante la pandemia de la Covid-19, Benjamín, el hijo más pequeño de Claudia Espejo, residente también en Perú, estuvo dos años sin asistir a la escuela. Cuando por fin se restableció la normalidad, manifestó una enorme dificultad de adaptación en la vuelta a clase. Se sometió a un test psicológico, en el que se le detectó un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). La psicóloga recomendó que le consultaran a un neuropediatra, quien dio un preocupante diagnóstico: trastorno del espectro autista nivel 1.
Muy temerosa por el futuro de su hijo, Claudia rezaba y lloraba mucho. Un día se acordó de que un sacerdote heraldo le había dicho que a una madre le está permitido darles la bendición a sus hijos. Entonces, una noche en la que estaba rezando con ellos, cogió agua bendita y le hizo una señal de la cruz en la espalda a Benjamín, haciéndole a Dña. Lucilia esta súplica: «Te entrego a mi hijo. Ayúdame como madre y adóptalo». Y siguió rezando por él en casa y en la iglesia, ante el Santísimo Sacramento.
Pronto comenzó a percibir cambios en las actitudes del pequeño. Un nuevo examen psicológico arrojó un resultado muy alentador: 90% de recuperación, cuadro confirmado por la profesora contratada para ayudarlo en casa. Y la monitora del colegio informó que se estaba esforzando para progresar cada día y sus notas habían mejorado; era «un niño muy noble y con un gran corazón».
Ahora bien, un día en que Claudia estaba ordenando los cajones de Benjamín, con enorme sorpresa encontró entre los papeles una estampa de Dña. Lucilia. Y nos envió este conmovedor relato: «No sé explicar cómo llegó allí esa foto. Cuando la cogí en mis manos sentí que me decía: “Estoy contigo y tu petición ha sido escuchada”. El cambio de Benjamín fue algo realmente inexplicable. Puse la estampa en mi habitación y cada vez que la miro siento el amor de una madre, yo que tengo cuatro hijos y lo daría todo por ellos».
Solución rápida y completa
Edson Luiz Sampel, profesor del Instituto Superior de Derecho Canónico de Londrina y presidente de la Comisión Especial de Derecho Canónico de la Orden de Abogados de Brasil, deseando mostrar su agradecimiento a Dña. Lucilia, nos transmite su testimonio:
«Había una pendencia financiera, es decir, una prestación económica que tenía que pagar mensualmente. Como no podía librarme amistosamente de esa obligación, que consideraba injusta, me vi forzado a recurrir a la vía judicial. Desde el primer momento en que interpuse la demanda le pedí a Dña. Lucilia que intercediera desde el Cielo por mí, y que, si era voluntad de Dios, obtuviera yo la exoneración total de la referida pendencia. Para mi alegría y sorpresa, ya al inicio del proceso, días después de la instrucción, el juez otorgó medidas cautelares, eximiéndome completamente del pago mensual. Finalmente, la sentencia confirmó la decisión cautelar y la parte contraria no interpuso recurso».
En esta rápida solución del problema, el Dr. Sampel reconoce la intervención de Dña. Lucilia.
Una súplica hecha con fe
Izabel Bispo de Oliveira Moura, de Rondonópolis (Brasil), narra también cómo Dña. Lucilia atendió su oración. Su bisnieta, con tan sólo ocho meses de edad, tuvo una incontrolable crisis de tos. Fue llevada enseguida al médico y tomó la medicación prescrita, pero sin resultado. Su situación se agravaba cada vez más, llegando al punto de perder el aliento y desmayarse.
Así relata Izabel el desenlace del caso: «Estábamos desesperados, pero poco después volvió en sí. Había leído un texto que contaba algunos milagros de Dña. Lucilia. Entonces me apegué a ella y le pedí que hiciera que la tos de la niña parase, ya que el médico no había acertado con el tratamiento. ¡Pedí con fe! Y a partir de ese momento ya no tosía como antes».
Resuelta esta primera aflicción, se pudo obtener el diagnóstico de ese malestar por parte de otro especialista, quien le recetó algunos medicamentos. En pocos días la pequeña se recuperó por completo.
* * *
Estos son algunos más de los innumerables favores que el Buen Dios concede en beneficio de quienes le piden ayuda y socorro por la intercesión de Dña. Lucilia. No dudemos, pues, en recurrir a ella en las situaciones difíciles de la vida, sean las que sean. ◊
Bondad e intransigencia
Lo que más resaltaba en Dña. Lucilia era un extraordinario misterio por el que su espíritu maternal la llevaba a querer bien a todos y cada uno. Bastaba que alguien se acercase a ella con confianza y el alma abierta, para que se sintiese tomado por su bondad envolvente y por aquel magnífico modo de ser, calificado por el Dr. Plinio de «aterciopelado». Ella trataba a los demás con una dulzura y un deseo de agradar verdaderamente cautivantes.
No obstante, se diría que esa afabilidad y afecto llevarían a Dña. Lucilia a condescender incluso con relación al mal. Quien así lo juzgase se equivocaría, pues esta bienquerencia no significaba liberalismo, sino, por el contrario, radicalidad, cuyo corolario era el amor a los buenos llevado hasta las últimas consecuencias, porque ella amaba a Dios. Y, en consecuencia, esto la llevaba a tener también un verdadero odio al mal. ¿En qué consistía ese odio al mal?
La esencia de la combatividad de Dña. Lucilia partía de un principio profundísimo de amor a Dios: Él es el Ser supremo, el Creador y Redentor, y debe ser amado sobre todas las cosas. Siendo así, en todo el orden de la Creación nada hay tan opuesto a Dios como el pecado, ya que es el acto de la criatura inteligente, ángel u hombre, que se rebela contra Dios, proclama otra ley, adversa a la divina y, en el fondo, se pone en pie de igualdad con Él.
Eso causaba en el alma de Dña. Lucilia un verdadero choque y, de inmediato, dolor al ver que Dios, tan bueno y superexcelente, no recibía todo el amor y devoción merecidos. Por eso, ella quería por todos los medios, que aquella alma se convirtiese y entrase de nuevo en armonía con Dios, arrepintiéndose de la ofensa que le había hecho.
Así es exactamente como Dios actúa con nosotros: Él nos ama con un amor extraordinario y, una vez que hemos cometido una falta, no quiere otra cosa sino perdonarnos y restituirnos todo lo que hemos perdido; y puede, incluso en el momento de la muerte, concedernos una gracia para que nos arrepintamos y salvemos nuestra alma. Pero no transige con el mal ni acepta defectos, porque Él es la Causa íntegra, sin ninguna mancha. […]
Se encantaba —Dña. Lucilia— con la inocencia y experimentaba una repulsa interior y verdadera indignación contra lo que iba en sentido opuesto. Esto se explica por el hecho de estar tan profundamente unida al Sagrado Corazón de Jesús que hacía que, para ella, la ley de la bondad y la ley de la verdad fuesen sólo una. O sea, el punto de partida de su amor maternal era el mismo de los mandamientos y, por tanto, cuando se trataba de principios, revelaba una radicalidad total: permanecía firme en su moralidad, sin ceder en nada, ni siquiera un milímetro, conforme comentó una vez el Dr. Plinio: «Esa energía tenía algo de afín con su bondad; y era la energía inquebrantable de la que daba pruebas en ciertas ocasiones: “On ne passe pas! —¡De aquí no se pasa!”». ◊
Extraído de: CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio.
El don de la sabiduría en la mente, vida y
obra de Plinio Corrêa de Oliveira.
Città del Vaticano-Lima: LEV;
Heraldos del Evangelio, t. I, 2016, pp. 132-133.