«Es un milagro». Así describe Glendy Tejero la ayuda que recibió del Cielo, por intercesión de Dña. Lucilia, en un momento en el que los médicos consideraban inminente la muerte de su hijo.
Glendy, buena católica y catequista, reside en la ciudad de Mérida (México). Es ingeniera bioquímica, casada y madre de dos hijos: Regina, de 7 años, y Luis, de 4. Las dificultades llamaron a su puerta al inicio de la pandemia, cuando su marido perdió su trabajo. En esta perturbadora situación, se puso en contacto con los Heraldos a través de las redes sociales y, poco después, se consagró como esclava de amor de la Santísima Virgen.
Una devoción desconocida…
Mientras tanto, su madre, Rosario, tomó conocimiento de la vida de Dña. Lucilia y le dijo: «Oye, hija mía, hay una señora que hace milagros». Pero como su madre no le dijo el nombre de esta mujer ni añadió ningún otro dato concreto, y el único problema de la familia eran las dificultades económicas, Glendy se limitó a preguntarle en broma: «Ah, ¿y da dinero? ¡Pues ojalá que algún día se me aparezca y me consiga algo de dinero!».
Nos cuenta ella: «En realidad, no le di importancia a lo que mi madre me refería, no la creía. Ella insistía: “¡Es una señora que hace milagros!”. Pero cada vez que me lo repetía, más me molestaba; sentía que me estaba haciendo perder el tiempo con esas cosas. Me mandó por WhatsApp la vida de Dña. Lucilia, pero ni siquiera descargué el video».
Inicio de un largo calvario
Sin embargo, en enero de 2022 llevó a su hijo Luis a una consulta médica donde le diagnosticaron una terrible enfermedad: artritis idiopática juvenil. Fue necesario un tratamiento con metotrexato. Este medicamento, que causa varios efectos adversos, provocó una fuerte caída de las defensas naturales del organismo del niño. Era sólo el inicio de un largo calvario, según nos lo relata Glendy:
«Mi hijo seguía encontrándose mal. Entonces los médicos le recetaron en noviembre, además de metotrexato, ciclosporina, otro medicamento muy fuerte, utilizado por personas que han tenido trasplantes de médula ósea y órganos sólidos. Ese mismo mes, las defensas naturales quedaron completamente reducidas a cero. Luego, el neumólogo le detectó sinusitis. Y su cara estaba hinchada.
»El 24 de diciembre noté erupciones en los labios. Al día siguiente percibí un punto negro en la boca. Un día después, esa mancha negra ya le cubría todo el paladar. Lo llevé sin demora al médico de urgencia, donde constataron que tenía mucormicosis, un hongo muy peligroso que avanzaba rápidamente hacia el cerebro. Entonces me dice el doctor: “Es mucormicosis, a su hijo sólo le quedan tres días de vida”. Me sentí desorientada, pues era muy fuerte para mí saber que iba a perderlo».
En el hospital todo empeora
Sin esperar éxito, los médicos comenzaron un tratamiento con anfotericina B para contener la infección; no obstante, este antifúngico atacó los riñones. Al mismo tiempo, los análisis de sangre señalaban la posibilidad de que Luis también tuviera leucemia, por lo que los médicos no quisieron exponerlo a los riesgos de una operación. Esto significaba renunciar al único recurso que tenían para intentar salvarle la vida.
Fue necesario someter al niño a un aspirado de médula ósea para comprobar que no padecía leucemia, y sólo entonces se realizó el desbridamiento quirúrgico, con el objetivo de contener la propagación del hongo.
Todos los médicos le decían a Glendy que su hijo iba a morir. Esto la trastornó tanto que ya no podía ni verlos. En esta situación cada vez más angustiosa, sintió que su fe flaqueaba, hasta que un día Dña. Lucilia acudió en su socorro.
Un enigmático sueño
A mediados de noviembre Glendy tuvo un sueño. «Soñé —decía ella— que estaba en un lugar parecido a un consultorio médico, pero que no conocía. Recuerdo haber visto a una mujer de cabello blanco, con cerca de 60 años, la cual se me acercó y me dijo que mi hijo estaba bien y que bastaba tener confianza». En medio de tantas preocupaciones, ese sueño no parecía que tuviera ningún significado.
Rosario, preocupada por la vida de su nieto, le aconsejó a su hija que le pidiera un milagro a Dña. Lucilia. «Pero ¿quién es Dña. Lucilia?», preguntó Glendy. Su madre le dio una explicación sumaria y le indicó el sitio web de los Heraldos del Evangelio, donde podía encontrar una información más detallada.
Cierta noche, después de rezar con su hija el Rosario del día, en YouTube, Glendy decidió ver otros programas de los Heraldos del Evangelio, entre ellos éste: Doña Lucilia, una dama llena de virtudes y gran intercesora ante Dios. Cual no fue su sorpresa al encontrarse con una fisonomía ya conocida… Así narra la emoción que sintió: «Cuando estaba asistiendo al vídeo sobre la vida de Dña. Lucilia sentí una emoción muy grande: “¡No puede ser! ¡Ésa es la mujer que vi en mi sueño y que me dijo que mi hijo estaba bien! ¿No será que me estoy volviendo loca? ¿Será que me va a ayudar?”».
«Voy a pedir su intercesión»
Y de inmediato tomó una decisión: «Dios mío, le voy a pedir a Dña. Lucilia que interceda por mí, porque —así lo pensaba yo…— casi nadie la conoce, a lo mejor nadie le está pidiendo nada y entonces me va a hacer caso. Así que voy a pedir su intercesión. Vi en el programa una oración hecha por una persona que necesitaba dinero para pagar el alquiler, tomé una captura de pantalla, que aún conservo en mi celular, e hice esa misma oración, pidiendo la curación de mi hijo. Me aferré a ella y le pedí con todas mis fuerzas que por su intercesión mi hijo se salvara».
Veremos a continuación cómo Dña. Lucilia no despreció la súplica de esta madre angustiada.
Luis logró sobrevivir a la intervención quirúrgica. Sin embargo, los médicos no tenían dudas sobre el fatal desenlace de la enfermedad y advirtieron a la familia de la inminencia de su fallecimiento. Ingresado en una zona aislada de la UCI, el pequeño luchaba, literalmente, entre la vida y la muerte.
El equipo médico pensó que ésa sería su última noche, debido a la falta de reacción de su organismo y a que el hongo estaba cada vez más cerca del cerebro. Por eso se le permitió a Glendy estar unos minutos con él, para despedirse. Luis se encontraba inconsciente, intubado y con una especie de cápsula en la cabeza.
¡Sucede lo inexplicable!
Una vez junto a la cama, Glendy dio rienda suelta a la angustia que la asfixiaba. Aprovechó para abrazar el cuerpo casi examine de su hijo y, entre sollozos, le dijo: «Hijito mío, si Mamita María te habla, si Jesús viene por ti, mi vida, ándate, yo voy a estar bien. Sólo diles que me den fuerzas». Abrazada a su hijo, cantó el magníficat, himno muy apreciado por ella y por el niño, y se dispuso a salir, ya que el tiempo de visita en cuidados intensivos era sólo de diez minutos.
No obstante, al dejarlo nuevamente en la cama, notó que se movía. El niño se sentó y empezó a quitarse los tubos. Entonces la médica le dijo a la afligida madre que esperara fuera de la habitación. Allí se quedó junto a la puerta, acompañada por su esposo. Y ambos oyeron al pequeño gritando que quería ver a su papá y a su mamá. Y además: ¡quería un flan y un jugo!
«Para mí, es un milagro —escribe Glendy—, es algo que no lo puedo explicar. Sólo pudo haber sido obra de Dios, no hay más. Mi esposo notó que a partir de aquel día parecía que había vuelto a la vida, empezó a comer, empezó a hablar, y los médicos me decían que estaba muy bien… Para mí, ya en ese momento el milagro estaba hecho. Sin embargo, me dijeron: “No lo podemos atender acá, porque es algo demasiado grave; lo tienen que ver otros médicos, en un hospital más avanzado. Vamos a trasladarlo a Ciudad de México”».
Nuevas pruebas
Continúa Glendy: «Unos días antes de irnos a la capital, fui al hospital por la noche. Estaba todo perfecto. Entra en la habitación un doctor y comienza a examinar a mi hijo, que estaba dormido. Algo vio que no le gustó y encendió las luces; salió corriendo y en unos segundos la habitación se llenó de médicos y de aparatos. Pregunté qué pasaba y uno de ellos me respondió que a mi hijo le estaba dando un paro cardiaco. Sin entender la gravedad del caso, pregunté: “Pero ¿va a estar bien?”. Respuesta: “Señora, ¡su hijo puede morir en este momento!”».
Glendy siguió confiando en el favor que ya había obtenido y, gracias a Dios, este nuevo peligro también fue apartado. Los niveles de potasio habían disminuido mucho debido a la anfotericina, pero después de que Luis fue medicado no hubo mayores complicaciones.
En Ciudad de México le tocó otro período de pruebas: tratamientos, cirugías, hospitalizaciones, durante las cuales los médicos todavía temían lo peor. Para Glendy, no obstante, una luz había inundado el oscuro túnel por el que atravesaba: «¿Sabe una cosa? Nunca he dudado. Cuando hacían esos diagnósticos negativos, decía yo: “Aquí va a pasar lo que Dios quiera que pase”. Los médicos de Ciudad de México me decían que mi hijo se iba a morir, y por dentro me reía, segura de que, si Dios quisiera, volvería conmigo. No voy a mentir, también yo tenía mucho miedo, lloraba, sufría y me sentía completamente sola en un lugar donde no conocía a nadie. Pero sentía que mi fe volvió después de lo que ocurrió».
Una promesa de gratitud
Finalmente, en abril, Luis recibió el alta. Tendrá que someterse todavía a diversos tratamientos, pues perdió el tabique, que tuvo que ser extraído, y buena parte del paladar. ¡Pero ahora está bien!
Concluye Glendy, rebosante de gratitud: «Esta es la historia de cómo Dña. Lucilia hizo un milagro en la vida de mi hijo, porque sin conocerla, sin saber nada de ella, ya me había dado esperanzas de que mi hijo iba a estar bien. Y se lo pedí con mucha fe, le prometí que llevaría a mi hijo donde quiera que ella estuviera, y voy a divulgar esto para que la gente conozca el milagro que ella hizo».
Una hernia incurable
No menos maternal es el auxilio concedido por Dña. Lucilia a José Ferreira, residente en Matías Barbosa (Brasil); y no menor la expresión de su gratitud tras ser favorecido por esta bondadosa señora.
Leyendo en la revista Heraldos del Evangelio los numerosos relatos de personas que pidieron la intercesión de Dña. Lucilia y fueron escuchadas, el Sr. Ferreira se hizo devoto de ella. Y como él mismo padecía un mal prácticamente incurable, no dudó en recurrir a su auxilio.
Hacía más de treinta años que sufría de una hernia de hiato esofágico. Era pequeña al principio, pero, según el parecer de un médico de aquella época, no se podía eliminar mediante cirugía. Con el paso del tiempo, creció mucho y le provocaba graves molestias. En los últimos diez años no conseguía alimentarse bien, debido a los continuos reflujos gastroesofágicos y a los terribles ataques de vómito. Todo esto resultó en una considerable pérdida de peso.
Su hija Débora describe así sus padecimientos: «Mi padre es un buen hombre desde tiempos antiguos, al que le gustaba la mesa generosa, con muchos invitados reunidos en nuestra casa. Debido a su dolencia quedó muy aislado. Además, se vio obligado a dormir sentado, ya que no podía reposar la cabeza sobre una almohada baja ni siquiera durante cinco minutos».
En esta etapa de la enfermedad, en la que su familia y los médicos creían que no había posibilidad de vuelta atrás, el Sr. Ferreira se aferró a su devoción a Dña. Lucilia. Narra Débora: «Por las oraciones, y con el tiempo, sin ningún tipo de medicación, ¡mejoró muchísimo! Nos dijo que le pidió volver a comer las cosas que le gustaban. También nos contó que soñó con Dña. Lucilia, y ella le dijo que le iba a ayudar a recuperarse y a poder alimentarse normalmente. De hecho, mejoró. Hoy en día mi padre come como antes —evitando, por supuesto, algunos alimentos— y ¡puede dormir tumbado con dos almohadas! Él atribuye a su devoción hacia ella el haber alcanzado esta gracia».
Y la cosa no quedó ahí. Habiendo sufrido una caída, a consecuencia de la cual corría el riesgo de no poder andar nunca más, fue con el auxilio de Dña. Lucilia que el Sr. Ferreira se enfrentó a cinco operaciones. Se convirtió en su intercesora predilecta, cuya ayuda recomienda a todos los que necesitan cualquier tipo de socorro.
Una pequeña «capilla» donde encuentra alivio para su alma
En junio de 2021, como muestra de agradecimiento por tantos favores recibidos de Dña. Lucilia, el Sr. Ferreira decidió construir un pequeño oratorio privado para sus devociones particulares, en el que esta bondadosa señora tiene un lugar de honor. Cuando sus hijas le dijeron que tal vez fuera una exageración por su parte, les contestó enfáticamente: «No, no sabéis cuánto he mejorado y cuánto le debo!».
Así pues, la pintoresca «capillita», como él la llama, fue construida en la finca de la familia, lugar que el Sr. Ferreira visita todos los días, aprovechando para cuidar el jardín y hacer sus oraciones. Allí es donde encuentra alivio para su alma, tranquiliza su espíritu cuando la impaciencia amenaza nublar su ánimo, y pide auxilio en los momentos de dificultades. De este modo espera poder divulgar esta devoción privada en un mundo cada vez más necesitado de la luz y del consuelo maternal que Dña. Lucilia nos trae. ◊