¿Como granos de arena?

Hay en ella hermosos aspectos que merecerían ser destacados. Sin embargo, a partir de un pormenor de su constitución podemos reflexionar sobre ciertas actitudes nuestras.

Abandonados al calor abrasador del sol, que irradia su máximo fulgor, los granos casi insignificantes de una tierra infértil forman los desiertos y las playas que se extienden por el orbe: la abundante arena, incapaz de retener la elevada temperatura que recibe durante horas, se esparce por los continentes y está a merced del viento, que la aleja de donde originalmente estaba.

Entre grano y grano no existe conexión alguna; no hay hermandad o vínculo, ni siquiera una relación mutua. Cada cual parece ignorar la extensa sociedad de la que forma parte. Bajo el efecto del agua se junta, es cierto, pero no constituyen una unidad. Se separan fácilmente uno del otro, para sentirse chacun dans sa chacunière.1

Hay aspectos muy bonitos en la arena que podríamos destacar, pero partamos de ese pormenor de su constitución para reflexionar sobre ciertas actitudes nuestras y preguntarnos si actuamos bien o mal, moralmente hablando.

Como seres inanimados, esos granitos no tienen conciencia de su «individualismo», ya que se trata de una característica de la naturaleza con la que Dios los creó. Sin embargo, con nosotros no ocurre lo mismo cuando, en nuestras relaciones sociales, vivimos de manera egoísta como granos de arena… ¿Saldremos indemnes de los males que tal conducta implica?

Diferentes muestras de granos de arena del Museo de Wiesbaden (Alemania)

Todos, sin excepción, hemos sido insertados en alguna sociedad: una familia, una religión, una escuela, un trabajo, un círculo de amistades, una vocación religiosa… No obstante, aunque estemos cercanos unos de otros e incluso eventualmente realicemos alguna tarea o misión compartida, podemos caer en la tendencia de ir preocupándonos tan sólo de nuestros propios intereses, sin llegar a establecer un auténtico vínculo de alma con los demás.

Y este deplorable modo de proceder no dejará de tener consecuencias… La primera de ellas es el riesgo de que no desarrollemos nuestra personalidad, pues únicamente alcanzamos la plenitud de nosotros mismos junto a los demás, nunca solos.

Por otra parte, el egoísta está expuesto a ser arrastrado por cualquier vendaval, ¡con perjuicio para su vida terrena y eterna! En efecto, ¿quién logrará superar los sufrimientos de la existencia presente y alcanzar el Cielo apoyado tan sólo en sus propias fuerzas? Ya el Eclesiastés dejó consignada la siguiente enseñanza: «Si uno cae, el otro lo levanta; pero ¡pobre del que cae estando solo, sin que otro pueda levantarlo!» (4, 10).

Arena de la playa de Morouzos, Ortigueira (España)

Al contrario, resistiremos invictos si sabemos apoyarnos en el prójimo, cuando nuestra relación se basa en el amor a Dios. Amparándonos mutuamente, y asumiendo la flaqueza o la alegría ajenas como propias, no nos veremos abatidos ante desastres interiores o exteriores, sino que, unidos a nuestros hermanos en la fe, resistiremos como un acantilado que enfrenta incólume huracanes y mares embravecidos. Observemos la roca y lo comprobaremos: es firme porque constituye un único elemento; al disgregarse se vuelve arena, que vaga sin rumbo por donde el viento la lleva.

Hagamos un propósito en esta rápida meditación: ¡nada de egoísmos! Entreguémonos a los demás, interesémonos por ellos, consolidemos con nuestro prójimo vínculos de verdadera caridad. Apartemos la mirada de nosotros mismos para fijarnos en quienes podamos auxiliar. Tal decisión atraerá gracias para nuestra santificación y la de los demás, y concurrirá a que los planes de Dios se cumplan en la Historia. 

 

Notas


1 Locución francesa que suele utilizarse para expresar disposiciones egoístas, en el sentido de que «cada uno va a lo suyo».

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Del mismo autor

Artículos relaccionados