Ante la seria realidad del Juicio, ¿en qué categoría de almas, querido lector, encaja usted? ¿Está incluido entre el número de las buenas ovejas o forma parte del redil de las cabras rebeldes?
Inmensos y verdísimos pastos poblados de rebaños, ora de carneros, ovejas y corderos, ora de bueyes o de cabras: he aquí el curioso escenario que a menudo se contempla lejos de las grandes ciudades.
Estos animales poseen algo especial que los lleva a ser citados por el Redentor en sus parábolas, destinadas a la instrucción de los hombres de toda la Historia.
Conocidas por su docilidad y obediencia a la voz del pastor, las ovejas fueron creadas por Dios como figura de las almas justas. De hecho, al igual que esas encantadoras criaturas que se alegran de estar cerca de su guía y de oír sus órdenes —que le garantizan seguridad y alimentación—, los verdaderos hijos de la luz buscan la saludable presencia del Señor, se nutren de su gracia y se complacen en someterse a las enseñanzas de la Santa Iglesia. A estos nunca les morderán los «lobos» de las tentaciones ni les sorprenderá el «denso bosque» de los pecados mortales.
Las cabras, en cambio, son de otra índole… Poco obedientes, se divierten huyendo de sus pastores y aventurándose en sitios desconocidos. Algunas especies que habitan en las montañas se pasan el día arriesgándose, saltando por rocas escarpadas sobre despeñaderos espantosos. Muestran ser el símbolo de las almas pecadoras que constantemente ponen en riesgo su salvación eterna, viviendo relajadas y sin tomar precauciones en medio de las trampas del demonio, del mundo y de la carne. Se jactan de estar alejadas de las predicaciones, de los sacramentos y de la vida de la Iglesia; por lo tanto, de los dulces cuidados de Jesús, el Divino Pastor.
Así, no está desprovista de razón la distinción entre unos animales y otros que señala el Evangelio: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con Él, […] serán reunidas ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda» (Mt 25, 31-33).
Ante esta seria realidad, ¿en qué categoría de almas, querido lector, encaja usted? ¿Está incluido en el número de las buenas ovejas o forma parte del redil de las rebeldes cabras?
Si es usted un «alma oveja», ¡regocíjese! Bajo el amparo y protección constantes del Salvador, su vida será siempre bendecida: no le faltará ningún bien y en los días de tribulación Él mismo será su guía. Será usted heredero de la promesa del Señor: «Les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 28). A la vista de esto, ríndale gracias por tal dádiva y ruéguele que le conserve en esa buena disposición.
Pero sin con tristeza y arrepentimiento, usted constata que pertenece al grupo de las cabras, hoy quiero transmitirle un mensaje de confianza.
Entre los favores otorgados por la Providencia en el momento de nuestro Bautismo, ninguno se compara al hecho de ser hijos de la Santísima Virgen. Ella es Madre de Misericordia para con los hijos de la Iglesia, sean justos o culpables; y así como sustenta a aquellos, reza por estos, atrayéndolos hacia las vías de la santidad.
El que desee abandonar el camino del mal, que recurra a la infalible intercesión de María, poderosísima Pastora de los elegidos. Sus desvelos maternos corrigen cualquier «cabritez» y revisten al pecador de las cualidades de la oveja. Bajo su amparo se puede pasar fácilmente de la izquierda a la derecha de Jesús y, en consecuencia, estar a salvo el día del Juicio.
Estemos entre el número de las «ovejas» o el de las «cabras», no perdamos tiempo: así como esas dos criaturas, cada cual a su manera, glorifican al Creador con su existencia, alabemos también a quien nos ha redimido. Que la perseverancia de los fieles proclame la fuerza de la gracia divina y que las miserias de los débiles enaltezcan la omnipotente misericordia de Dios y de María. ◊