La virtud transformada en arte es capaz de atraer de modo incomparable. No obstante, la Divina Providencia reservó esta misión únicamente a unos pocos…
«La música me encanta; y en el siglo fue una de mis preocupaciones. Me habría ido mejor si me hubiera aplicado a amar a Dios durante ese tiempo».1 Así se condolía el gran San Alfonso María de Ligorio, por el hecho de haberse dedicado tanto al estudio de la música en su juventud.
Sin embargo, Dios, que lo había colmado de dones, le permitió esta «falta» para que después pudiera brillar más excelentemente en su apostolado. El tiempo que lamentaba no haberle dedicado a amar a su Creador fue, en realidad, lo que le convirtió en el más santo de los músicos y, tal vez, el más músico de los santos…
Excepcional talento desde su juventud
«De noble origen y pronto al combate»,2 he aquí el hermoso significado de su nombre: Alfonso. Si a su padre, como dicen, no le motivó la etimología al llamarlo así, era ese el sueño, no obstante, que ciertamente alimentaba con respecto a su primogénito.
José de Ligorio, deseoso de que su hijo superara el prestigio que muchos de sus ancestros habían alcanzado en el reino de Nápoles, no escatimó esfuerzos en proporcionarle una esmerada educación: contrató a renombrados maestros de Literatura Clásica, Letras, Geografía, Cosmografía, Arquitectura y Bellas Artes, procedentes incluso del extranjero, para que le dieran clases particulares. Y como la música era el arte de mayor predilección paterna, exigió que el niño le dedicara tres horas de estudio diarias, período que pasaba encerrado en su cuarto junto a su instructor. «Esas largas horas de reclusión, al principio, le parecían una penitencia al joven pianista, pero pronto se apasionó de tal manera por la armonía que su prisión se convirtió en un lugar de delicias».3
Superdotado, poco a poco el muchacho parecía que cumplía las aspiraciones de su padre: a los 12 años era considerado maestro en la ejecución del clavecín, a los 16 ya ejercía la honrosa profesión de abogado… No obstante, un tiempo después, contrariando la voluntad paterna, prefirió abandonarlo todo para hacerse sacerdote.
La música en el apostolado de San Alfonso
Al despreciar título de nobleza, propuestas de matrimonio, carrera y riquezas, Alfonso pasó a ser considerado un insensato, incluso por algunos de sus parientes y amigos más cercanos. Sin embargo, para quien lo contemplara desde dentro de los ojos de Dios, era como el hombre de la parábola que, con sabiduría, hizo rendir todos sus talentos: lo que había aprendido de sus profesores no le resultó inútil, pues en su larga vida siempre dispuso de estas habilidades para la gloria del Señor y el servicio de su noble vocación. Vastísima fue su obra apostólica y de ella, hasta nuestros días, podemos beneficiarnos, ora por medio de sus escritos, ora de sus obras, ora… de sus músicas.
Al abrazar la vía eclesiástica, Alfonso, como tantos otros santos, deseó evangelizar tierras lejanas, e incluso China llegó a estar en sus pensamientos. Para él, no obstante, le estaba reservado el apostolado en regiones no muy distantes de su tierra natal: el propio Nápoles y, más tarde, otras pequeñas localidades y campos de los alrededores.
Para el éxito de sus misiones no sólo se valía de predicaciones, sino que componía diversos cantos espirituales; y rápidamente pudo comprobar cómo la música era su gran aliada, pues sustituía las blasfemias y las palabras licenciosas, además de instruir en las verdades de la fe a quienes las aprendían.
Un clérigo de Nápoles, posterior al fundador de los Redentoristas, no temió en afirmar que «sólo Alfonso de Ligorio dio a Italia el canto popular en toda su perfección. Aún hoy, después de ciento cincuenta años, sus cánticos resuenan a través de valles y montañas y, como toda la auténtica poesía, ha conservado el frescor de su juventud».4
Cerca de cincuenta poemas componen el Canzoniere Alfonsiano. Mientras que las melodías transmiten ánimo, entusiasmo y alegría, los poemas son una mezcla de enseñanza teológica de elevados quilates y de candor lleno de inocencia, bajo la inspiración del momento y con la misma finalidad: «Inflamar las almas en el amor divino, comunicándoles el fuego sagrado que ardía en su propio corazón».5
De entre ellas, sin duda, Tu Scendi dalle Stelle y Quanno Nascette Ninno son las más conocidas en todo el mundo.
El «Tu Scendi» robado…
Escritas casi siempre durante las misiones, se perdió en las brumas del tiempo la historia exacta de cada canción. No obstante, Tu Scendi dalle Stelle es de las pocas de las que se conoce su origen.6
Alfonso se encontraba en misión en la ciudad de Nola. Al concluir su composición, se la mostró al párroco, don Miguel Zambadelli, quien encantado con la obra le manifestó su deseo de copiarla, pero el santo le respondió que no podía dársela antes de que se imprimiera. Entonces dejó la partitura sobre la mesa y se dirigió a la iglesia adonde haría su última predicación.
El P. Zambadelli, no contento ante esa negativa, decidió copiar la letra mientras Alfonso estaba ausente… Concluido su «trabajo», fue también a asistir el final del sermón, durante el cual el predicador entonó el nuevo canto. Todos lo escuchaban maravillados. Pero de pronto Alfonso se olvidó de algunos versos; entonces llamó a un monaguillo y le dijo:
—Mira, allí está el P. Zambadelli. Pídele la copia de la canzoncina. La tiene en su bolsillo.
Al recibir la embajada del pequeño acólito, el sacerdote se quedó estupefacto. Cuando ya se disponía a entregarle la copia, el santo retomó la canción, de la cual no se había olvidado…
Varias canciones, un mismo poema
Otra bella obra navideña de San Alfonso es el Per la Nascita, cuyos fragmentos fueron enriquecidos con varias melodías, una más bella que la otra. Como también se desconoce el momento de su composición, permítasenos plantear la hipótesis de que fuera completada con el paso del tiempo. De ahí su extensión métrica diversificada.
Se cuenta, por ejemplo, que para Navidad había planeado entrar en la iglesia cantando una pieza de su propia creación mientras llevaba la imagen del Niño Jesús. Sin embargo, las intensas actividades misioneras le hicieron olvidarse de lo acordado. Tan pronto como comenzó el cortejo, alguien se lo recordó. Entonces, en un impulso de devoción y genialidad, el santo cantó improvisadamente el magnífico Quanno Nascette Ninno, cuya letra formaba parte del poema mencionado arriba.
¡Alabemos al divino Infante!
A lo largo de los siglos, las melodías navideñas trataron de reproducir las armonías celestiales que resonaron en la gruta de Belén. Si todos los santos hubieran compuesto villancicos, veríamos cómo la virtud transformada en arte es capaz de remontarnos a lo sobrenatural de un modo incomparable.
En esta Navidad, por tanto, bajo el maternal amparo de la Virgen Madre de Dios y de su castísimo esposo, San José, unámonos a San Alfonso María de Ligorio, encantémonos con sus melodías y alabemos con él el augustísimo nacimiento del divino Infante. ◊
Quanno Nascette Ninno
Cuando el Niño nació en Belén, / era noche y parecía mediodía. / Nunca las estrellas, brillantes y bellas, / se vieron así, y la más reluciente, / fue a llamar los Magos a Oriente.
Los pastores vigilaban a las ovejas, / y un ángel, resplandeciente más que el sol, / apareció y les dijo: / «No tengáis miedo, no; / alegría y risas, / ¡la tierra se ha convertido en el Paraíso!».
Os ha nacido hoy, en Belén, / el esperado Salvador del mundo. / Entre paños / lo encontraréis, / no podéis equivocaros, / envuelto / y en el pesebre acostado.
Latía con fuerza el corazón de estos pastores. / Y luego uno le dijo a otro: / «¿Por qué estamos tardando?; / pronto, vámonos, / que me siento desfallecer / por el deseo / de ver a ese Dios Niño».
Tu Scendi dalle Stelle
Bajas de las estrellas, oh Rey del Cielo, / y vienes a una gruta fría, helada. / Oh mi divino Niño, / te veo aquí temblando. / Oh Dios bendito, / ¡cuánto te costó haberme amado!
A ti, que eres el Creador del mundo, / te faltaron ropa y fuego, oh Señor mío. / Querido escogido, Pequeñín, / cómo esta tu pobreza / más me enamora. / Ya que el amor te hizo aún más pobre.
Dejas el seno divino de tu Padre / para venir a padecer sobre un poco de heno. / Dulce amor de mi corazón, / ¿dónde te llevó el amor? / O Jesús mío, / ¡por qué tanto padecer por amor a mí!
Traducción de dos composiciones navideñas de San Alfonso María de Ligorio; arriba, partitura de una de ellas
Notas
1 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. A verdadeira esposa de Jesus Cristo. Aparecida do Norte: Oficinas do Santuário de Aparecida, 1922, v. II, p. 408.
2 REY-MERMET, Theodule. El santo del Siglo de las Luces. Alfonso de Liguori. Madrid: BAC-Editorial El Perpetuo Socorro, 1985, p. 11.
3 BERTHE, CSSR, Agustín. Santo Afonso de Ligório. Rio de Janeiro: CDB, 2018, p. 33.
4 Ídem, p. 357.
5 Ídem, ibídem.
6 Cf. GREGORIO, CSSR, Oreste. Canzoniere Alfonsiano. Studio critico estetico col testo. Angri: Contieri, 1933, p. 136.
Está claro que para Dios nada pasa inadvertido ni por casualidad. Toda nuestra vida está conectada de principio a fin, una gracia increíble poder verlo en nuestras vidas y poder reflejarlo en nuestro apostolado. Descubrir nuestros talentos y hacerlos crecer para gloria de Dios, solo así vale la pena.