El trébol que convirtió a una nación

El Antiguo Testamento oyó las sílabas de ese secreto divino sin, no obstante, escucharlo; tal es su sublimidad que ningún profeta fue digno de pronunciarlo, y sólo el propio Verbo de Dios pudo revelarlo: la Santísima Trinidad.

Desvelada en algunos de sus enigmas, esta realidad divina no ha perdido en absoluto la grandeza con que el misterio la exalta. Ni la pluma poética y profunda de San Agustín, ni la inteligencia amorosa e insaciable de Santo Tomás de Aquino, ni siglos de teología católica escudriñando el arcano por excelencia pudieron agotar su inmensidad.

Para los misioneros, en particular, la Trinidad era un arma de evangelización, pero también un obstáculo que había que superar. Una vez convencidos los paganos de que no existe una infinidad de dioses, sino solamente un único Dios verdadero, ¿cómo persuadirlos de que en Él hay tres personas?

San Patricio se encontró con ese problema y lo resolvió. No con las hojas doradas de la sabiduría humana iluminadas por la fe, sino con otro tipo de hojas, siempre verdes, que él y los bárbaros de la antigua Irlanda sabían leer.

A través de un libro teológico de verdes páginas, San Patricio enseñó cómo Dios puede ser Uno en la esencia y Trino en las personas
San Patricio – Iglesia de Santa María, Waltham (Estados Unidos)

En otro tiempo esclavo y poco instruido en las ciencias de los hombres, sabiendo del latín sólo lo suficiente para ejercer su ministerio, el obispo Patricio comenzó su apostolado en las aldeas costeras, pero tan pronto como pudo se adentró en la isla, dirigiéndose a los que ostentaban el poder con el fin de obtener sin demora el mayor número de almas para el divino Maestro.

En la Pascua del 26 de marzo del 433, los druidas y los jefes tribales se reunieron en Tara. San Patricio se dirigió entonces al campo de batalla. Ante la corte y los principales del pueblo, se desarrolló el duelo entre el Dios Trino y las «divinidades» druídicas.

El primer enfrentamiento se saldó con una rotunda victoria del santo: le habían ofrecido una bebida envenenada, y su bendición fue suficiente para desparramar la ponzoña y la perfidia pagana por el suelo. Enseguida vino un segundo intercambio de vapuleos. El druida Lochru se elevó en el aire por la acción de los demonios… Patricio, lejos de exaltarse, se arrodilló, rezó e hizo que el soberbio cayera de golpe desde las alturas.

Como insistían en sus maleficios, les propuso la prueba del fuego. El druida Luchat Mael se sentó sobre una pira de leños y madera verde, y sobre otra, el cristiano Benigno, seguidor y compañero del santo. A continuación se invocó el fuego del cielo. La oración de Patricio transformó al hechicero en incienso para el Dios verdadero, y el discípulo regresó sano y salvo junto a su obispo.

La corte y todos los presentes se quedaron atónitos, y Patricio no perdió ni un segundo. Aprovechando la aplastante victoria sobre la idolatría, comenzó a predicar acerca de la Santísima Trinidad. Fue entonces cuando cogió el libro teológico de verdes páginas que aquellos irlandeses sabían leer: un trébol de la pradera. Y mostrando que una sola planta puede tener tres hojas, enseñó cómo Dios puede ser Uno en la esencia y Trino en las personas.

La reina, tocada por un movimiento de la gracia —no podía ser de otro modo, ante un ejemplo tan simple y claudicante—, adhirió en ese mismo momento a la fe católica. Muchos de la corte y de los jefes de la tribu la siguieron, y autorizaron al santo misionero a recorrer libremente la isla y predicar la fe en la Santísima Trinidad.

Así, aquel día de Pascua marcó el nacimiento de la Irlanda católica. ◊

 

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