Las secuoyas, las más «ancianas» de entre los árboles, hoy nos transmitirán preciosas enseñanzas que, si son bien observadas, nos serán de enorme provecho para nuestra vida espiritual.

 

Canta el salmista que «el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos» (Sal 18, 2). Esto quiere decir que a través de sus encantos el orden de la Creación refleja altísimas verdades y contiene valiosas enseñanzas. Se trata de auténticos «mensajes» que el divino Artífice, deseoso de entrar en contacto con nosotros, dejó en cada criatura, sea la aurora o la puesta de sol, el canto de los pájaros o las olas del mar… Así pues, Dios hizo de los elementos que componen la sinfonía de la naturaleza un medio para llevarnos hasta Él.

Con estas consideraciones en mente, fijemos nuestra atención en el reino vegetal. En esta ocasión, quienes nos enseñarán preciosas lecciones serán los más grandes y «ancianos» árboles de la tierra: las secuoyas.

¡Gigantes de la naturaleza!

Nativas de California, Estados Unidos, las secuoyas pertenecen al grupo de las coníferas. En la actualidad existen solamente dos especies: la Sequoia sempervirens, que puede sobrepasar los 100 metros de altura y vivir cerca de mil años, y la Sequoiadendron giganteum, conocida como secuoya gigante, cuya longevidad se prolonga hasta tres milenios y de la cual recientemente se encontró un ejemplar con la impresionante estatura de105 metros.1

Además de la vertiginosa dimensión vertical, el poderoso tronco de una secuoya puede llegar a medir 12 metros de diámetro. En el Sequoia National Park, de Estados Unidos, hay una tan gruesa que para contornearla se necesitan veinte hombres con los brazos abiertos… ¡Es uno de los más grandes y longevos vegetales de todo el planeta!

Estos árboles tardan centenares o incluso miles de años para alcanzar su madurez; sin embargo —salvo intervención humana para la extracción de madera—, no corren peligro de verse detenidos en ese proceso, porque sus hojas no son comestibles ni medicinales y su corteza, con cerca de 30 centímetros de grosor, muestra especial resistencia al fuego, a los hongos y a los insectos.2

Existe un único factor que puede ser letal para la secuoya: ¡estar separada de sus «hermanas»! Curiosamente, el lugar donde Dios la plantó es bastante pedregoso y no permite que eche raíces muy profundas… Por ese motivo, las gigantes del reino vegetal no encuentran su fuerza de sustentación en las profundidades de la tierra, como los demás árboles, sino en el «apoyo colateral»: crecen siempre cerca unas de las otras y entrelazan sus raíces, formando una especie de red bajo el suelo raso. Así, unidas, vinculadas e incluso entretejidas mutuamente, están listas para afrontar las inclemencias de la intemperie.

Otro aspecto interesante de este árbol es que, cuando alcanza la «vejez», el mejor medio de prolongar su vida se llama fuego. Los incendios forestales, comunes en su región nativa, le abren inmensas grietas. No obstante, para que esas llagas se curen ha de pasar mucho tiempo y le exige que multiplique sus energías… Al verse herido, siente la necesidad de «luchar» aún más, lo que le confiere vitalidad para otras centenas de años, al final de los cuales se encuentra rejuvenecido y robustecido. Por lo tanto, para las secuoyas la llegada de un incendio significa doscientos o trescientos años de existencia.

Secuoya gigante «Sentinel» –
Giant Forest, Sequoia National Park (EE. UU.)

Ciertamente, si una de esas gigantes, durante los arduos años de esfuerzos por su recuperación, pudiera hablarnos, nos diría: «Estoy herida, ¡pero luchando! Y, precisamente por eso, ¡sigo viviendo!».

Dos valiosas lecciones de vida

En la actualidad, las monumentales secuoyas nos enseñan preciosas lecciones para que seamos espiritualmente más robustos y duraderos que ellas.

La primera lección consiste en que nos compenetremos de que nunca alcanzaremos la plenitud de nuestra vocación cristiana solos. Podemos dar incluso algunos pasos sin el auxilio de nuestros hermanos en la fe… Sin embargo, ¿seremos capaces de, aislados, caminar con perseverancia y exactitud rumbo a la perfección cuando se haga de noche y nos asalte la prueba? ¿Lograremos mantenernos de pie ante los vendavales de las tentaciones y de las ilusiones del mundo?

Sabemos, por experiencia, que todo individualista está destinado a la esterilidad sobrenatural… El propio Jesucristo, Dios hecho hombre, quiso verse necesitado de una madre que lo amparara hasta el momento supremo del consummatum est y, aun siendo omnipotente, no fundó su Iglesia Él solo, sino que eligió a doce de sus discípulos. ¡Cuánto más nosotros, pobres mortales, nos hacemos falta unos a otros para alcanzar la santidad!

Hemos de ser ayudados en este caminar y, cuando nos robustezcamos, fortalecer también a los demás. ¿No fue ese, por ventura, el consejo que le dio Jesús a San Pedro: «Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32)?

La segunda lección que nos transmiten las secuoyas es que el sufrimiento puede renovarnos y purificarnos. A semejanza de los incendios de California, más pronto que tarde el dolor se presenta en nuestras vidas; no hay cómo escaparse. «Militia est vitam hominis super terram» (Job 7, 1), afirmaba el santo Job. No obstante, si el fuego de las tribulaciones abre grietas, también nos obliga a luchar y, como consecuencia, nos hace más fuertes, más puros y santos, siempre que sepamos trascender las dificultades con los ojos de la fe.

Cuando constatemos las llagas dejadas por las pruebas, no perdamos tiempo con lloriqueos inconscientes. Batallemos con confianza en Dios. De esta manera, nos valdrán no sólo doscientos años de vida, sino las eternas alegrías de la visión beatífica.

Siempre unidos, ¡luchemos con entusiasmo!

Ante las adversidades armémonos, pues, de una nueva disposición de alma. Auxiliémonos mutuamente en los combates que se nos presentan, fortalezcámonos en la fe, amémonos los unos a los otros. Entonces las embestidas del enemigo infernal jamás serán capaces de arrancar nuestras raíces del corazón de la Santa Iglesia.

Enfrentemos con alegría y fortaleza las adversidades de la vida, recordemos siempre que es por amor que nuestro Padre celestial nos envía tormentas, para que nos convirtamos en guerreros de Cristo y merecedores del premio eterno. Las calamidades que Dios nos manda no son para castigarnos ni para nuestra perdición, sino más bien para que nos enmendemos (cf. Jdt 8, 27).

Fortalecidos y animados de este modo, y amparados por el auxilio de la Santísima Virgen, alcanzaremos nuestra plena estatura moral. 

 

Notas

1 Cf. DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO ILUSTRADO. São Paulo: Abril, 2006, v. XXI, p. 2387.
2 Cf. NUEVA ENCICLOPEDIA BARSA. 6.ª ed. São Paulo: Barsa Planeta Internacional, 2002, v. XIII, p. 218.

 

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1 COMENTARIO

  1. AVE AVE SALVE MARIA!! Acertado y lindo articulo publicado por nuestra querida Hermanita Mariana. Que Nuestra BENDITA SOBERANA te siga iluminando hoy y siempre.

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