Madre extremosa, Dña. Lucilia se ha volcado con especial desvelo sobre los casos más intrincados e irreversibles. Los ha resuelto con eficiencia, es verdad, pero sobre todo con superabundancia de cariño y afecto.
Dice Jesús en el Evangelio que «todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre» (Mt 7, 8). Y aquellos que por eso han recurrido a la benévola intercesión de Dña. Lucilia no sólo no hallaron las puertas de la Divina Providencia entornadas, sino abiertas de par en par.
Las peticiones que a ella se dirigen, además de ser atendidas con prontitud, hacen que se derramen torrentes de afecto, auxilio y cariño sobre aquellos que la buscan. Porque esta generosa señora ha atendido las súplicas que a ella le elevan haciendo sentir el inefable afecto que el Sagrado Corazón de Jesús tiene por cada uno de nosotros, tanto más grande cuanto peores fueren los dramas y dificultades.
Novena pidiendo la ayuda de Dña. Lucilia
Jordania Patricia de Azevedo, de Fortaleza (Brasil), nos escribe para contarnos un hecho aparentemente simple, pero que demuestra ser fruto de una enorme gracia.
Se encontraba desde hacía meses con la salud debilitada y estaba realizando un tratamiento para las recurrentes infecciones que le aparecían después de haber sido operada del intestino. Afligida, comentó su cuadro médico con algunos heraldos precisamente el día en que descubrió que estaba con otro absceso en la pared abdominal izquierda.
«Me sugirieron que le hiciera una novena a Dña. Lucilia para pedirle su ayuda con el propósito de curar esas infecciones; así lo hice. Recé en la novena el Oficio de Nuestra Señora y cuando me faltaban dos o tres días para terminarla un conocido me comentó que la oración diaria de Dña. Lucilia era la Corona al Sagrado Corazón de Jesús; entonces me dijo: «Reza, Jordania, esa misma oración en la intención de tu salud, y no pares».
«Cuando acabé la novena, empecé a rezar diariamente la Corona al Sagrado Corazón de Jesús y desde que comencé me siento «diferente»…».
«¡Me siento tan saludable como antes!»
Impresionada con la rápida recuperación de su salud, Jordania comenta: «Antes me sentía enferma y le decía a mi esposo, llorando: «Incluso con todo el tratamiento, drenaje de absceso, medicamentos fortísimos, me siento enferma». No sé explicar cómo, pero no me sentía saludable de ninguna manera. Desde que empecé la novena, se me pasó esa sensación de estar enferma».
Segura de que había sido por intercesión de Dña. Lucilia que sus oraciones habían sido escuchadas, Jordania pudo constatar enseguida el motivo de mejoría que experimentaba al examinar el resultado de una prueba médica:
«¡Todos los valores eran normales! ¡Todos! ¡No constaba ninguna infección, ninguna inflamación, no constaba nada de anormal! Diferente a todos los demás exámenes de sangre que me había hecho. Para mayor gloria de Dios, alabanza de Nuestra Señora, y para que un día Dña. Lucilia sea reconocida como santa, les digo con mucha emoción: ¡Estoy bien, muy bien! Me siento tan saludable como antes…».
Jordania explica además que la resolución de la infección era una condición necesaria para que pudiera dar continuidad al tratamiento quirúrgico intestinal. Por eso, al mismo tiempo que agradecía a Dña. Lucilia la gracia alcanzada a través de su intercesión, le dirigía una nueva súplica:
Dulce y tierna mirada de madre
«Le pedía la gracia de que el cirujano no encontrara nada anormal, porque lo mismo desconfiaba de que hubiera una fístula. Le pedía también que él se sorprendiera de tal forma que él mismo me lo dijera. Y así ocurrió…
«La operación tuvo lugar el 19 de enero y al día siguiente, haciendo la visita, mi cirujano me dijo: “Su operación ha sido bastante rápida, estoy impresionado. No había nada de lo que yo esperaba encontrar; fue posible hacer todo lo que yo quería”.
«En ese mismo momento le agradecí enormemente a Dios, a la Virgen y a Dña. Lucilia esa gracia tan grande y el haberme adoptado como hija. Hoy estoy en casa, tan sólo siete días después de una operación de tamaño porte. ¡Lo considero un milagro! ¡Bendito sea Dios!».
Edificada por el ejemplo de madre y esposa que pudo admirar en la vida llena de templanza, fortaleza y docilidad de esa bondadosa señora, Jordania afirma: «Para aquellos que la buscan, pueden estar seguros: ¡Dña. Lucilia, con esa dulce y tierna mirada de madre, nos atiende!».
Repentino accidente cardiovascular
Francisco Estuardo Ruiz Cruz, de Guatemala, nos relata un impresionante hecho sucedido hace algunos años atrás con su padre, Francisco Fortunato Ruiz de León, hoy fallecido. En la época tenía 79 años.
«El 5 de marzo de 2013 mi padre sufrió una caída al despertarse y quedó tendido en su habitación. Mi madre, Alicia de Ruiz, lo asistió inmediatamente y mi hermana, que vivía con ellos, me llamó por teléfono para informarme de lo ocurrido. Enseguida nos trasladamos hacia allá.
«Cuando llegué, lo encontré sentado, consciente, pero sin poder hablar ni moverse. Tenía una mirada fija como queriendo expresarse, aunque no conseguía hacerlo… Por recomendación de mis hermanos médicos, lo llevamos al hospital de la Seguridad Social.
«Pasaban las horas y, lamentablemente, no le dieron una atención adecuada. Sólo por la tarde se consiguió que le realizaran una radiografía que, según los médicos, era necesaria para descartar alguna fractura craneal.
«Al final de la tarde, al estimar que se trataba de un accidente cardiovascular, hablamos telefónicamente con un médico conocido y le expusimos la situación. Nos recomendó entonces trasladarlo a un hospital privado».
Siguiendo la orientación recibida, Francisco se dirigió con su padre al hospital indicado, donde fue atendido por un neurocirujano que, según nos consta en su relato, es considerado uno de los mejores del país:
«Tras evaluarlo en Urgencias, lo trasladaron a la UCI, donde iniciaron una serie de exámenes. Aproximadamente a medianoche, el doctor nos enseñó, a mí y a mi esposa, la tomografía en la cual se veía un derrame en todo el cerebro y nos informó que era necesaria una operación, la cual sería de alto riesgo, pues su estado de salud era delicado…».
«Pusimos el caso en sus manos»
Ante la complicada situación de Fortunato, que había pasado horas sin una intervención médica efectiva y presentaba un peligroso cuadro clínico, Francisco demostró cierta aflicción, temiendo un agravamiento del estado de salud de su padre.
El médico, no obstante, al ver los medallones de la Virgen de Fátima que él y su esposa llevaban en su ropa como distintivo de cooperadores de los Heraldos del Evangelio, les dijo: «Ustedes siempre están cuidados por Ella, así que no se preocupen».
Ya que las soluciones humanas eran inciertas, incluso habiendo recurrido a la mejor atención médica posible, había llegado la hora de juntar las manos e implorar a los Cielos una intervención divina:
«Nos dirigimos nuevamente a la habitación y pusimos el caso en manos de Dña. Lucilia, pidiéndole un milagro por mi padre que estaba muy mal. Entonces dejamos una fotografía suya debajo de la almohada, del lado donde se encontraba el derrame, y rezamos suplicando claramente su auxilio».
Doña Lucilia no tardó en atendernos
Como verdadera y extremosa madre, Dña. Lucilia no tardó en atender los ruegos de este hijo afligido.
«A la mañana siguiente, aproximadamente sobre las 7 h, recibimos una llamada del doctor diciéndonos: «¡Milagro, milagro, milagro! Acabo de hacer unos estudios para determinar la operación y ya no hay hemorragia, ha desaparecido»».
Impresionados, Francisco y su esposa se dirigieron rápidamente al hospital. Al llegar, «el médico nos mostró los exámenes y nos explicó que el porcentaje que había quedado lo absorbía el propio organismo, con la ayuda de medicamentos. Nos dijo: «No hay operación, no tengo más que hacer en este caso, por lo que los traslado con otro médico»».
Alguien nos ayudó desde el Cielo…
Tras la considerable mejoría del estado clínico de su padre, Francisco no dudó de que Dña. Lucilia llevaría este caso hasta el final:
«Diez días después salió del hospital y fue a realizar su recuperación en nuestra casa. En su alimentación, realizada las primeras semanas por medio de sonda, eran incluidos pétalos de rosas de la tumba de Dña. Lucilia.
«A los cuarenta días tocaba una cita con el doctor, que se quedó impresionado al verlo llegar caminando con ayuda de un andador. Al cumplirse los tres meses del accidente, durante una comida, mi padre agradeció todos los cuidados y dijo que era hora de regresar a su casa».
Lleno de contentamiento por el favor concedido, Francisco concluye su testimonio diciendo:
«Nuestra mayor recompensa fue oírle conversar nuevamente y verle caminar al salir de casa, pues era una de las peticiones concretas que habíamos implorado al Cielo por intermedio de Dña. Lucilia. Sabíamos que alguien desde el Cielo nos había ayudado a aumentar nuestra fe, y era quien había cuidado de él a cada momento desde el accidente».
«La operación fue simplemente un éxito»
Renata Patricia Baía de Souza Cruz, de Belém (Brasil), también nos escribe para narrarnos una gracia alcanzada por intercesión de Dña. Lucilia durante el difícil período de la enfermedad de su esposo.
«El 8 de abril de 2019 a mi marido le diagnosticaron un adenoma de hipófisis que medía en torno a 4 centímetros. El tumor (benigno) había provocado una lesión en el nervio óptico, irreversible, y la cirugía, obligatoria en este caso, sería para salvarle la vida, ya que el tumor continuaría creciendo hasta el punto de oprimir el cerebro y causarle la muerte. La operación no era curativa para la ceguera en sí, pues la lesión ya tenía tres años.
«En junio de 2019, con ocasión del Primer Sábado, estuvieron con nosotros dos sacerdotes heraldos que se dispusieron a atender a mi marido en confesión y administrarle la sagrada Eucaristía. En esta visita, uno de ellos hizo el pedido a Dña. Lucilia de un milagro para el caso de mi marido. Rezamos e hicimos la petición juntos».
Y, según nos narra Renata, el resultado de esas oraciones no se hizo esperar: «La operación fue simplemente un éxito».
Misteriosa presencia junto al lecho
Renata nos cuenta también un hecho que ocurrió durante el período de dieciséis días de internamiento de su esposo, a través del cual tuvo la plena certeza de que Dña. Lucilia lo estaba realmente protegiendo con especiales cuidados:
«Yo lo estaba acompañando y, de repente, me pidió que le limpiara los ojos y me preguntó quién estaba soplando sobre ellos. Quería que esa persona dejara de soplar y de echarle como papelitos picados… Le dije que no había nadie más en la habitación; que sólo estábamos los dos. Pero él insistía afirmando que había alguien soplándole en los ojos y muy de cerca. Creía que era alguien de baja estatura por la proximidad con que sentía el soplo».
¿Habrá sido alguna «alucinación»? ¿O realmente había alguien más presente en aquella habitación? Según Renata, la respuesta para la segunda pregunta es sí: Dña. Lucilia se encontraba presente junto al lecho de su esposo, acompañándolo con especial desvelo en su recuperación, que vino a superar todas las expectativas:
«Para nuestra sorpresa, su vista fue mejorando cada día más y después de veinte días de internamiento le dieron el alta. Al llegar a casa, bajó del coche en el aparcamiento solo y me dijo que no me preocupara. Estaba viendo y conseguiría llegar hasta el ascensor sin ayuda. Yo me quedé realmente perpleja en ese momento, pero exultante de alegría por ser testigo de un gran milagro, pues contrariaba todas las previsiones médicas sobre la lesión ocular irreversible.
«Me dijo además que estaba viendo mejor con el ojo derecho, en el que había recibido más soplo, pero el ojo izquierdo ya lo tenía abierto hasta la mitad y actualmente siente que se ha abierto un poco más todavía, lo que nos deja muy felices».
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He aquí nuevos relatos de gracias que nos llevan a constatar, una vez más, cómo Dña. Lucilia se ha volcado con desvelo materno sobre los casos más intrincados e irreversibles. Con eficiencia, es verdad, pero sobre todo con superabundancia de cariño y afecto. ◊