El valor del tiempo

Filósofos y científicos intentaron explicar incansablemente su naturaleza, sin lograr otra cosa que describir sus accidentes. De todo lo conocible, no hay nada que fuera tan ignorado…

De los objetos comunes que usamos a diario, pocos —quizá ningún otro— nos sugieren consideraciones tan peculiares como el reloj.

De apariencia sencilla, se trata, no obstante, de un aparato complejo que, en sus más diversos aspectos y tamaños, forma parte de nuestro mobiliario y conveniencias, adorna tanto insignes monumentos públicos como modestos hogares. Hay que reconocer que, en cualquier caso y dondequiera que se encuentre, difícilmente permanecemos indiferentes a la poderosa atracción del tictac ligado al movimiento continuo de agujas y péndulos, sobre todo cuando la elegancia y el arte los enmarcan.

Sin embargo, sin desmerecer al aparato mecánico, parece que más habla al alma el flujo de los cristalitos que escurren hasta su agotamiento en un reloj de arena. Tal vez porque éste evoque, como ningún otro tipo de reloj, la fugacidad del tiempo…

Pero ¿qué es el tiempo? Acerca de él disertaron incansablemente afamados filósofos y hombres de ciencia, en un intento de explicar su naturaleza, sin lograr otra cosa que describir sus accidentes. Según algunos, de todo lo que se puede conocer, nada es tan ignorado; otros se sirvieron de él para formular complejas teorías cuánticas y siderales, aunque se quedaron sin despejar por completo su velo de misterio.

El Doctor Angélico lo define como la medida de la duración de las criaturas contingentes, sujetas a la generación y a la corrupción.1 Así podemos afirmar que, para cada uno de nosotros en particular, el tiempo no es más que un instante entre dos eternidades, abarcando el intervalo entre nuestro nacimiento y nuestra muerte.

Ampolleta de madera

Y porque mil años, comparados con la eternidad, no son más que un abrir y cerrar de ojos (cf. Sal 89, 4), el tiempo parece una mera ilusión, un simple y fugaz reflejo de la vida sempiterna del Ser substancial que le da sentido a todo, ajeno al tictac del reloj: Dios.

Sin bien sea efímero, el tiempo no deja de ser igualmente sublime. Recordemos que el Eterno quiso encarnarse, irrumpiendo en el tiempo para redimir a aquellos que, por la desobediencia, hicieron de cada segundo en esta tierra un gemido y una lágrima para ser derramada en el cáliz de la justicia.

En esta perspectiva, percibimos claramente que el granito de la ampolleta de nuestra vida no es mera arena o material innoble. Al contrario, cada segundo comprado con la sangre redentora es polvo de oro; cada instante transcurrido en la tierra puede determinar nuestro destino eterno a través de actos de virtud, por pequeños que sean, o de infidelidades.

Con preclara inteligencia nos advierte una sentencia comúnmente atribuida al célebre dramaturgo inglés William Shakespeare: «El tiempo es demasiado lento para los que esperan, demasiado rápido para los que temen, demasiado largo para los que sufren, demasiado corto para los que se regocijan; pero para los que aman, el tiempo es la eternidad».

Es eternidad… De hecho, de las tres virtudes teologales la caridad es la única que permanecerá cuando dejemos esta tierra (cf. 1 Cor 13, 13). Así pues, los mínimos momentos vividos lejos del amor a Dios son tiempo perdido, que nos será ineludiblemente requerido.

Detengámonos un instante en este comienzo de año y preguntémonos: ¿cómo administramos este don tan precioso que de Dios hemos recibido? Si somos sinceros con nosotros mismos, probablemente constataremos que, como dijo Paul Claudel, «no es el tiempo el que nos falta, somos nosotros los que le faltamos a él».

No permitamos que el áureo polvo del tiempo sea llevado infamemente por el vendaval de la banalidad, de la pereza, del mundanismo, del egoísmo y de la vergonzosa mezquindad. Por el contrario, que cada milésima de nuestra existencia constituya un grito de guerra contra el mal, una llama de amor a Dios, una entrega de holocausto en su altar. 

 

Notas


1 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 10, a. 4, ad 3.

 

2 COMENTARIOS

  1. El año 1980 llega a mi casa una monja Dominica,me invita a un retiro Espiritual ( Fahy),y despues de eso vi que se puede hacer con el (mi) tiempo.Aprender a amar-con mi poca capacidad(1 denario) y acciones al menos triplicarlos…Gracias hna Ana,Hna Brigida.,P.Sergio. x su tiempo.

  2. “ El valor del tiempo”
    La definición del tiempo como “ un instante entre dos eternidades “ lleva a reflexión sobre nuestra vida, acciones….., en el periodo efímero, fugaz que pasamos en la Tierra.
    Escribía Jorge Manrique en sus <>: “ Recuerde el alma dormida……como se pasa la vida como viene la muerte tan callando…..”, pero a menudo, inmersos en el mundo, olvidamos el tic- tac del reloj que, cuál despertador, nos avisa que los trenes ya están dispuestos , en parrilla de salida , para la partida.
    …Y nuestras maletas?, que hemos ido metiendo en ellas?, que regalos hemos ido comprado con las dádivas que se nos dio para nuestra estancia?…..
    Van repletas del Amor del Eterno o de furselerias?
    , porque de ello va a depender que subamos en un tren o en otro…
    III – Coplas Jorge Manrique
    ……. morir como debemos
    Porque según nuestra Fe
    es para ganar aquel
    que atendemos
    y aún aquel Hijo De Dios
    para subirnos al cielo
    descendió……

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