Defensor de la Iglesia

El arcángel Miguel está al lado de la Iglesia para defenderla contra todas las perversidades del tiempo presente y para ayudar a los fieles a resistir al diablo que «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar».

Me alegra estar entre vosotros a la sombra de este santuario de San Miguel Arcángel, que desde hace quince siglos es destino de peregrinaciones y punto de referencia para todos los que buscan a Dios y desean seguir a Cristo, por quien «fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y dominaciones, principados y potestades» (Col 1, 16). […]

A este lugar —como ya lo hicieron en el pasado tantos de mis predecesores en la cátedra de Pedro—, he venido también para disfrutar por un instante de la atmósfera propia de este santuario, hecha de silencio, de oración y de penitencia; he venido a venerar e invocar al arcángel San Miguel, para que proteja y defienda a la Santa Iglesia, en un momento en el que es difícil dar un auténtico testimonio cristiano sin compromisos y sin acomodaciones.

Lugar sagrado y privilegiado

Desde que el papa Gelasio I dio, en el año 493, su consentimiento a la dedicación de la cueva de las apariciones del arcángel San Miguel como lugar de culto e hizo su primera visita, concediendo la indulgencia del «perdón angélico», una serie de romanos pontífices siguieron sus pasos para venerar este lugar sagrado.

Entre ellos se encuentran Agapito I, León IX, Urbano II, Inocencio II, Celestino III, Urbano VI, Gregorio IX, San Pedro Celestino y Benedicto IX. Numerosos santos también han venido aquí a buscar fuerza y ​​consuelo. Recuerdo a San Bernardo, San Guillermo de Vercelli, fundador de la abadía de Montevergine, Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina de Siena; entre estas visitas continúa siendo célebre y está viva hasta hoy la que hizo San Francisco de Asís, que vino aquí en preparación para la Cuaresma de 1221. La tradición cuenta que, considerándose indigno de ingresar en la cueva sagrada, se detuvo en la entrada, grabando una señal de la cruz en una piedra.

Esta animada y nunca interrumpida concurrencia de peregrinos ilustres y humildes, que desde el comienzo de la Alta Edad Media hasta nuestros días han hecho de este santuario un lugar de encuentro para la oración y la reafirmación de la fe cristiana, indica cuánto es sentida e invocada por el pueblo la figura del arcángel Miguel, que es el protagonista en muchas páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento, y cuánto necesita la Iglesia de su celestial protección; de él, que es presentado en la Biblia como el gran luchador contra el dragón, el líder de los demonios.

«Peregrinación episcopal al monte Gargano», del Maestro de Palanquinos – Museo de Arte de Filadelfia (Estados Unidos)

Reivindicador de los derechos divinos y patrón de la Iglesia

Leemos en el Apocalipsis: «Y hubo un combate en el Cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón combatió, él y sus ángeles. Y no prevaleció y no quedó lugar para ellos en el Cielo. Y fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el que engaña al mundo entero; fue precipitado a la tierra y sus ángeles fueron precipitados con él» (12, 7-9).

El autor sagrado, en esta dramática descripción, nos presenta el episodio de la caída del primer ángel, seducido por la ambición de llegar a ser «como Dios». De ahí la reacción del arcángel Miguel, cuyo nombre hebreo ¿Quién como Dios?, reivindica la unicidad de Dios y su inviolabilidad.

La afluencia de peregrinos al santuario de San Miguel, desde la Edad Media hasta nuestros días, muestra cuánto necesita la Iglesia de su protección en las luchas

Aunque fragmentarios, los relatos de la Revelación sobre la personalidad y el papel de San Miguel son muy elocuentes. Él es el arcángel (cf. Jds 1, 9) que reivindica los derechos inalienables de Dios. Es uno de los príncipes del Cielo elegido para custodiar al pueblo de Dios (cf. Dan 12, 1), de donde surgirá el Salvador.

Ahora el nuevo pueblo de Dios es la Iglesia. He ahí la razón por la cual ella lo considera su protector y sostenedor en todas sus luchas por la defensa y la difusión del Reino de Dios en la tierra. Es cierto que «el poder del infierno no la derrotará», como lo asegura el Señor (Mt 16, 18), pero esto no significa que estemos exentos de pruebas y batallas contra las asechanzas del Maligno.

Batalla multimilenaria y siempre actual

En esta lucha, el arcángel Miguel está al lado de la Iglesia para defenderla contra todas las iniquidades del mundo, para ayudar a los fieles a resistir al diablo que «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1 Pe 5, 8).

San Miguel lucha junto a los católicos en la batalla de Siponto, de Juan de Sevilla

Esta lucha contra el demonio, que distingue a la figura del arcángel Miguel, es actual también hoy día, porque el demonio sigue vivo y operando en el mundo. En efecto, el mal que hay en él, el desorden que se halla en la sociedad, la incoherencia del hombre, la ruptura interior de la que es víctima no sólo son consecuencias del pecado original, sino también efecto de la acción infestante y oscura de Satanás, de este insidioso enemigo del equilibrio moral del hombre, que San Pablo no duda en llamar «el dios de este mundo» (2 Cor 4, 4), en la medida que se manifiesta como un astuto seductor, que sabe insinuarse en el juego de nuestro obrar para introducir en él desviaciones tan perjudiciales como aparentemente conformes a nuestras aspiraciones instintivas.

Por eso el Apóstol de las gentes advierte a los cristianos contra las artimañas del demonio y de sus innumerables satélites, cuando insta a los habitantes de Éfeso a revestirse «de la armadura de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire» (6, 11-12).

A esa lucha nos amonesta la figura del arcángel San Miguel, a quien la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, no ha dejado nunca de tributarle un culto especial. ◊

Fragmentos de: SAN JUAN PABLO II.
Discurso al pueblo de Monte Sant’Angelo,
24/5/1987– Traducción: Heraldos del Evangelio.

 

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