El mayor acto de misericordia

Catecismo de la Iglesia Católica

§ 270 Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades; por la adopción filial que nos da («Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso» [2 Cor 6, 18]); finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados.

 

Las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús suelen presentarlo bondadoso y compasivo, apuntando a su corazón herido e invitando a los fieles a acercarse. No pocas veces se lee a sus pies una frase dictada por Él a Santa Margarita María Alacoque, como ésta: «He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres que no escatimó nada, hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor».

Las primeras revelaciones de esta insigne devoción aparecen en el lejano año de 1199, en Bélgica, con Santa Lutgarda. La intimidad de la religiosa con el divino Maestro la lleva a pedirle: «Señor, quiero tu Corazón». A lo que Jesús le responde: «Soy yo el que quiere el tuyo». Unos años más tarde, en Italia, Santa Margarita de Cortona se convierte en confidente del Redentor, a quien osadamente le implora: «Señor, quiero estar dentro de tu Corazón». Entre los testigos de la bondad divina también se encuentra Santa Gertrudis de Helfta, que reclinó su cabeza sobre el pecho sagrado y escuchó los latidos del corazón paciente y lleno de misericordia.

Pero no sólo los místicos conocieron estos sublimes misterios. La teología se adentró igualmente en el conocimiento de la misericordia de Dios hecho hombre: San Anselmo de Canterbury, San Bernardo de Claraval, San Alberto Magno, San Francisco de Sales, San Vicente de Paúl y San Juan Eudes fueron algunos de los insignes cantores de estos arcanos.

En Santo Tomás de Aquino hallamos la aclaración más sencilla y profunda sobre el tema, cuando explica que «en cualquier obra de Dios aparece la misericordia como raíz»,1 porque siempre trata de «comunicar su perfección, que es su bondad».2 El Altísimo quiere tener una unión amistosa con el hombre, fundada en el don gratuito de la «comunicación de la bienaventuranza eterna».3

Si crear al hombre fue un acto de misericordia por parte de Dios, benevolencia aún mayor muestra al elevarlo a la vida sobrenatural, a la unión amistosa con Él.

Esta misericordia divina es mucho más excelente que cualquier acto humano encaminado a socorrer al prójimo,4 lo que también tiene una importante repercusión en los actos de los mortales: por encima de cualquier ayuda material —incluso las obras de misericordia corporales, como dar de comer al hambriento o visitar al enfermo—, está el auxilio espiritual que se presta a quien ha caído en pecado mortal, para que pueda recuperar la amistad divina y hacerse partícipe de la gloria eterna. ◊

 

Notas


1 Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. I, q. 21, a. 4.

2 Idem, q. 44, a. 4.

3 Idem, II-II, q. 24, a. 2.

4 Cf. Idem, q. 30, a. 4.

 

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