¿Quién fue Plinio Corrêa de Oliveira? Una de las respuestas plausibles, aunque incompleta, consistiría simplemente en recordar algunos hechos de su vida: indiscutible líder católico, prolífico escritor, fundador de una obra apostólica cuya influencia desconoció fronteras… Y la lista de sus atributos podría, sin duda, ser mucho más extensa, como sugieren las páginas de esta edición.
La misión de un varón providencial, sin embargo, no se circunscribe a su trayectoria terrenal. Más que indagar quién fue, debemos preguntarnos quién es —y seguirá siendo— el Dr. Plinio. En efecto, él mismo declaró en una ocasión que su obra «no era un museo, sino un estandarte en marcha».1
Esa perennidad que rompe los lazos de la muerte se verifica sobre todo con respecto de un fundador, porque, como su propio nombre indica, todo el potencial de crecimiento del edificio de su obra está contenido en la solidez del fundamento, que es él mismo, y todo el despliegue de la influencia de esta obra se remitirá siempre al principio, en el que se concentra su fuerza. Así pues, la relevancia de la figura del Dr. Plinio se evidenciará en la medida en que se ponga en acción, se actualice, su legado.
Éste no ha permanecido oculto en los sótanos de la historia ni en los recovecos de libros enmohecidos; ha sido puesto en un candil y escrito en el alma de innumerables discípulos. Y ahí reside su triunfo. Como decía Santo Tomás de Aquino,2 la perfección de un ser se revela tanto mejor cuanto más es capaz de transmitir a los demás lo que él mismo sabe hacer. Por lo tanto, de entrada no se puede saber quién es el Dr. Plinio si se excluye el papel de su mejor intérprete: Mons. João Scognamiglio Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio.

Como ocurrió entre el Beato Jordán de Sajonia en relación con Santo Domingo, o bien, en otro ámbito, entre San Miguel Rúa y San Juan Bosco, la gran hazaña de Mons. João no consistió únicamente en repetir las realizaciones de su maestro, sino en llevarlas más allá, haciendo realidad los grandes anhelos que las circunstancias le obligaron a renunciar en vida y que hoy vemos, en gran medida, materializados en una obra puesta toda ella al servicio de la Iglesia, como son los Heraldos del Evangelio.
El vigor de esa savia se puede intuir en las semillas que el Dr. Plinio plantó a lo largo de su vida, regándolas con mucha sangre, sudor y lágrimas. Su causa formal se infiere del testamento que redactó el 10 de enero de 1978: «Declaro que he vivido y espero morir en la santa fe católica apostólica y romana, a la que me adhiero con toda la sinceridad de mi alma. No encuentro palabras suficientes para agradecerle a Nuestra Señora el favor de haber vivido desde mis primeros días, y de morir, como espero, en la Santa Iglesia, a la que he votado, voto y espero votar hasta mi último aliento, absolutamente todo mi amor».3
Más que indagar quién fue, debemos preguntarnos quién es —y seguirá siendo— el Dr. Plinio. Su legado se asemeja no a un museo, sino a un estandarte en marcha, puesto en manos de innumerables hijos
Como queda claro en la imagen del estandarte en marcha mencionada antes, el Dr. Plinio no se prendía a la nostalgia del pasado, sino que proyectaba una mirada de esperanza hacia el futuro. Alejada de cualquier «arqueologismo», para él la Contra-Revolución vivía de la nostalgia del porvenir. Y, por ello, confianza es la palabra que resumiría la actitud de Mons. João ante los acontecimientos que siguieron al 3 de octubre de 1995, fecha del fallecimiento de su padre espiritual.
Confianza porque Cristo ha vencido a la muerte y al mundo (cf. Jn 16, 33). Confianza porque la Santísima Virgen prometió en Fátima el advenimiento de su Reino. Confianza porque los varones providenciales ya participan de la eternidad por la misma contemplación de Dios4 y, por tanto, no mueren: «El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11, 25).
La confianza nace de la fidelidad a una promesa, se nutre de la ufanía en las lides del día a día, se consolida con la esperanza que no defrauda (cf. Rom 5, 5) e irradia sus efectos a los posteriores. El Dr. Plinio vivió de la esperanza hasta su último suspiro, ratificando lo que había declarado: «Después de la muerte, espero junto a [Nuestra Señora] rezar por todos, ayudándolos así de una manera más eficaz que en la vida terrena».5
Ante el aumento de toda suerte de dramas, los innumerables ejemplos de confianza dados por el Dr. Plinio y su perpetuo «sí» a los designios divinos inspiran sin duda a sus hijos espirituales.6 La gracia continúa suscitando en sus corazones «palabras de dulzura y de paz»,7 conforme la expresión del P. Thomas de Saint-Laurent, e iluminando el camino de quienes desean escucharlas.
No obstante, así como el triunfo del Dr. Plinio ha sido conquistado con mucha sangre,8 lo mismo ocurrirá con su obra. Como él mismo señaló, la forma más excelente de confianza es aquella que va contra todo pronóstico y hace sangrar el alma por lo inesperado, pero da frutos abundantes. De hecho, sólo siguiendo la huellas del Crucificado se puede alcanzar la gloria de la resurrección.
La efeméride del trigésimo aniversario del fallecimiento de tan insigne varón se reviste de especial singularidad en este año 2025, ya que nos encontramos en un año jubilar dedicado a la esperanza, cuya fina punta se llama virtud de la confianza. En este sentido, el papa León XIV comenta que la verdadera esperanza consiste: «no en tratar de evitar el dolor, sino en creer que, incluso en el corazón de los sufrimientos más injustos, se esconde la semilla de una nueva vida».9
La trayectoria del Dr. Plinio en la Iglesia militante fue una incesante proclamación de confianza, aun cuando las tinieblas parecían dominar definitivamente la luz, incluso a costa de tantas injusticias y contradicciones. Pero en tales ocasiones es cuando resulta hermoso creer en la luz. Si siguen a su maestro en esa virtud, sus hijos espirituales —así como todas las personas de buena voluntad— podrán ser paladines de la confianza, incluso si los acontecimientos desmintieren su fe. Cuando eso ocurra, creerán aún más en la victoria y creerán «hasta en lo inverosímil, hasta en lo imposible, si ese imposible y ese inverosímil están en las vías de María Santísima».10
La confianza es invencible, porque participa de la victoria de Dios mismo.

Notas
1 Corrêa de Oliveira, Plinio. Reunión. Amparo, 17/10/1985.
2 Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. I, q. 108, a. 2, ad 2.
3 Corrêa de Oliveira, Plinio. «10 de janeiro de 1978: um testamento». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año III. N.º 22 (ene, 2000), p. 5.
4 Cf. Santo Tomás de Aquino, op. cit., q. 10, a. 3, ad 1.
5 Corrêa de Oliveira, «10 de janeiro de 1978: um testamento», op. cit., p. 5.
6 Véase especialmente el artículo «La historia de un “sí” constante», en esta edición.
7 Saint-Laurent, Thomas. O livro da confiança. São Paulo: Retornarei, 2019, p. 13.
8 Al respecto, véase el artículo «El triunfo conquistado por la sangre», en esta edición.
9 León XIV. Audiencia general, 27/8/2025.
10 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 20/12/1991.