Entre el monasterio y el centro comercial

Explosión de colores, elegancia en las formas, lujo en los mínimos detalles… ¿Buen gusto o exageración? ¿Para qué tanta belleza?

El edificio que ilustra estas páginas, construido a finales de la Edad Media en estilo gótico flamígero policromado, es un claro ejemplo del espíritu que impregnó su época.

Su llamativa y realmente artística techumbre permite al espectador adivinar la altura de los techos de los salones interiores. Uno de ellos también aparece representado aquí: su techado abovedado, sus vitrales y su hermoso retablo, dispuestos junto a camas adornadas con esmero, forman un cuadro asombroso. ¿Una capilla? ¿Un dormitorio? ¿De qué se trata?

Si fuera un monasterio, ¡qué audacia tendrían sus residentes al colocar un altar con el Santísimo Sacramento en el mismo sitio donde dormían!… Pero estamos lejos de eso. De hecho, un noble llamado Nicolás Rolin construyó este «palacio» con vistas a ser… ¡un hospital de caridad para indigentes! Hablamos del Hôtel-Dieu de Beaune (en la Borgoña francesa), una mera muestra del espíritu caritativo que animaba a la civilización cristiana en su conjunto.

Vista del patio interior del Hôtel-Dieu de Beaune

Al comienzo, los establecimientos sanitarios cristianos estaban destinados esencialmente a dar cobijo a los extranjeros, aunque también cuidaban de los enfermos.1 No obstante, este último propósito se convirtió poco a poco en el principal. En este sentido, la Orden de los Caballeros de San Juan, conocidos como los hospitalarios, y el acogedor albergue que fundaron en Jerusalén ejercieron una enorme influencia. Según el código de administración del lugar, escrito en 1150, todo enfermo que se acercara allí debía recibir los sacramentos de la confesión y la comunión, y luego ser llevado a su cama e, independientemente de su condición social, tratado como un señor.2

El hospicio de Jerusalén pronto inspiró, en distintos puntos de la cristiandad, la creación de instituciones que imitaran su seriedad en el cuidado de los enfermos y su preocupación por su limpieza física y moral. Por no hablar de los otros miles de centros caritativos o prestigiosas cátedras de medicina que el amor a Dios suscitó en el Occidente y el Oriente cristianos.

Sin embargo, la caridad no estaba destinada a sentarse para siempre en el mitológico trono de Asclepio. En el período moderno, la medicina se fue como «emancipando» progresivamente de la religión y de sus límites. Esta separación se manifestó de manera contundente después de la Revolución Industrial.

Como señalan algunos autores,3 los criterios de producción en serie empezaron a aplicarse gradualmente al ámbito de la salud, en un proceso que ha llegado hasta nuestros días. Una dolorosa prueba de ello es la impersonalidad y masificación de las relaciones, orientadas al bienestar estrictamente físico del enfermo.

Religiosas atienden a un enfermo en el Hôtel-Dieu de Beaune

¿Cómo se soluciona ese problema? En vez de perdernos en consideraciones teóricas, recurramos directamente a la simple experiencia de la vida real.

Hace unos meses, por motivos pastorales, tuve que visitar un hospital. El establecimiento me impresionó desde la entrada, donde me vi casi «obligado» a pasar frente a un bien equipado bazar. Más adelante, nuevas sorpresas: a la derecha, la sucursal de una franquicia especializada en chocolates; a la izquierda, el representante de un famoso distribuidor de aperitivos selectos; al fondo, una encantadora librería… ¿Me había equivocado de dirección?

En realidad, no. Siempre hemos escuchado que algunos hospitales buscaban adoptar una presentación sui géneris, inspirada en los centros comerciales, para distraer a sus pacientes. El objetivo no parece mal concebido. Al fin y al cabo, ¿qué habría de censurable en rodear el sufrimiento de imágenes «positivas» con vistas a levantar la moral de los enfermos? Además, el «hospital-centro comercial» tiene la ventaja de producir, gracias a sus pequeñas tiendas, beneficios suculentos…

Para ser más precisos, desde un enfoque biopsicosocial —por utilizar un término actualmente en boga—, los profesionales sanitarios han aplicado cada vez más el concepto según el cual la buena recuperación de un paciente depende, en gran medida, del ambiente que lo rodea.

Ahora bien, cabe señalar que esto no se trata de un descubrimiento moderno. Ya en el siglo xv, el Hôtel-Dieu de Beaune tenía la misma finalidad, con una única diferencia: mientras que hoy es necesario disfrazarse de centro comercial para no perder los ánimos, los medievales encontraban su consuelo en la luz tamizada de los vitrales, en la convivencia con religiosos y monjas de profunda abnegación y virtud y en la frescura de la presencia sacramental de Nuestro Señor Jesucristo. ¿No cree usted, lector, que eligieron la mejor parte? Y precisamente esa «parte» es la que el Hôtel-Dieu de Beaune ofrecía a sus «huéspedes», proporcionándoles cuidados de salud física en un entorno monacal, concebido para revitalizar el equilibrio espiritual.

La Habitación de los Pobres, con un altar al fondo donde se guardaba el Santísimo Sacramento

Entonces, ¿la medicina medieval iría por delante de la actual? En ciertos aspectos, como el comentado anteriormente, me atrevería a responder afirmativamente. Pero el tema es demasiado complejo para limitarse a un simple sí o no.

Quizá otra pregunta nos lleve a una respuesta más fácil: si la caridad hubiera seguido siendo el motor del comportamiento humano hasta nuestros días, ¿a qué nivel se encontraría la medicina contemporánea? O también, ¿qué modelo de hospital resultaría más eficaz para curar incluso los cuerpos: el centro comercial o el monasterio? ◊

 

Notas


1 Cf. Woods, Thomas E. Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental. Madrid: Ciudadela Libros, 2007, p. 218.

2 Cf. Risse, Guenter. Mending Bodies, Saving Souls. A History of Hospitals. New York: Oxford University Press, 1999, p. 141.

3 Véase, por ejemplo: Sgreccia, Elio. Manual de Bioética. 2.ª ed. São Paulo: Loyola, 2004, t. ii, pp. 18-19.

 

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