¡Corazones en alto!

La doctrina de Cristo une la tierra con el Cielo, ya que nos ordena elevar la mente desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna.

Ocasión propicia para elevar la mirada

La solemnidad de Todos los Santos es ocasión propicia para elevar la mirada de las realidades terrenas, marcadas por el tiempo, a la dimensión de Dios, la dimensión de la eternidad y de la santidad. […] Todos los miembros del pueblo de Dios están llamados a ser santos, según la afirmación del apóstol San Pablo: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Tes 4, 3). Así pues, se nos invita a mirar a la Iglesia no sólo en su aspecto temporal y humano, marcado por la fragilidad, sino como Cristo la ha querido, es decir, como «comunión de los santos».

Benedicto XVI.
Ángelus, 1/11/2011.

La tierra y el Cielo: una única realidad

Esta fiesta nos hace reflexionar sobre el doble horizonte de la humanidad, que expresamos simbólicamente con las palabras «tierra» y «Cielo»: la tierra representa el camino histórico, el Cielo la eternidad, la plenitud de la vida de Dios. Y así esta fiesta nos permite pensar en la Iglesia en su doble dimensión: la Iglesia en camino en el tiempo y la que celebra la fiesta sin fin, la Jerusalén celestial. Estas dos dimensiones están unidas por la realidad de la «comunión de los santos»: una realidad que empieza aquí abajo, en la tierra, y alcanza su cumplimiento en el Cielo.

Benedicto XVI.
Ángelus, 1/11/2012.

«No tenemos aquí ciudad permanente»

Todos los cristianos, ricos y pobres, deben tener siempre fija su mirada en el Cielo, recordando que «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura (Heb 13, 14)». […]

Nos, levantando la mirada, vigorizada por la virtud de la fe, creemos ya ver los nuevos cielos y la nueva tierra de que habla nuestro primer antecesor, San Pedro (2 Pe 3, 13). Y mientras las promesas de los falsos profetas de un paraíso terrestre se disipan entre crímenes sangrientos y dolorosos, resuena desde el Cielo con alegría profunda la gran profecía apocalíptica del Redentor del mundo: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5).

Pío XI.
Divini Redemptoris, 19/3/1937.

Somos peregrinos en busca del señor

Todos somos peregrinos y siempre lo seremos, caminando mientras buscamos seguir al Señor y mientras buscamos el camino que es verdaderamente nuestro en la vida. Ciertamente no es fácil, pero con la ayuda del Señor, la intercesión de los santos y animándonos unos a otros, podéis estar seguros de que, mientras permanezcáis fieles, confiando siempre en la misericordia de Dios, la experiencia de esta peregrinación continuará dando frutos a lo largo de vuestras vidas.

León XIV.
Discurso
, 5/7/2025.

Ser cristiano significa abrirse a la comunión con el Cielo

En el mundo terreno la Iglesia se halla al inicio de este misterio de comunión que une a la humanidad, un misterio totalmente centrado en Jesucristo: es Él quien ha introducido en el género humano esta dinámica nueva, un movimiento que la conduce hacia Dios y al mismo tiempo hacia la unidad, hacia la paz en sentido profundo. […] Ser cristianos, formar parte de la Iglesia, significa abrirse a esta comunión, como una semilla que se abre en la tierra, muriendo, y germina hacia lo alto, hacia el Cielo. […]

De hecho, estar unidos a Cristo, en la Iglesia, no anula la personalidad, sino que la abre, la transforma con la fuerza del amor, y le confiere, ya aquí, en la tierra, una dimensión eterna. En sustancia significa conformarse a la imagen del Hijo de Dios (cf. Rom 8, 29), realizando el proyecto de Dios que ha creado al hombre a su imagen y semejanza.

Benedicto XVI.
Ángelus
, 1/11/2012.

La Iglesia hace realidad esa unión

La doctrina de Cristo une, en efecto, la tierra con el Cielo, ya que considera al hombre completo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, y le ordena elevar su mente desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna, donde un día ha de gozar de felicidad y de paz imperecederas.

San Juan XXIII.
Mater et Magistra, 15/5/1961.

La eternidad está presente en el tiempo

La eternidad ya puede estar presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su fundamento último. Todo pasa, sólo Dios permanece. […] Todos los cristianos, llamados a la santidad, son hombres y mujeres que viven firmemente anclados en esta «Roca»; tienen los pies en la tierra, pero el corazón ya está en el Cielo, morada definitiva de los amigos de Dios.

Benedicto XVI.
Ángelus, 1/11/2006.

La santidad es accesible a todos

La santidad suele parecer un término extremo y superlativo, una manifestación excepcional e inaccesible de la perfección moral y religiosa para la mayoría de las personas, no un estado normal ofrecido a todos y exigido por todos, porque normalmente reservamos esta calificación de santidad a las figuras humanas que han realizado de manera plena y sublime el ideal del seguidor de Cristo, el héroe, el mártir, el asceta, el hombre campeón, que se destaca entre la multitud y presenta una estatura superior y singular de personalidad humana, engrandecida no sólo por un esfuerzo exitoso en la imitación del divino Maestro, sino también por una abundancia preferencial de dones carismáticos y una comunión mística con la vida misma de Cristo. […]

La santidad es un don; la santidad es común y accesible a todos los cristianos; la santidad es el estado, podríamos decir, normal de la vida humana, elevada a una misteriosa y maravillosa dignidad sobrenatural; es la novedad ofrecida por Cristo a la humanidad, redimida por Él en la fe y en la gracia.

San Pablo VI.
Audiencia general, 14/7/1971.

El rostro de Dios para los hombres

¿Quiénes son los santos? Los santos son aquellos que se han vestido con la vestidura blanca del «hombre nuevo» (Col 3, 10), llevando a su desarrollo pleno la gracia bautismal. Son los partícipes y testigos de Dios santo, del Dios «escondido» (Is 45, 15). Gracias a ellos, Él se revela, se hace visible, se hace presente en medio de nosotros. […]

Los santos son el pueblo de Dios redimido por la sangre del Señor: una multitud inmensa que proviene de las tribus de Israel y de todos los pueblos. Juntos forman el «verdadero Israel», la comunidad de los salvados, la Iglesia de Dios, la descendencia de Abraham, en quien son bendecidas todas las gentes.

San Juan Pablo II.
Ángelus, 1/11/1983.

Sólo los santos pueden transformar el mundo

La Iglesia y el mundo de hoy tienen una imperiosa necesidad de hombres y mujeres así, de cualquier condición y estado de vida: sacerdotes, religiosos y laicos, porque sólo personas de tal estatura y santidad serán capaces de transformar nuestro mundo atormentado y devolverle, junto con la paz, esa orientación espiritual y verdaderamente cristiana a la que todo hombre anhela íntimamente, incluso a veces sin ser conscientes de ello, y que todos necesitamos tanto.

San Pablo VI.
Homilía, 25/10/1970.

Unámonos a la familia de los santos

En este día sentimos que se reaviva en nosotros la atracción hacia el Cielo, que nos impulsa a apresurar el paso de nuestra peregrinación terrena. Sentimos que se enciende en nuestro corazón el deseo de unirnos para siempre a la familia de los santos, de la que ya ahora tenemos la gracia de formar parte. Como dice un célebre canto espiritual: «Cuando venga la multitud de tus santos, oh Señor, ¡cómo quisiera estar entre ellos!». Que esta hermosa aspiración anime a todos los cristianos.

Benedicto XVI.
Ángelus, 1/11/2008.

 

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