¿Dónde encontrar a la estrella de Belén?

El desapego de los Reyes Magos es para los católicos de nuestro tiempo, tan necesitados de una estrella que brille para indicarles el camino, un ejemplo a seguir incluso en las mayores pruebas.

Solemnidad de la Epifanía del Señor

En esta solemnidad de la Epifanía, los santos Reyes Magos fulguran ante nuestros ojos con especial brillo. La piadosa aventura de estos hombres idealistas, valientes y abrasados de fe es una verdadera parábola de la trayectoria de todo bautizado. En efecto, esperaban con ardor algún gran acontecimiento que diera sentido a sus vidas; por lo tanto, estaban lejos de ser personas acomodaticias y mediocres, incapaces de elevar sus miras más allá del horizonte de una existencia banal.

Así, cuando vieron nacer la misteriosa estrella, abandonaron con entusiasmo su patria, su confort y su seguridad, para iniciar un largo y penoso viaje, guiados por ese astro que, con su luz sobrenatural, los orientaba a través de desiertos, valles y montañas hacia una meta maravillosa: Dios mismo hecho hombre, Rey de reyes y Señor de señores, rodeado de los cortesanos más santos, sublimes y prestigiosos de la historia, la Virgen María y San José.

También nosotros estamos llamados a emprender una santa epopeya

Ahora bien, todos los fieles, de un modo u otro, están igualmente llamados a dejar su tierra natal para recorrer un camino arduo y glorioso que los llevará al Cielo. Es necesario vivir en el mismo estado de espíritu de los santos reyes.

No hemos nacido para este mundo y por eso debemos renunciar a cualquier apego que nos ate a él de manera desordenada, predisponiendo nuestro espíritu a emprender la santa epopeya de la fe. La Palabra de Dios será nuestra guía luminosa en la noche de nuestra peregrinación, de suerte que también sobre nosotros el profeta Isaías pueda exclamar: «Las tinieblas cubren la tierra, […] pero sobre ti amanecerá el Señor» (60, 2).

Sin embargo, cabe considerar que el recorrido de los Reyes Magos implicaba pruebas. Y la mayor de ellas fue, sin duda, su paso por Jerusalén. Allí, contrariamente a lo que esperaban, no hallaron al Salvador del mundo, sino al impostor Herodes circundado de una élite corrupta, que se convertiría, con el transcurso de los años, en la más férrea opositora del Mesías. En este contexto, la estrella desapareció, la densa noche de la decepción y del aparente desmentido los envolvió.

La prueba de los católicos hoy

El católico de nuestros días también pasa por circunstancias terribles, en las que la luz que parecía fulgurar de manera indefectible se eclipsa. A veces lo asaltan las tentaciones o la aridez interior. Pero el mayor de los dolores consiste en darse cuenta con perplejidad de que se está deformando el rostro visible de la Nueva Jerusalén, la Santa Iglesia, nuestra madre casi adorada.

Sí, ver a la esposa de Cristo desfigurada por los pecados de hijos indignos, hasta el punto de parecer que reniega burlescamente de los ideales de santidad trazados por su amabilísimo Esposo, rompe el corazón. No obstante, incluso en esas condiciones, los fieles pueden distinguir, por el secreto instinto concedido por el Espíritu Santo, la verdad que aún resuena, así como los magos supieron discernir en los labios de los escribas que en Belén la promesa se cumpliría.

Superada la prueba, los reyes siguieron su camino, la estrella volvió a brillar, la esperanza se renovó y llegaron a la Ciudad de David. Allí adoraron al recién nacido, percibiendo en aquel pequeño, con los ojos de la fe, al Dios inmenso y majestuoso. También nosotros, guiados por la estrella reluciente del Evangelio y habiendo luchado hasta el final, llegaremos al Cielo, donde recibiremos un premio inconmensurable: la celestial compañía de Jesús, María y José, en la visión eterna de Dios. ◊

 

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