Los santos evangelios revelan en sus inspiradas páginas la riqueza de matices de la persona de Nuestro Señor Jesucristo, en algunos de sus infinitos atributos. Vemos ora la cólera divina de aquel que, sin ayuda de nadie, expulsa a decenas de mercaderes del Templo (cf. Jn 2, 13-17), ora su santa indignación ante la dureza de alma de los fariseos (cf. Mc 3, 5), ora su intransigencia ante el pecado, manifestada incluso al perdonar a la adúltera sorprendida en flagrante delito (cf. Jn 8, 11).
Hay, sin embargo, cierto pasaje evangélico que constituye uno de los pináculos de la revelación de la bondad de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28- 30).
Santa Faustina fue una de las almas escogidas por Dios para revelarle al mundo los arcanos de infinita misericordia del Sagrado Corazón
Por misteriosos designios, ése parece haber sido el aspecto de su propia persona que el Señor más quiso manifestar en los últimos siglos: «manso y humilde de corazón». Desde el siglo xvii, cuando se le apareció a Santa Margarita María Alacoque, el Sagrado Corazón de Jesús no ha dejado de revelarles a las almas escogidas los arcanos de su infinita misericordia. Y el comienzo del siglo xx nos trae un impresionante ejemplo de esta realidad.
Un alma escogida
Elena Kowalska nació en Głogowiec (Polonia), la tercera de diez hijos de una familia de aldeanos. Desde los 7 años sintió el llamamiento a la vocación religiosa, pero sus padres se opusieron. Intentaba también ocultar esa llamada divina en su alma, resignándose a permanecer en el mundo. No obstante, interrogada por una visión de Jesús paciente y por sus palabras de reproche —«¿Hasta cuándo me harás sufrir, hasta cuándo me engañaras?»1— tomó la firme decisión de entrar en el convento.

Tras muchas tentativas de ingresar en otras casas religiosas, Elena franqueó la clausura del convento de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, de Varsovia, el 1 de agosto de 1925. Allí recibió el nombre de sor María Faustina y comenzó su vida dentro de las rejas sagradas, donde le serían revelados grandes misterios.
Siempre se mostró eximia en sus deberes religiosos y en sus obligaciones para con la comunidad. En el trato con las hermanas de la congregación, nadie era más sacrificada y humilde, a pesar de las dificultades que encontraba en la convivencia, precisamente por las comunicaciones sobrenaturales que recibía, las cuales provocaban desentendimientos y quién sabe si no despertarían envidias. Sin embargo, todo esto no hacía más que fortalecer su alma, con vistas al cumplimento de su misión.
La imagen de Jesús Misericordioso
El Señor le pidió a la santa que pintara una imagen suya, conforme se le había aparecido en una visión, y prometió gracias especiales a quienes la veneraran
En cierto momento, el Señor le manifiesta su deseo de que pinte una imagen suya y que se instituya una fiesta litúrgica, una coronilla y una novena en honor de la Divina Misericordia.
Respecto de la visión que tuvo de la imagen, el 22 de febrero de 1931, Faustina escribe: «Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. En silencio, atentamente miraba al Señor, mi alma estaba llena de temor, pero también de una gran alegría. Después de un momento, Jesús me dijo: “Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en ti confío. Deseo que esta imagen sea venerada, primero, en su capilla y, luego, en el mundo entero. Prometo que el alma que venera esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como mi gloria”».2

Al salir de la confesión, durante la cual le contó a su confesor la petición de Jesús acerca de la imagen, la religiosa oyó estas palabras en su interior: «Deseo que haya una fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen, que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la fiesta de la Misericordia. Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran misericordia que tengo a las almas pecadoras. Que el pecador no tenga miedo de acercarse a mí. Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas humanas».3
Al pedirle a Santa Faustina que se bendijera la imagen el primer domingo después de Pascua, el Señor muestra que todo lo que ella expresa está íntimamente vinculado a la liturgia de ese día, en el que la Iglesia proclama el Evangelio de San Juan sobre la aparición de Jesús resucitado en el cenáculo y la institución del sacramento de la penitencia (cf. Jn 20, 19-29).
La imagen representa precisamente a Jesús resucitado, que trajo a todos los hombres la remisión de los pecados y la salvación al precio de su muerte en la cruz.
Dos rayos que protegen a las almas
Con respecto a los dos rayos, Jesús le comunica su significado a Santa Faustina, que escribe en su diario: «El rayo pálido simboliza el agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la sangre que es la vida de las almas. Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de mi misericordia cuando mi corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Estos rayos protegen a las almas de la indignación de mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzara la justa mano de Dios».4
El agua que justifica las almas es el santo bautismo, y la sangre recuerda la eucaristía, que da vida al alma. Estos dos sacramentos son indispensables para todo católico: el primero nos abre la puerta de la filiación divina, configurándonos con Cristo, y el segundo es fuente y culmen de la vida de la Iglesia. A través de la recepción del sacramento del altar es por donde perfeccionamos todo lo que recibimos en el bautismo.5
El desbordamiento del amor de Dios estampado en una imagen
Ahora bien, ¿cuál era la intención más profunda del divino Redentor con la realización de esa imagen? Deseaba dejar estampada en un lienzo lo que rebosaba de su Corazón: la misericordia. Contemplando la pintura, los hombres recordarían las promesas de Jesús y se abandonarían a Él con mayor confianza.
El Señor asoció a esa imagen promesas especiales de salvación, de grandes pasos en la vida espiritual y de una muerte santa, así como otros dones que los hombres le pidan: «Por medio de esta imagen colmaré a las almas con muchas gracias; por eso, que cada alma tenga acceso a ella».6
Y Santa Faustina logró cumplir los deseos de Jesús. Durante el triduo que precedió a la clausura del Jubileo de la Redención del mundo, del 26 al 28 de abril de 1935, la imagen, pintada por el artista Eugeniusz Kazimierowski, fue expuesta al público por primera vez en lo alto de una ventana de Ostra Brama —una de las puertas de la ciudad de Vilna e importante centro de peregrinación—, siendo vista por todos. Por «casualidad» esa solemnidad cayó el domingo después de Pascua, en el que debía celebrarse la festividad de la Misericordia según la petición de Jesús a su confidente.7
La fiesta de la Misericordia
Pero el Señor quería una celebración oficial en honor de su divina misericordia. El Salvador reveló en varias ocasiones sus anhelos al respecto:
La fiesta y la coronilla de la Divina Misericordia, otros medios fijados por el Señor para derramar su perdón sobre la humanidad pecadora
«Deseo que la fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la santa comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a mí, aunque sus pecados sean como escarlata. […] Las almas mueren a pesar de mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la fiesta de mi misericordia. Si no adoran mi misericordia, morirán para siempre».8
También expresó su deseo de que en ese día los sacerdotes predicaran sobre la misericordia desde los púlpitos. Las almas deben sentir, a través de las palabras de los ministros sagrados, el alcance del perdón de Dios para todos los pecadores.
La coronilla y la novena de la Divina Misericordia
La víspera del 14 de septiembre de 1935, Jesús dictó la coronilla de la misericordia, como medio para aplacar la ira de Dios. El Señor mismo enseñó lo que se debía rezar: «Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, por nuestros pecados y los del mundo entero. Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros».9
La oración, que constituye el centro de la coronilla de la misericordia, debía recitarse según la división revelada al confidente de Dios: «Esta oración es para aplacar mi ira, la rezarás durante nueve días con un rosario común, de modo siguiente: primero rezarás una vez el padrenuestro y el avemaría y el credo, después, en las cuentas correspondientes al padrenuestro, dirás las siguientes palabras: “Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero”; en las cuentas del avemaría, dirás las siguientes palabras: “Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”. Para terminar, dirás tres veces estas palabras: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”».10
Rezada con sinceridad y humildad, esta oración obtiene abundantes gracias de conversión y una buena muerte, lo cual es necesario para todo hombre en esta tierra de exilio.
«Una época en donde el Sagrado Corazón de Jesús más brillará»
El 5 de octubre de 1938, sor María Faustina del Santísimo Sacramento entregaba su alma al Creador, tras soportar grandes sufrimientos. Con su holocausto, el culto a la misericordia empezó a difundirse y nació la Congregación de las Hermanas de Jesús Misericordioso.11

La actualidad de la devoción a la Divina Misericordia es cada día más evidente. Con ocasión de la misa de canonización de Santa Faustina, el 30 de abril de 2000, el papa Juan Pablo II nos dejó una profunda consideración al respecto: «¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio».12
El Sagrado Corazón tiene sed de perdón, y sólo nos exige que le presentemos nuestros errores y corramos hacia Él con confianza
De hecho, los hombres nunca han necesitado de tanta misericordia como en los días en que vivimos. Nuestro fundador, Mons. João, comentó una vez que «el Sagrado Corazón de Jesús tiene sed de perdonar y una capacidad infinita para hacerlo. Pero para ello necesita personas “erradas”, como San Pablo, para poder perdonarlas. […] Y por eso la era histórica en la que más brillará el Sagrado Corazón de Jesús será la nuestra».13
He aquí la única condición que este bondadoso Corazón nos impone para ser objetos de su amor: presentarle nuestros errores y correr a su encuentro con ilimitada confianza, seguros de que nos recibirá con desbordamientos de misericordia. ◊
Notas
1 Santa Faustina Kowalska. Diario, n.º 9. 4.ª ed. Stockbridge: Marian Press, 2003. Las demás citas del Diario, todas transcritas de la misma edición, serán indicadas sólo por la numeración interna de la obra.
2 Idem, n.os 47-48.
3 Idem, n.os 49-50.
4 Idem, n.o 299.
5 Cf. Benedicto XVI. Sacramentum caritatis, n.o 17.
6 Santa Faustina Kowalska, op. cit., n.o 570.
7 Cf. Idem, n.o 89.
8 Idem, n.os 699; 965.
9 Idem, n.o 475.
10 Idem, n.o 476.
11 Entre las revelaciones hechas por el Señor a Santa Faustina estaba la de fundar una congregación cuyo objetivo sería difundir el culto a la Divina Misericordia. Sor Faustina no pudo cumplir este deseo de Jesús en vida, pero después de su muerte, gracias a los esfuerzos del Beato Miguel Sopoćko, su confesor y director espiritual, la congregación comenzó a desarrollarse y el 2 de agosto de 1955 fue erigida canónicamente por el administrador apostólico de Gorzów Wielkopolski, el P. Zygmunt Szelążek.
12 San Juan Pablo II. Homilía, 30/4/2000.
13 Clá Dias, ep, João Scognamiglio. Homilía. Caieiras, 12/9/2009.