A fin de conducir con seguridad a las ovejas de su rebaño hacia las fuentes eternas, Nuestro Señor Jesucristo instituyó pastores vigilantes y sabios, que las instruyeran y alertaran de los peligros, es decir, los obispos. A éstos bien podemos aplicarles las palabras dirigidas al profeta Ezequiel: «Te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte» (Ez 33, 7). Y aquellas comunicadas a Jeremías: «¡Ay de los pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño! […] Les pondré pastores que las apacienten, y ya no temerán ni se espantarán. Ninguna se perderá» (Jer 23, 1.4).
Cuando Adolf Hitler llegó al poder en Alemania, quizá no sospechara que iba a encontrar en un obispo de la Santa Iglesia a uno de sus más acérrimos enemigos. Se trataba de un verdadero pastor, que asumió sobre sus hombros él solo el peso de la lucha de Dios contra la tiranía reinante.
«Nec laudibus, nec timore»
Decimoprimer hijo del conde Ferdinand Heribert von Galen y de Elisabeth von Spree, Clemens August von Galen nació el 16 de marzo de 1878 en Oldenburg, Alemania. Después de haber realizado la mayor parte de sus estudios con los jesuitas, fue ordenado sacerdote en 1904. Dos años más tarde se trasladó a Berlín, donde ejerció su ministerio durante los difíciles días de la Primera Guerra Mundial. En 1929 se hizo cargo de una parroquia en la ciudad de Münster, hasta que, en 1933, el papa Pío XI lo eligió obispo de esta diócesis.
Toda su vida episcopal estuvo marcada por el enfrentamiento con la ideología nazi. Y, coincidencia o no, la Providencia parece haber querido subrayar este aspecto de su misión. Von Galen gobernó la diócesis de Münster durante un período de tiempo igual al del gobierno de Hitler: fue ordenado obispo nueve meses después de que el Führer subiera al poder y murió aproximadamente nueve meses tras su muerte.
En el lema episcopal del nuevo prelado quedaron resumidas sus disposiciones: Nec laudibus, nec timore. Ni las alabanzas ni el temor conmutarían su rígida postura ante las aberraciones perpetradas por el Gobierno de Berlín.
Al frente de la oposición
De hecho, no tardó en asumir el liderazgo de la oposición católica al régimen. Ya en 1934, en una pastoral diocesana, el celoso pastor expuso las erróneas tesis de Alfred Rosenberg, uno de los principales ideólogos del nacionalsocialismo, contenidas en el libro El mito del siglo XX. En éste se proponían la supremacía absoluta de la raza alemana, la exclusión de los que no pertenecían a ella y otras tesis de la cosmovisión nazi.
Se trataba, en realidad, de «una nueva y nefasta ideología totalitaria que pone a la raza por encima de la moralidad, la sangre por encima de la ley […], repudia la Revelación, busca destruir los fundamentos del cristianismo».1 La advertencia del obispo tuvo amplia repercusión entre el clero y el pueblo alemán, con el saludable efecto de haberles abierto los ojos con respecto a las pésimas intenciones del discurso nacionalsocialista.
Unos meses después, Rosenberg injurió al prelado públicamente durante un congreso del partido en Münster, en un intento de levantar a la gente contra él. Pero la valentía de Mons. Clemens ya había quedado demostrada y las palabras difamatorias del teórico alemán obtuvieron un efecto inesperado… Al día siguiente, los fieles salieron a las calles en apoyo de su obispo, culminando con una procesión de casi veinte mil almas.
En septiembre de 1936, Von Galen aprovechó la conmemoración del mártir San Víctor Xanten2 para tratar sobre los límites de la obediencia debida al Reich. «¿Cómo puede la Iglesia venerar como santo al soldado Víctor? ¿Cómo puede presentarnos como modelo un hombre que fue ajusticiado […] por desobediencia hacia el emperador?».3 ¿Qué quería afirmar el obispo de Münster? Cuando la autoridad exige lo contrario a la recta conciencia, pierde el derecho de mandar y atenta contra Dios mismo. El recado había sido dado. Y concluyó: «Así Dios quiera darnos discernimiento y fuerza heroica, que nunca por egoísmo o vil temor a los hombres consintamos en el pecado, manchando la conciencia para ganar o conservar el favor de los mortales poderosos».4
Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el prelado alemán ya era conocido en gran parte de Europa. Sin embargo, su golpe más duro contra el régimen de Hitler aún estaba por llegar. A mediados de 1941, pronunció tres contundentes sermones que extendieron todavía más su fama y le valieron el título de León de Münster.
Un sermón dominical…
Sábado, 12 de julio de 1941. Monseñor Clemens von Galen es informado de la ocupación, por parte de la Gestapo, de las casas de los jesuitas de Königstrasse y de Haus Sentmaring, y de la invasión de numerosos conventos de religiosas, muchas de las cuales habían sufrido violencia e insultos.
Tales acontecimientos constituyeron un golpe muy duro contra el rebaño que le había sido confiado. Necesitaba hacer algo. Toda la jornada anduvo inquieto y preocupado. Pero ¿qué actitud adoptaría? Decidió que al día siguiente predicaría, en el sermón dominical, contra los atropellos perpetrados por el régimen nazi. Haría de su palabra una espada en defensa de la fe y del pueblo alemán.
La catedral de Münster estaba abarrotada de feligreses para asistir a la misa dominical. Ya desde el comienzo, no dudó en denunciar la infame actuación de la policía de Hitler, que injustamente infringía los derechos de honrados ciudadanos alemanes. Y recordaba: «Ninguno de nosotros se encuentra seguro, ni siquiera si, en conciencia, fuese el ciudadano más honesto y más fiel, de no ser un día arrestado en su propia casa, despojado de la propia libertad, encerrado en las prisiones y en los campos de concentración del Estado. […] Soy consciente de que hoy, u otro día, también me puede suceder a mí».5
Sin embargo, ni la cárcel ni la muerte, al igual que a los primeros cristianos, lo intimidaban: «Yo, en nombre del recto pueblo alemán, en nombre de la majestad de la justicia, […] elevo mi voz, en voz alta, como alemán y como honesto ciudadano, como representante de la religión cristiana, como obispo católico, digo: “¡Pedimos justicia!”».6
Durante el sermón, hombres y mujeres se pusieron de pie en señal de aprobación a las palabras que escuchaban. Muchos incluso rompieron a llorar. Un espía de la Gestapo presente en el lugar contó que la iglesia parecía una sala de reuniones, de tal manera estaban todos exaltados y emocionados.
Consciente del peligro que corría, concluida la ceremonia Von Galen le pidió a su capellán que le enviara ropa, si fuese a prisión. Una vez en su palacio todos le recomendaban que se refugiara en otro sitio, pero él no accedió.
El efecto de la denuncia fue devastador. Muchos querían tener una copia de sus palabras, y en menos de una semana el nuncio en Berlín y todos los obispos de la nación germánica se enteraron de la osada increpación de aquel ungido de Dios.
Una semana después…
El 20 de julio, en la iglesia de Überwasser, nuevamente el León de Münster se hizo oír. Ese domingo, el templo también estaba repleto, con gente que había ido desde lugares distantes, como Holanda, para escuchar al indómito ministro.
Después de condenar de nuevo la confiscación de varios conventos y la prisión de religiosos, continuó: «¿Comunión con hombres que cazan como conejos a nuestros religiosos, a nuestros frailes y monjas, sin motivos jurídicos, sin denuncia, sin posibilidad de defensa…? ¡No! Con esos y con todos los que sean responsables no se puede ni siquiera imaginar comunión de pensamiento y de sentimiento».7
Quizá sólo quienes vivieron aquellos días supieron medir la valentía de este pastor. ¿Cuántos no permanecerían en silencio por temor a ser arrojados a campos de concentración por desafiar un régimen que se juzgaba omnipotente? Como si aún no bastara la osadía de haber hecho esa predicación, Von Galen envió reproducciones de este último discurso al Gobierno del Reich exigiéndole justicia.
Tercer sermón: el golpe más fuerte contra el nazismo
Sin duda la tercera homilía, el 3 de agosto de 1941, fue la más importante. Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, afirmaría más tarde que este sermón había sido «el ataque frontal más fuerte desencadenado contra el nazismo en todos los años de su existencia».8
El obispo había tomado conocimiento del plan secreto de los nazis que determinaba el exterminio de los discapacitados, ancianos, enfermos mentales y niños paralíticos, todos denominados «vidas improductivas».
La gente contenía la respiración mientras escuchaba a aquella enorme figura haciendo resonar como el trueno su voz en toda la catedral: «Ahora son asesinados, bárbaramente asesinados, inocentes indefensos […]. Nos encontramos ante una locura homicida sin igual. […] ¡Con gente como ésa, con esos asesinos que pisan orgullosos nuestras vidas, ya no puede haber comunidad de pueblo!».9
En poco tiempo, las palabras del León de Münster recorrieron el mundo, llegando incluso hasta los soldados en el frente. ¡Aviones de la Royal Air Force lanzaron cientos de copias desde el cielo de Berlín! Tal era el valor de aquellas predicaciones que su transcripción se convirtió en moneda de cambio por mercancías. El obispo de Münster se convirtió en un modelo de fe intrépida en tiempos de persecución, personificando el ideal de resistencia.
«El caso Von Galen»
Como era de esperar, tales actitudes le granjearon el odio de los dirigentes del partido. El «caso Von Galen» fue ampliamente discutido por la cúpula del Reich en los meses siguientes. Uno de los jefes de las SS llegó a afirmar: «Este alto traidor y traidor al país, este cerdo se encuentra libre y se toma la libertad de hablar contra el Führer. Debe ser ahorcado».10
Pero ésa no era la mejor solución para ellos. Sabían que sería perjudicial hacer de Von Galen un mártir, pues su muerte provocaría la rebelión de gran parte del pueblo alemán, además de provocar disensiones con el Vaticano. Así que el astuto Goebbels le aconsejó a Hitler que dejara que el asunto se solucionara después de la guerra. El Führer accedió y, el 4 de julio de 1942, declaró que le haría pagar hasta el último centavo…
El impávido obispo, incluso siendo espiado y sufriendo constantes amenazas, conservó una actitud serena y continuó proclamando la verdad abiertamente.
Últimos años de la guerra y de su vida
La postrera etapa de sus días coincidió con el avance de los aliados hacia Berlín. Una de las crueles consecuencias de esto fueron los bombardeos que arrasaron varias ciudades alemanas, cobrándose la vida de inocentes. Münster fue uno de los lugares que más sufrió los ataques. Parecía que el demonio quería imponerle un último castigo a aquel gran héroe de la fe.
El 10 de octubre de 1943 sonaron las sirenas en la urbe. Buena parte de la población se refugió en la catedral. Pero no sabían que el blanco era precisamente el recinto sagrado. Según declaró el comandante estadounidense de la operación, ésa fue la primera vez que los ejércitos aliados habían recibido órdenes de atacar objetivos civiles…
Cuando rugieron las alarmas, Mons. Clemens se encontraba en el palacio episcopal, revistiéndose de los ornamentos para ir a la catedral. No le dio tiempo a esconderse en el refugio antiaéreo cuando los proyectiles empezaron a estallar. Las bombas arruinaron toda la residencia, y él salió milagrosamente ileso, apoyado en la única pared que quedó en pie.
Más de doscientas iglesias y varios conventos fueron arrasados en la diócesis. El intrépido pastor no entendía el porqué de tamaña destrucción. Como si no fuera suficiente la persecución nazi, aquellos que en principio habían ido a restaurar la paz acabaron infligiendo un sufrimiento tal vez mayor.
Elevado a la honra del cardenalato
Terminada la guerra, en la víspera de Navidad de 1945, Radio Vaticano daba a conocer la elevación de Mons. Clemens von Galen al cardenalato, por el papa Pío XII. Era la coronación explícita de su actuación, llegada de la Cátedra de Pedro.
Según el relato del sacerdote designado como caudatario de Von Galen, tal era la veneración de todos por él que, «cuando, a la entrada de los cardenales en [la basílica de] San Pedro, Clemens August apareció en la puerta, un murmullo recorrió la multitud de los presentes. […] Mientras su gigantesca figura atravesaba la nave central, se alzó un huracán de entusiasmo. El aplauso llegó a su culmen en el momento en que el cardenal subió hacia el trono del Santo Padre».11
El 16 de marzo de 1946 más de cincuenta mil fieles esperaban el regreso del purpurado frente a las ruinas de la catedral, donde realizó su último acto público, dirigiéndole un discurso a la multitud. Menos de una semana después, el 22 de marzo, falleció a los 68 años como consecuencia de una apendicitis.
* * *
Benedicto XVI beatificó al cardenal Clemens August von Galen el 9 de octubre de 2005.
En aquella ocasión, el pontífice alemán arrojó luz sobre la fuente de la intrepidez y del coraje que animaron al León de Münster a oponerse a la tiranía que amedrantó al mundo: «Más que a los hombres, temía a Dios, que le concedió el valor para hacer y decir lo que otros no se atrevían a decir y hacer. Así él nos infunde valentía, nos exhorta a vivir de nuevo la fe hoy y nos muestra también que esto es posible tanto en las cosas sencillas y humildes como en las grandes y profundas».12 ◊
Notas
1 LÖFFLER, P. (Coord.). Bischof Clemens August Graf von Galen. Akten, Briefe und Predigten 1933-1946, apud FALASCA, Stefania. Un obispo contra Hitler. El beato von Galen y la resistencia al nazismo. Madrid: Palabra, 2008, p. 109.
2 San Víctor, militar cristiano del siglo IV, fue asesinado por haberse negado a sacrificar a los dioses romanos. Su fiesta se celebra el 10 de octubre.
3 LÖFFLER, op. cit., p. 35.
4 Ídem, p. 36.
5 FALASCA, op. cit., p. 39.
6 Ídem, p. 223.
7 Ídem, p. 42.
8 Ídem, p. 43.
9 Ídem, p. 44.
10 Ídem, p. 48.
11 Ídem, p. 83.
12 BENEDICTO XVI. Palabras al final del rito de beatificación del cardenal Clemens August von Galen, 9/10/2005.