«Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra» (Gén 1, 28), les preceptuó el Señor a nuestros primeros padres, certificando hasta qué punto la generación de la prole es el principal objetivo de la institución del Matrimonio. Por eso, bien podemos imaginar lo duro que es para una pareja temerosa de Dios verse privada de la hermosa dádiva de la descendencia, como le sucedió a María Izabel Silva da Costa Cézar, residente en Cuiabá (Brasil).
Una petición aparentemente no atendida
Siendo la benjamina de la familia, con sus cuatro hermanas casadas y con hijos, desde hacía tiempo veía cómo se frustraban una tras otra todas las esperanzas de concebir su primer hijo. Entonces decidió consultar a un especialista, el cual solicitó varias pruebas a fin de detectar el motivo de tal incapacidad. Pasaron tres largos años de tratamiento y, sobre todo, de promesas, peticiones a la Virgen, oraciones y Misas por esa intención, sin resultado alguno.
Cierto, no obstante, una nueva luz brilló en su vida: oyó hablar de los numerosos favores alcanzados por intercesión de Dña. Lucilia y de la manera tan bondadosa con la que esta señora atendía a todos los que, con humildad y confianza, recurrían a ella. Sintió enseguida en su interior el impulso de pedirle también su auxilio para obtener la tan anhelada gracia. A fin de cuentas, si ya había ayudado a tantas personas, no iba a dejar de hacerlo con ella.
De modo que empezó un auténtico maratón de oraciones a Dña. Lucilia. Era tal la confianza en su bondad que le prometió interiormente a su nueva protectora que si se quedaba embarazada le rendiría homenaje poniéndole a su hijo el nombre de Plinio.
Se pasaba los días en oraciones, acompañadas de muchas lágrimas, principalmente cuando el transcurso de los meses parecía indicarle que sus plegarias no serían escuchadas.
Gracia condicionada a un paso en la vida espiritual
En esta angustiosa expectativa, María Izabel sintió durante la acción de gracias en una Misa como si alguien le sugiriera que le hiciese una ofrenda a Dios antes de que viera atendida su petición. Luego prometió que, si se quedaba en cinta pronto, distribuiría canastas básicas alimentarias entre los necesitados. Aunque transcurrió otro mes sin que le fuera concedida la deseada dádiva.
Al percibir que esa no era la mejor oferta, cambió la promesa: en lugar de dar alimentos, rezaría unos Rosarios a favor del esperado hijo. Pasó un mes más y no fue atendida.
Ante la sospecha de que no estuviera haciendo el ofrecimiento correcto, le pidió ayuda a su ángel de la guarda. Y fue bien orientada, pues le prometió a Dios que, si se quedaba embarazada ese mes, jamás volvería a vestirse con ropa que hiere la virtud de la santa modestia. Detalle expresivo: en ese mismo instante, una fuerte emoción invadió su corazón, hasta el punto de no contener las lágrimas, dándole la certeza de que, por fin, había encontrado la proposición adecuada.
A finales de aquel mes, se hicieron sentir los signos de la concepción y poco después recibió la confirmación de que, finalmente, Dios había escuchado su plegaria por intercesión de Dña. Lucilia.
Gracias a esta bondadosa señora, María Izabel tuvo un hijo y, sobre todo, le pudo ofrecer al Señor un regalo que realmente le agradara y que cambiaría su vida.
En este hecho comprobamos, una vez más, cómo la bondad de Dña. Lucilia se extiende a todos los casos, pero a menudo guía maternalmente al beneficiario a que dé un paso en la vida espiritual. Como fiel reflejo de la generosidad de María Santísima, no sólo atiende las peticiones, sino que ayuda a conseguir de la Divina Providencia las gracias que muchas veces no sabemos pedir.
«Temiendo por su alma, lo encomendé a Dña. Lucilia»
R. E. P. M., residente en Mairiporã (Brasil), atravesaba una angustia similar a la narrada más arriba, si bien por una razón diferente. Su hijo vivía solamente con la madre desde su nacimiento, sujeto a una vida inestable, tanto en materia de principios como emocionalmente; además, aún no había sido bautizado. Sin embargo, cuando el chico tenía ya 6 años, la madre decidió entregarlo al cuidado paterno. «Inmediatamente dispuse que el niño recibiera el sacramento del Bautismo y le enseñé las primeras oraciones, las cuales aprendió con mucho empeño», cuenta el padre.
Ahora bien, cuando esas gracias empezaron a dar frutos prometedores, se vieron interrumpidas por una nueva separación: «Nuestra convivencia duró únicamente diez meses, porque al ver que su hijo progresaba en la religión católica y principalmente en la devoción a la Virgen, la madre tuvo un repentino ataque de ira y se lo llevó con ella de vuelta». Esta vez, el niño fue trasladado a otro estado sin el consentimiento del padre, que lo confió a la protección del Cielo: «Ignorando dónde estaba y temiendo por su alma, lo encomendé a Dña. Lucilia, la cual, desde que la vio por primera vez en una foto, la tomó por madre».
La aflicción aumenta
Después de dos meses sin noticias, un día recibió una llamada de la madre del niño exigiéndole, con una inexplicable furia, que comprara enseguida un billete para ir a recoger a su hijo, de lo contrario, lo abandonaría. «Rápidamente traté de prepararlo todo», prosigue el dedicado padre, «pero para llegar al lugar adonde estaban sólo había vuelos con escala. Comprar un pasaje tan intempestivamente sería algo costoso y los vuelos estaban llenos».
No obstante, Dña. Lucilia ya estaba arreglándolo todo incluso antes de que él se diera cuenta. Buscando entre distintas compañías aéreas, encontró un precio bastante asequible y con el tiempo de transbordo ideal.
R. E. P. M. continúa su relato: «Cuando volvió a mi cargo, solicité cuanto antes la custodia, para que mi hijo no estuviera a merced de semejante clima emocional, tan perjudicial para su formación. La audiencia quedó fijada diez meses a partir de ahí y, para garantizarme que la madre no se lo llevara nuevamente, logré la custodia provisional».
De este modo, le fue garantizado legalmente cuidar de la educación moral y espiritual del niño durante ese período. Tras frecuentar las clases de catecismo en una de las casas de los Heraldos del Evangelio, pudo recibir por primera vez a Nuestro Señor en el sacramento de la Eucaristía. Cada día crecía más su devoción a Dña. Lucilia y le pedía la gracia de no volver a la situación anterior.
«Llegado el día de la audiencia», prosigue la narración, «la abogada me comunicó que duraría tan sólo unos veinte minutos, pues se trataba de una conciliación. Si la madre estaba de acuerdo en cederme la custodia del niño, el problema estaría resuelto. Pero eso era prácticamente imposible, porque, a pesar de tener todas las pruebas a mi favor, ella alegaba que el niño le había sido “arrebatado” en un momento de fragilidad y dejaba claro que no aceptaba la formación religiosa que nuestro hijo estaba recibiendo. Si no estaba de acuerdo, el juez daría seguimiento al proceso, con la admisión de pruebas, declaración de testigos, visitas de un asistente social, etcétera».
La intervención de Dña. Lucilia se hace sentir
El encuentro, que en teoría iba a durar solamente veinte minutos, se prolongó dos horas… Irreductible, la madre no estaba de acuerdo en cederle la custodia. El mediador intentaba con paciencia convencerla de lo contrario, para sorpresa del padre, el cual sabía que difícilmente la ley le quita un hijo a su madre, aunque éste viva en un ambiente dañino para su formación.
Ocurrió, finalmente, un inesperado desenlace, como narra R. E. P. M.: «Después de muchas negativas, al oír al mediador decir que el proceso seguiría con la fase de instrucción, las pruebas y otras diligencias, la madre cambió enseguida su discurso, alegando que, como yo era un buen padre, sería mejor para el niño que se quedara conmigo».
R. E. P. M. no tiene duda de que entró una acción muy fuerte de Dña. Lucilia, que desde el principio fue despejando el terreno para obtenerle tal gracia. Como madre, sabía muy bien cuán grande era el tormento por el cual estaba pasando y, recelando que el pequeño se adentrara por el mal camino que el mundo ofrece, ciertamente suplicó el auxilio del Sagrado Corazón de Jesús.
Una operación en el cerebro, superada con ánimo y serenidad
La maternal intercesión de Dña. Lucilia también se sintió en Perú, conforme lo relata Solange Calero Chávez.
Nos cuenta que un día su hermana Yicetth Aissa Calero Chávez le pidió que la acompañara a la clínica, porque tenía dolores de cabeza y náuseas. Al notarla realmente abatida, de inmediato, Solange confió el caso a Dña. Lucilia. El médico la examinó y pidió una tomografía, a fin de descubrir la causa de aquel malestar.
Pero al día siguiente se le inflamaron los ganglios, lo que le aumentó los dolores. No conseguía siquiera tomar agua, ni podía acostarse. Al enterarse de ese empeoramiento, Solange se puso a rezarle a Dña. Lucilia con más ahínco e insistencia, rogándole que protegiera a su hermana.
En la fecha indicada, ambas fueron al laboratorio a recoger el resultado de la tomografía y se toparon con una noticia muy preocupante: el diagnóstico indicaba que había un tumor cerebral, cerca de la zona ocular. Sin embargo, en la consulta con el especialista ya se notaba la maternal intervención de Dña. Lucilia, pues dijo que todo apuntaba a que se trataba de un tumor benigno y que sería posible realizar una intervención por vía nasal, de modo a evitar la lesión de algún nervio. Después de nuevas pruebas, el médico confirmó que, de hecho, no había señales de malignidad y comentó con Yicetth: «¡Usted tiene un ángel que la custodia!».
No obstante, aún tendría que pasar por una operación para extraerle la neoplasia. La intervención duró cuatro horas, durante las cuales Solange le pedía con confianza a Dña. Lucilia que amparara a su hermana. Acabado el procedimiento, el médico le explicó a la familia que la operación había sido complicada, pues no había hecho más que llegar al punto donde estaba el tumor, cuando éste reventó, haciéndose necesario sacar con sumo cuidado el material, sin tocar ningún nervio. «Un día más de espera y habría sido fatal», concluyó.
Otras complicaciones aún le esperaban a Yicetth durante la convalecencia, pero todas fueron vencidas con serenidad y ánimo, gracias a la ayuda de Dña. Lucilia. Se recuperó totalmente y dejó el hospital sin ninguna secuela.
Detección de un cáncer linfático
Jaison Jeferson Küster, miembro de los Heraldos del Evangelio, también nos cuenta cuán grande es su gratitud para con Dña. Lucilia, principalmente tras haber sido objeto de su intercesión ante Dios.
Desde hace tiempo, nos dice, le diagnosticaron un cáncer linfático en su fase más avanzada. El número de tumores era espantoso: quince, todos malignos y ya estaba en la última etapa. Los hematólogos calcularon doce sesiones de quimioterapia y otras quince de radioterapia, para intentar salvar la vida del paciente.
Consciente del grave estado de salud en que se encontraba, Jaison resolvió recurrir a Dña. Lucilia. Al comienzo del tratamiento se dirigió a su tumba en el cementerio de la Consolación, situado en São Paulo. Tras un momento de bendecida y reconfortante oración, se le ocurrió coger algunas de las rosas que adornan la tumba para hacer un té con los pétalos, como peculiar método de confiar su curación a quien consideraba, a justo título, como madre espiritual.
Un «remedio» diferente
Sabía muy bien que no podía encontrar en un simple té de pétalos de rosas los elementos medicinales para la curación de cualquier enfermedad, mucho menos quince tumores cancerígenos en su fase más avanzada. Sin embargo, tenía fe de que por aquel sencillo gesto practicado a la manera de una novena —pues lo estuvo tomando durante nueve días—, obtendría de Dios, por la intercesión Dña. Lucilia, la anhelada curación.
Después del primer ciclo de quimioterapia, el hematólogo responsable por el caso le pidió que se hiciera una nueva prueba PET CT SCAN, a fin de valorar los efectos del tratamiento. Al analizar los resultados, el médico no se lo podía creer: en tan sólo dos meses de tratamiento, ¡Jaison se había curado completamente de los quince tumores malignos!
* * *
A veces Dios nos envía determinadas pruebas, enfermedades y adversidades para enseñarnos a mirar al Cielo, pedir la ayuda de los bienaventurados que allí gozan de la visión beatífica y esperar el auxilio que, según sus sapienciales designios, descenderá hasta nosotros.
Así, habiendo tomado conocimiento de esos milagrosos favores que Dña. Lucilia con tanta bondad viene alcanzándoles a los que recurren a ella, tengamos también nosotros la certeza de que, por muy insoluble que pueda parecer nuestra situación, con su ayuda llegaremos al puerto seguro de la salvación. ◊
EL PREMIO DE LOS QUE TIENEN FÉ:
Y yo también añadiría: Confianza, Esperanza, PERSEVERANCIA, y mucha, mucha HUMILDAD.
En estos testimonios que nos cuenta la autora son de personas que angustiados con problemas importantes y ya en el límite de lo imposible decidieron acudir a la intercesión de DOÑA LUCILIA. Y con mucha fé, confianza y perseverancia consiguieron que sus ruegos fueran escuchados y concedidos.
Es una maravilla comprobar como Nuestro Señor, por medio de nuestros santos intercesores atiende a aquellos que con las virtudes antes reseñadas y muchísima humildad reciben las gracias que rogaban con todo su corazón.
Por eso, no nos olvidemos en nuestras necesidades de la siguiente oración: «SEÑORA DOÑA LUCÍA, MADRE NUESTRA, AYUDADNOS».