Quien, ante el deseo de visitar la basílica de Nuestra Señora del Rosario, de Caieiras (Brasil), traspasa los portones que franquean la entrada de la casa de formación Thabor, de los Heraldos del Evangelio, se topa enseguida con una columna coronada por la blanca imagen de Nuestra Señora de Sion y, a la derecha, una acogedora rampa entre la arboleda.
Tras ser recibido por los educados porteros, el visitante se siente invadido por la incógnita de lo que encontrará más allá del camino que tiene delante, envuelto en el aire fresco y la espesa y simpática vegetación atlántica —su primera anfitriona, ya que aún no ha aparecido nadie… Subiendo, poco a poco percibe el palpitar de la vida de una comunidad que no sabe muy bien cómo definir: monasterio, cuartel, castillo, catedral, o como quiera llamarlo, pues allí se respira un poco de todo.
Al bajarse del coche ya le es posible, a través de lo que oye, presentir algo… ¿Sonoros acordes procedentes del Cielo? ¿Brisas melódicas? ¿El lejano retumbar de truenos? ¿Susurros angélicos? Nuestro visitante, atento oyente, no logra discernirlo y se pregunta: ¿qué será?
Cuando llega al patio frente a la basílica, advierte una vitalidad a la vez recogida, orante y efervescente. Allí le espera el heraldo encargado de mostrar a los recién llegados los distintos espacios y contarles la historia del templo. Sube los peldaños de una escalinata en fer-à-cheval y cruza el atrio. Formas, colores, proporciones y detalles, luces y sombras, voces y sonidos forman un conjunto hecho de belleza, de realidades espirituales y materiales, de algo que el lenguaje humano no puede traducir, pero el corazón comprende…
Bellezas que nos remiten al Creador
Dios nos creó, a los hombres, con una sed innata de infinito para que lo buscáramos incesantemente desde los albores de nuestra existencia, pues nos destinó a la felicidad eterna junto a Él y aquí estamos expatriados, a la espera de la gloria futura en el Cielo, como sugiere la salve: «Después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre».
Ahora bien, en su infinita bondad, el Señor nos ha dado ciertas «muestras» del Paraíso en este valle de lágrimas, que nos permiten anticipar de algún modo aquello para lo que hemos sido creados. Ésa es la razón de la belleza natural que contemplamos en los minerales, en la flora y en la fauna, así como en las fabulosas obras de arte realizadas por el genio humano: iglesias, castillos, pinturas, esculturas y otras tantas maravillas. Todas ellas, elaboradas según la recta ordenación establecida por el Creador, nos remiten a Él mismo, Fuente de todos los dones, que dio a los hombres la capacidad de engendrar en la tierra reflejos tangibles de su perfección.
En el universo del arte, destacamos en este artículo una que está al especial servicio de la sagrada liturgia: la música sacra. En ella consideraremos, en particular, el papel del órgano.
Una orquesta de orquestas
Existente en las más variadas formas y tamaños, ese instrumento puede producir sonidos a veces potentísimos y con cuerpo, a veces delicados y sencillos, profundos y espirituales.
Paralelamente, para los que lo escuchan y para el que lo ejecuta, les reserva la sorpresa del misterio: para los primeros está la incógnita de qué seguirá a los suaves Gedackts 8’, o cuándo cesará el atronador Clairon 4’, para dar paso a una Flûte douce 4’, y así sucesivamente;1 para el organista, está siempre el suspense y la expectativa de cómo responderá el instrumento a las inspiraciones y demandas de su estro, porque, al ser un instrumento accionado por aire, da la impresión de que el sonido, apenas emitido, es como absorbido por algo inmaterial que producirá o no el resultado sonoro deseado, a fin de tocar las almas en el sentido de lo que la liturgia pide en ese momento.2
Es como si los ángeles impulsores del recogimiento, de la impostación de las voces y de los imponderables del ambiente asumieran las ondas sonoras y, a través de ellas, hicieran sensibles las almas a la misteriosa voz de la gracia que susurra en lo más profundo de los corazones palabras de dulzura, paz y confianza en Dios.3
Éste es uno de los efectos más emocionantes producidos por la casi ilimitada diversidad de timbres que ofrece un órgano de gran tamaño, como el de la mencionada basílica de Nuestra Señora del Rosario. Tocarlo es como tener en las manos una orquesta de orquestas, un vitral de sonidos, un brillante capaz de reflejar todos los colores, luminosidades y destellos.

Algunas pinceladas sobre el mecanismo interno de un órgano
Nuestro visitante, si nunca ha tenido la oportunidad de analizar de cerca un órgano de tubos, podría preguntarse: ¿qué causa ese espectáculo de sonidos tan diferentes?
Por increíble que le parezca a la mentalidad actual, dominada por la idea de que todo es resultado de las tecnologías digitales, tal variedad sonora se consigue de manera mecánica. Se trata de un complejo pero eficiente mecanismo de teclados, palancas, resortes, fuelles y otras piezas que mueven el aire hacia tubos de distintos tamaños y formas, de los que saldrán los sonidos propios del instrumento.
En general, en el órgano tenemos la familia de las flautas, las cuerdas, las lengüetas y los diapasones —que son propiamente los registros del órgano, ya que no pretenden imitar a otros instrumentos—, así como otras variaciones que enriquecen aún más la amplia gama tímbrica. La cantidad de teclados, llamados manuales, puede variar de uno a seis. El hecho de que hay más de uno facilita la mutación de sonidos y potencias, pues cada uno tiene sus propios registros específicos.4

En el primero de los tres manuales de nuestro órgano, llamado Positif, se encuentran los sonidos más accesibles al oído del público dentro de la basílica, y con él se acompañan los cantos de los fieles. En el segundo manual, el Grand Orgue, tenemos los registros de mayor potencia, como los Trompettes 16’ 8’, Mixture 5f y Bourdon 16’, entre otros. Por último, el Récit, el tercer manual, que se utiliza para apoyar la voz de los solistas o tocar un solo suavemente.

Los números en los registros indican las medidas en pies de los tubos, pudiendo los más graves, 32’, alcanzar hasta doce metros, y los más agudos, 1’, medir alrededor de seis milímetros.
Instrumento católico por excelencia
Combinar los distintos registros es un arte complejo que todo organista debe desarrollar eximiamente, porque de ello depende la buena ejecución de las composiciones musicales. Cada pieza, sea del período medieval, del renacentista, barroco o romántico, tiene sus características especiales y requiere timbres apropiados;5 además, la elección de los registros debe tener muy en cuenta la diferencia entre una interpretación solista, una instrumental strictu sensu o una acompañada de voces.
En resumen, el órgano es un gran instrumento, cuya principal función consiste en ayudar a los fieles en la oración, subrayando el estado de recogimiento reinante y proporcionando a las almas mejores disposiciones para recibir las gracias que Dios, Padre infinitamente pródigo, dispensa a todos los que se ponen bajo el amparo de aquella que Él nos dio como madre inmaculada e indefectible: la Santa Iglesia.

La autora de este artículo tocando el órgano el día de su inauguración, 21 de septiembre de 2024; en el destacado, detalle de los registros
¡Venga a visitarnos!
Lo que hemos visto hasta ahora ha sido un intento de explicar los misteriosos sonidos con los que entró en contacto nuestro visitante de oído fino.
Ahora bien, más que escuchar hermosas melodías, deleitarse con el espectáculo de formas y colores o apreciar cualquier otra manifestación de belleza material, obtendrá mayor provecho al servirse de esos bienes para crecer en la fe y en el amor a Dios, como quien no se contenta con tener simplemente impresiones agradables, sino que toma resoluciones firmes que lo acercan a la verdad. De lo contrario, podría caer en el mismo error de los romanos, acusados por San Pablo de no elevarse al Señor a través de las criaturas (cf. Rom 1, 18-21).
Finalmente, querido lector, concluimos estas líneas presentándole nuestra afectuosa invitación: venga a visitarnos y deje que las adorantes melodías del órgano y los encantos de la basílica de Nuestra Señora del Rosario toquen su corazón y estrechen así los lazos que le unen al Padre celestial. ◊
Notas
1 El registro Gedackts 8’ imita el sonido de una flauta de madera; el Clairon 4’, el sonido de un clarín; la Flûte douce 4’, el sonido de una flauta dulce más aguda.
2 Más allá de técnica o de simple complemento, el papel del organista en la ejecución de cualquier pieza musical es importantísimo, pues no sólo debe acompañar su desarrollo, sino también sostener la afinación de los cantores y la correcta interpretación de la velocidad y del estilo deseados por el compositor, especialmente en el caso de la música sacra, en donde los imponderables de la melodía deben acompañar la sublimidad de los misterios celebrados (cf. Fetis, François-Joseph. Treatise on Accompaniment from Score on the Organ or Pianoforte. Londres: William Reeves, [s.d.], pp. 32-36).
3 Cf. Saint-Laurent, Thomas de. O livro da confiança. São Paulo: Retornarei, 2019, p. 13.
4 Cf. Bedosde Celles, OSB, François. L’art du facteur d’orgues. Paris: Saillant & Nyon, 1766, pp. 2-142.
5 Cf. Fetis, op. cit., pp. 35-36.

