A medida que vamos conociendo los numerosos favores que Dña. Lucilia obtiene para quienes recurren a su intercesión, se vuelve más nítida en nuestro espíritu la certeza de que ella es, de hecho, un instrumento de Dios para ayudar a todos los que aún combaten en este valle de lágrimas. Los relatos que transcribimos a continuación son una elocuente muestra de ello.
Curación de una enfermedad en los ojos
Fátima Clara María Rodríguez de González Zúñiga, de Perú, nos transmite su gratitud a Dña. Lucilia tras haber sido curada, por su intercesión, de una enfermedad oftalmológica.
Nos cuenta que, después de un rutinario examen ocular, la médica le detectó una vasculitis retiniana en el ojo derecho. El especialista al que fue derivada le explicó que tenía un daño irreversible en la retina, probablemente como consecuencia de otra enfermedad, y que lo que entonces tenía que hacer era preservar la vista del ojo izquierdo. Luego de varias pruebas más le diagnosticaron, de hecho, una toxoplasmosis ocular.
Fátima empezó un tratamiento bastante agresivo, que los médicos lo consideraban todavía insuficiente para su recuperación. Sin embargo, confiaba en que Dña. Lucilia intercedería a su favor y, rogándole su curación, se puso sobre ambos ojos un medallón que contenía cabellos de Dña. Lucilia, que un conocido suyo guardaba con devoción particular y se lo había prestado. Y su oración fue prontamente escuchada.
Periódicamente, Fátima sigue realizándose exámenes oftalmológicos, pero nunca más los médicos encontraron ni siquiera vestigios de la enfermedad.
Una petición simple, pero hecha con confianza
Es impresionante ver cómo Dña. Lucilia actúa sin hacer «acepción de pedidos»: siempre ayuda a quien recurre a ella con fe y confianza. La familia de Ludmila Priscila Beraldo Dousseau pudo comprobar la solicitud de esta bondadosa señora para solucionar incluso una minúscula dificultad.
Hasta mayo de 2021, la familia de Ludmila residía en el litoral paulista. Habiendo visitado en una ocasión una de las casas de los Heraldos del Evangelio localizada en el municipio de Caieiras, en el estado de São Paulo, ella y su marido se quedaron tan encantados con el apostolado que allí se realizaba que decidieron mudarse a la Sierra de la Cantareira, movidos por el deseo de estar más cerca de dicha institución y poder así participar en sus actividades.
A finales del 2021 una de sus hijas, Amelie, de 10 años, les pidió estudiar en el Colegio Monte Carmelo, hospedándose en una de las casas de la rama femenina de los Heraldos del Evangelio, a modo de experiencia. Dña. Lucilia no dejó de interceder por Amelie, que vio cómo su deseo fue rápidamente realizado.
Ludmila entonces empezó a preparar todo lo necesario para el hatillo de su hija. En cierto momento, ésta pidió a sus padres que le compraran una maleta para transportar sus pertenencias cada semana, cuando regresara a casa. La madre le respondió que la situación económica de la familia no permitía más gastos y le hizo una sugerencia: pídeselo a Dña. Lucilia. Llena de confianza, Amelie presentó su petición a Dios, por intercesión de aquella a quien siempre recurrían en las dificultades.
Aquel mismo día, de vuelta a casa después de la Misa, la familia se encontró con una maleta en la puerta, en perfecto estado. El padre de la joven, Jason Dousseau, recogió la maleta y se la entregó a su hija, que se alegró mucho con la merced recibida de parte de su bondadosa intercesora.
«Si sobrevive, tendrá muerte cerebral»
Una de las notas características de la bondad de Dña. Lucilia es la delicadeza propia de una madre siempre dispuesta a acudir en auxilio de sus hijos en cualquier circunstancia.
De esto nos da un valioso testimonio Verónica Lima Barboza, residente en Montes Claros (Brasil): «El día 26 de febrero de 2021, mi hijo Breno Augusto Lima Barboza Silveira tuvo un accidente de moto en la ciudad de Juiz de Fora. Ingresó en el hospital con TCE (traumatismo craneoencefálico) grave, politraumatismo, hundimiento de cráneo, cerebro desplazado 1,8 cm, varias fracturas en el brazo izquierdo y lesión en el pulmón izquierdo».
En resumen, el joven estaba en coma en el grado 3 de Glasgow, el más profundo estadio, en el cual el paciente no responde a ningún estímulo. Después de una operación de craneotomía descompresiva, el cirujano le dijo a Verónica que «ya estaba hecho todo lo que había que hacer». Y resumió en una breve frase la gravedad de la situación: «Si sobrevive, tendrá muerte cerebral». Es decir, quedaría en estado vegetativo.
En ese trágico momento, Verónica mantuvo una gran paz de alma, confortada por el hecho de que un sacerdote heraldo hubiera acudido al hospital y administrado a su hijo la Unción de los Enfermos. Ella consiguió autorización para visitarlo en el CTI todos los días, pero infelizmente, debido al agravamiento de la pandemia de COVID-19, dichas visitas fueron canceladas.
Doña Lucilia da muestras de su actuación en el caso
«El 8 de marzo —prosigue Verónica—, cuando fueron suspendidas las visitas en el CTI, le pedí a la enfermera jefe que colocara una estampa de Dña. Lucilia junto a Breno Augusto, para que ella lo cuidara en mi ausencia».
El 12 de abril, le dieron el alta del CTI. Los días 21 y 22, en los cuales se conmemoran el aniversario de fallecimiento y el de nacimiento de Dña. Lucilia, el joven mostró alentadoras señales de mejoría: se sentó y levantó la cabeza. Gran sorpresa se llevaron los dos fisioterapeutas que le asistían; uno de ellos, muy contento con tal progreso, le pidió a Verónica que marcara la fecha 21 de abril de 2021 para celebrar esa feliz evolución.
Verónica concluye su relato con sencillas palabras de gratitud: «Dña. Lucilia cuidó de mi hijo en el CTI y hoy está vivo gracias al milagro obrado por su intercesión».
Durante la caída, le rezó a Dña. Lucilia
A menudo nos da la impresión de que ciertas adversidades son permitidas por la Divina Providencia para darles a los intercesores celestiales la oportunidad de mostrar lo mucho que están dispuestos a socorrer a todos los que a ellos recurren.
Algo así le sucedió a Ismael de Faria, también vecino de Caieiras. En silla de ruedas desde hace nueve años, usa un ascensor en su casa para trasladarse de una planta a otra. Un día lo utilizó como de costumbre, pero cuando llegó al piso donde pretendía bajarse, el cable de acero del ascensor se rompió, haciéndolo caer desde una altura de seis metros.
Ismael adoptó entonces la mejor actitud que se puede tener en momentos como ese: durante la caída rezó, rogándole a Dña. Lucilia que lo protegiera. Enseguida fue socorrido por sus familiares y llevado al hospital. A lo largo del recorrido no cesó sus oraciones a la misma señora, pidiéndole que lo ayudara a salir bien de aquella situación.
En el hospital le realizaron varios exámenes, entre ellos una resonancia magnética y una tomografía que, para sorpresa de los médicos, sólo sirvieron para constatar lo mucho que había sido protegido: ¡no tenía ni una lesión siquiera!
«Estoy curado por intercesión de Dña. Lucilia»
Igualmente, Luiz Humberto de Oliveira Carpanez, de Juiz de Fora, nos testimonia una gracia recibida por intercesión de Dña. Lucilia.
Al finalizar un campamento organizado por los Heraldos del Evangelio durante el carnaval, recibió una estampa de Dña. Lucilia como recuerdo de aquellos bendecidos días de convivencia. «Me guardé la foto porque era un recordatorio muy bonito», comenta Luiz Humberto.
Unos días más tarde, en el momento de la acción de gracias durante la Misa, le entregó la foto a una amiga, que la recibió con mucha emoción y devoción. Inspirado por esa buena actitud, Luiz Humberto se sintió inclinado a pedirle a Dña. Lucilia que resolviera un problema de salud que le molestaba mucho, y para el cual, según el médico especialista, la única solución era operarle.
Desde entonces los síntomas de la enfermedad empezaron a disminuir y en poco tiempo desaparecieron por completo. El feliz beneficiado atestigua con alegría y gratitud: «Hoy puedo decir que estoy curado por intercesión de Dña. Lucilia».
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En estos relatos vemos cuán abarcadora es la solicitud maternal de Dña. Lucilia: interviene apresuradamente para obtener de Dios la curación milagrosa de un joven que se encontraba entre la vida y la muerte; por otra parte, atiende con prontitud la plegaria de una niña de 10 años que le pide con entera confianza algo casi insignificante. En nuestras necesidades, enormes o minúsculas, recurramos también nosotros a ella seguros de que seremos escuchados. ◊
Un señorío de afecto
Oigamos una palabra de quien tanto se benefició de la preciosa solicitud de Dña. Lucilia. A propósito del ejercicio de su autoridad materna, afirmaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira:
«Había un aspecto en mi madre que yo apreciaba mucho: todo el tiempo, y hasta el fondo de su alma, ¡ella era una señora! En relación con sus hijos, guardaba una superioridad materna que me hacía sentir cuánto yo actuaría mal si transgrediera su autoridad, y cómo semejante actitud de mi parte le causaría tristeza, por ser al mismo tiempo una brutalidad y una maldad. Señora, ella lo era, pues hacía prevalecer el buen orden en todos los ámbitos de la vida.
«Su autoridad era amena. A veces nos castigaba un poco. Pero incluso en su castigo o en su reprensión, la suavidad era tan sobresaliente que le confortaba a uno. Con Roseé, mi hermana, el procedimiento era similar, aunque más delicado, por tratarse de una niña. Sin embargo, la reprimenda no excluía la benevolencia, y mi madre siempre estaba abierta a oír la justificación que sus hijos le quisiesen dar.
«De esta manera, la bondad constituía la esencia de su señorío. O sea, era una superioridad ejercida por amor al orden jerárquico de las cosas, pero desinteresada y afectuosa con relación a aquél sobre quien se aplicaba».
Esta rectitud de alma, que es la verdadera bondad, era cada vez menos comprendida por un mundo propenso a acabar con la incómoda distinción entre el bien y el mal. No obstante, Dña. Lucilia, fiel al espíritu de la Iglesia, continuaba formando a sus hijos en los mismos principios perennes, resistiendo al oleaje del cambio que agitaba a la sociedad.
Uno de los rasgos más característicos de la educación dada por Dña. Lucilia consistía en transmitir lecciones morales a través de cuentos o historias. Método lleno de sabiduría, utilizado por el propio Hombre Dios en sus predicaciones, constituyendo las parábolas algunas de las páginas más bellas y ricas de los Evangelios, por sus divinas enseñanzas envueltas en una poesía sin igual.
En sus narraciones, Dña. Lucilia tenía en vista enseñar el desapego. Si fuera necesario sacrificar la posición social, la fortuna o hasta la vida a fin de cumplir enteramente con el deber, ella lo haría, y resaltaba que esa era la única actitud propia en tales circunstancias. La vida no está hecha para el placer, sino para cargar sobre los hombros, de buen grado, la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, principio amado y puesto en práctica por ella en su vida diaria, no sólo por su resignación, sino también por su postura decidida frente a las adversidades. Al contar algún hecho ocurrido a otra persona, participaba de la alegría o de los dolores de los implicados, virtud ésta que alimentaba su gusto en describir pequeños episodios de la vida real.
Siempre estimulaba en sus hijos a anhelar el honor y a adquirir respetabilidad a través de sus virtudes personales, sin volverse ambiciosos o ávidos de dinero.
Hablaba casi exclusivamente del bien, de la verdad y de lo bello; se diría que no veía la realidad sino a través de esos prismas. Sin embargo, cuando correspondía censurar algo malo, era difícil encontrar a alguien que la excediese en el desempeño de esa obligación. Por su sentido de justicia, junto al elogio de los méritos ajenos, tampoco faltó nunca en sus labios la reprobación del mal. ◊
Extraído, con adaptaciones, de:
CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Doña Lucilia.
Città del Vaticano-Lima: LEV;
Heraldos del Evangelio, 2013, pp. 232-233.
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