Educación digital, camino de la Edad de Piedra

Las nuevas generaciones van tomando contacto cada vez más temprano con una realidad omnipresente en nuestra vida cotidiana: la cibernética. ¿Acaso nuestros pequeños corren algún peligro? Estudios realizados por un famoso neurólogo revelan unos datos perturbadores.

Entre las innumerables consecuencias que puede tener el manejo de elementos peligrosos, existe un fenómeno particular que causa miedo con la sola mención de su nombre: la radiación.

Sin embargo, la sociedad no siempre la ha visto como algo malo.

Un nuevo descubrimiento: el radio

En las primeras décadas del siglo xx, la mayoría de la gente ignoraba lo que, poco a poco, iba desvelando la ciencia. La científica Marie Curie fue pionera en el desarrollo de las investigaciones sobre los rayos X, iniciadas en 1895 por Wilhelm Röntgen. Mientras estudiaba el uranio, descubrió y les dio nombre a tres nuevos elementos químicos: el torio, el polonio y el radio, de donde proviene la palabra radiación.1

Junto con su esposo, Pierre, Marie notó algo que, en su opinión, podría revolucionar la historia de la medicina: el radio fosforescente eliminaba las células humanas enfermas antes que las células sanas. La ciencia de la época, asombrada ante este prodigio, empezó a pregonar a voces los beneficios de la radiación. A tal punto llegó la fama del radio que una gran autoridad médica escribió en el American Journal of Clinical Medicine: «La radiactividad previene la insania, despierta emociones nobles, retarda la vejez y crea una vida espléndida, jovial y alegre».2 No pasó mucho tiempo antes de que se lanzaran cosméticos que contenían radio y prometían rejuvenecer la piel y los dientes.

No había un consumidor inmune al deseo de tener productos con algo de esa panacea. Enseguida hubo una «explosión» de novedades en el género: chocolatinas, panes, lanas, jabones, colirios, manecillas y esferas de relojes, esmalte de uñas, paneles de instrumentos militares, miras de armas e incluso en areneros para niños y juguetes pintados a mano en fábricas por chicas que trabajaban para la United States Radium Corporation. Ignorantes del peligro que corrían, las empleadas humedecían la punta del pincel con la lengua para mantener las cerdas unidas durante el trabajo más minucioso… Con el paso de los años, sus dientes y cráneos empezaron a desintegrarse.

Los años siguientes trajeron una gran desilusión en cuanto a las bondades de aquel nuevo elemento «prodigioso». El radio es 2,7 millones de veces más radiactivo que el uranio, cuyo uso en centrales nucleares es bastante común. Muchas fueron las consecuencias del uso irresponsable de lo que algunos imaginaban como la solución a todos los problemas. Su descubrimiento aportó muchos beneficios a la medicina y al progreso de la energía nuclear, pero provocó daños irreparables a corto y largo plazo por su inadecuado uso doméstico.

Cibernética: ¿el «radio» de los tiempos actuales?

El hombre moderno ha ido tomando contacto con un nuevo «radio» que está modificando sustancialmente su existencia: la cibernética. Cada día son desarrolladas nuevas herramientas, creados nuevos sistemas, inventados nuevos aparatos o mejorados los antiguos para que sean más eficaces y rápidos, diseñados nuevos equipos para salvar vidas y solucionar problemas clínicos que antes se consideraban insolubles. Con los avances digitales, el tiempo y el espacio son barreras que parecen estar siendo superadas.

Por una parte, el uso de tales equipos le ha traído enormes beneficios a la sociedad. El mundo ya no se concibe sin ellos. Por otra parte, sin embargo, recientes estudios prueban que ciertos dispositivos pueden convertirse en auténticos caballos de Troya cuando cruzan, de forma inadecuada, los sagrados pórticos de la vida familiar.

La familia, como defiende la sana sociología, es la célula madre de la sociedad. Todo orden o desorden tiene sus raíces en la constitución familiar de los individuos que la componen. Al evaluar los daños que la cibernética puede causar en la educación infantil cuando se utiliza mal, constatamos que nos encontramos ante una peligrosísima amenaza de alcance global.

El reconocido neurocientífico francés Michel Desmurget, en su libro de título mordaz, La fábrica de cretinos digitales,3 expone tesis que tienen como objetivo demostrar la nocividad del uso de las pantallas por parte de niños y adolescentes. Son el resultado de una extensa investigación basada en análisis neurocientíficos y estadísticas psicopedagógicas.

Los primeros años de vida: fundamentos de la formación

Según Desmurget, los primeros años de formación humana son esenciales para la obtención de una serie de habilidades que se vuelven cada vez más difíciles con el paso de los años. Lenguaje, coordinación motriz, prerrequisitos matemáticos y hábitos sociales son preciosas perlas que han de adquirirse en la infancia. La mayor parte del tiempo de un niño debe emplearse, por lo tanto, en la adquisición de aquellas habilidades que inevitablemente influirán en su futuro.

Importantes actividades para el desarrollo de conceptos básicos en los niños están siendo reemplazadas por entretenimientos en dispositivos digitales
Unos niños juegan con bloques de construcción

Cuando un pequeño selecciona unos cubos según su color, construye edificios con piezas de diferentes formas, separa muñecos según su tamaño o moldea con plastilina, está desarrollando conceptos básicos como los de identidad y conservación, y habilidades esenciales. Sin embargo, tanto las actividades antes mencionadas como otras muchas que siempre han formado parte de la educación infantil básica están siendo sustituidas por el entretenimiento con dispositivos digitales.

De los 2 a los 8 años: índices preocupantes

Las estadísticas muestran preocupantes promedios de «consumo digital». El uso de pantallas recreativas por parte de los niños de entre 2 y 4 años alcanza una impresionante media de dos horas y cuarenta y cinco minutos al día, equivalente a la cuarta parte de la vigilia diaria en esa edad. Evidentemente, el promedio sube con el crecimiento de la persona: hasta los 8 años alcanzará tres horas diarias. En un año, tendremos un total de mil horas. Esto significa que, según los estándares ordinarios, un niño de entre 2 y 8 años dedica a la pantalla en torno a siete años académicos completos. ¡Cuatrocientos sesenta días! Este tiempo sería suficiente, por ejemplo, para que un niño de esa edad se convierta en un hábil violinista.

Durante el período preadolescente —entre los 9 y 12 años— las cifras se disparan: las tres horas dedicadas a la pantalla se sustituyen por cuatro horas y cuarenta y cinco minutos en la mayoría de los casos. En estos cuatro años podrían completar dos años escolares, contando sólo el tiempo «aprovechado» frente a los dispositivos digitales.

De los 13 a los 18 años: cifras vertiginosas

Como es de esperar, los números crecen vertiginosamente en la adolescencia, con la introducción de los teléfonos inteligentes en la vida cotidiana de la mayoría de los jóvenes de esta edad.

Los gráficos estadísticos se vuelven realmente angulosos cuando se hallan ante las siete horas y cuarenta minutos de uso diario de las pantallas. No hace falta decir lo absurdo que es este número. Equivale al 40 % del período de vigilia común en un adolescente y, acumulado en un solo año, suma 2.400 horas, 100 días, tres años lectivos.

Existe una gran variación en cuanto al tipo de entretenimiento elegido: redes sociales, programas de televisión, juegos digitales, navegación por internet. Algunos prefieren pasar todo el tiempo absorto delante del televisor, a otros les gusta alternar entre diferentes formas de pasatiempo digital.

Pantallas versus desarrollo escolar

Ninguna de estas estadísticas tendría tanta relevancia si no fuera demostrada la gravedad de su impacto en la formación intelectual de los jóvenes.

Según varios estudios científicos sobre los inconvenientes del uso de las pantallas, la cantidad de tiempo que se pasa ante ellas afecta proporcionalmente el rendimiento escolar. En sentido contrario, investigaciones muestran que la restricción a favor de prácticas educativas saludables es una característica común entre las familias cuyos hijos tienen altos índices académicos.

Por ejemplo, un estudio con unas mil personas, a las que se les hizo un seguimiento durante veinte años, muestra que cada hora añadida al consumo diario de televisión, entre los 5 y 15 años, se reduce un 15 % la posibilidad de que el joven obtenga un diploma universitario; y el riesgo de que abandone el sistema educativo sin ninguna cualificación aumenta un tercio. Esto quiere decir que si una persona en esa franja de edad dedica tres horas al día a las pantallas recreativas, tendrá casi la mitad de las probabilidades de llegar a concluir los estudios universitarios en comparación con alguien cuyo uso de dispositivos digitales sea moderado.

Evidentemente, estos datos estadísticos no excluyen el hecho de que existan alumnos con un elevado índice de exposición a las pantallas y un rendimiento escolar satisfactorio. Aún así, es innegable que esto último podría ser mucho mejor si se evitara el uso innecesario de los dispositivos.

¿Los juegos digitales desarrollan la atención?

Otra facultad que ha ido atrofiándose gradualmente en la juventud es la capacidad de concentración.

Para Michel Desmurget, la palabra concentración reúne dos conceptos distintos. Hay muchos juegos virtuales que requieren una atención difusa, externamente estimulada y ampliamente abierta a las efervescencias del mundo. Otras prácticas, como la lectura de un libro, la redacción de un documento de síntesis o la resolución de un problema matemático precisan una atención «centrada», poco permeable al ambiente exterior y a los pensamientos ajenos al asunto tratado. La mayoría de los estudios sobre el tema coinciden en afirmar que las prácticas digitales son perjudiciales para el desarrollo de la atención centrada de un niño.

Los daños causados por el mal uso de las pantallas afectan especialmente a quienes conformarán el mundo del mañana
Una niña se entretiene con un «smartphone»

Otra investigación realizada a largo plazo concluyó que cada hora diaria que pasa frente a una pantalla un niño que cursa las primeras etapas de la enseñanza primaria aumenta en un 50 % la probabilidad de presentar déficit de atención antes de finalizar ese mismo ciclo.

Otra pesquisa más llevada a cabo con niños de 5 años llegó a la conclusión de que los que pasaban más de dos horas diarias delante de la pantalla tenían, en relación con los que no superaban los treinta minutos, seis veces más riesgo de desarrollar trastornos de atención.

Contra hechos no hay argumentos

Todos estos datos muestran la existencia de un daño real en el uso inadecuado de los medios de comunicación desarrollados en nuestra era. Las consecuencias son más preocupantes cuanto más afectan a la formación de quienes constituirán el mundo del mañana.

Sin embargo, no podemos olvidar —y esto es más importante que todo lo dicho anteriormente— que el daño a menudo trasciende el campo intelectual y alcanza el campo de la moral y de la fe. Junto a beneficios y facilidades, ¡cuántos inconvenientes surgen del mal uso de internet, por ejemplo! Contenidos violentos o indecentes, recreaciones y pasatiempos deformantes y ajenos a la virtud y a la religión… Exponer a los pequeños a ese material «radiactivo» no parece ser la mejor actitud a adoptar por parte de quienes los quieren.

Como otrora sucedió con el radio, muchos abrazan hoy el uso descontrolado de los dispositivos electrónicos sin considerar sus consecuencias. Pero hay una diferencia. Los que se expusieron a la radiactividad en el siglo pasado lo hicieron por ignorancia. Y nosotros, ¿actuaremos por negligencia? 

 

Notas


1 Los datos sobre el descubrimiento del radio y sus efectos se han tomado de la obra: LEATHERBARROW, Andrew. Chernobyl 01:23:40. Porto Alegre: L&PM, 2019.

2 NETTLE, Daniel. Language: Costs and Benefits of a Specialized System for Social Information Transmission. In: WELLS, Jonathan CK; STRICKLAND, Simon; LALAND, Kevin. Social Information Transmission and Human Biology. Boca Raton: Taylor & Francis, 2006, p. 150.

3 DESMURGET, Michel. La fábrica de cretinos digitales. Los peligros de las pantallas para nuestros hijos. Barcelona: Península, 2020.

 

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