Estaba yo, la mañana de la fiesta del Corazón de Jesús, rezando en la capilla [del castillo de Darfeld] ante la imagen que tanto había amado de niña. […] El Santísimo Sacramento se hallaba expuesto. La imagen, en medio de flores y velas, quedaba tan cerca del altar, en el lado del Evangelio, que cuando rezaba ante la imagen, veía también con la misma mirada la sagrada hostia en la custodia.

Digo esto porque ya al principio expliqué que nunca pude separar el Corazón de Jesús de la Sagrada Eucaristía, pues aquí está verdaderamente presente aquel Santísimo Corazón como parte del preciosísimo cuerpo del Señor. La imagen representaba a los ojos corporales lo que la fe mostraba a los ojos del alma, y mi corazón estaba abrasado en las llamas del divino amor.
Acababa de comulgar, toda unida al Señor, embriagada de las delicias de su Corazón, cuando me dijo, no con una voz que resonara en mis oídos, sino con esa voz interior que entonces aún no conocía y que hoy me es tan familiar: «Serás esposa de mi Corazón».
No sé decir qué sentí. Me quedé enterrada, aniquilada, confundida y, al mismo tiempo, inundada por los torrentes de su amor. Qué momentos tan felices: ¡esposa de su Corazón! Pero ¿cómo, cuándo, y yo tan pobre, tan miserable? Oh, Jesús mío, sólo tú sabes lo que ha pasado entre nosotros, y nadie jamás lo entenderá.
Beata María del Divino Corazón.
Autobiografia. Lisboa: Congregação de Nossa Senhora
da Caridade do Bom Pastor, 1993, pp. 47-48.