Venerables y simbólicas piedras

La consideración del templo por excelencia de la cristiandad nos recuerda nuestra condición de «piedras» de la Iglesia.

Dedicación de la Basílica de Letrán – 9 de noviembre

Al igual que las personas reciben el bautismo, los edificios sagrados también son como que «bautizados» o, para usar términos más adecuados, consagrados o dedicados a Dios. Si existe un ritual para bendecir las casas de las familias, ¿por qué no habría algo similar para las edificaciones destinadas al culto divino?

El Templo de Jerusalén, erigido para albergar el arca de la alianza y ser un sitio de bendiciones para el pueblo de Israel, fue construido y dedicado por el rey Salomón en medio de prodigios sobrenaturales e imponentes ceremonias (cf. 2 Crón 5-7).

En nuestra época, el emperador Constantino donó el lugar donde los Papas establecieron su sede de gobierno, una mezcla de palacio y catedral. La dedicación del templo —la primera celebrada en la Iglesia— ocurrió hace diecisiete siglos, el 9 de noviembre del 324. En esa ocasión, el pontífice San Silvestre le dio el título de Santísimo Salvador, al que se le añadieron, en el siglo xiii, los de San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Hoy la conocemos como la Basílica Papal de San Juan de Letrán.

Allí se derramaron sobre romanos y peregrinos gracias señaladas, y se reunieron importantes concilios. Sus paredes albergaron, además, preciosas reliquias y obras de arte de incalculable valor. Pero no todo fue esplendor en su historia: la basílica sufrió terremotos, saqueos, incendios y un terrible abandono durante la estancia de los Papas en Aviñón. Así como la Iglesia misma, pasó por tormentas, permaneciendo siempre en pie, majestuosa y maternal.

Interior de la basílica de San Juan de Letrán

Para considerar, no obstante, el aspecto esencial de esta fiesta, fijemos nuestra atención en una enseñanza de San Pablo que es, sin duda, mucho más significativa que la dedicación de un templo, por muy venerable que sea: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3, 16-17).

La realidad profunda es que la construcción material de un templo simboliza a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y pueblo santo de Dios, edificado con piedras vivas y escogidas: las almas de los bautizados.

Así, la teología, la historia y la alegoría se conjugan para cantar las glorias de la basílica de Letrán, madre y cabeza de las iglesias de Roma y del mundo entero.

Cabe aún una última reflexión, esta vez de carácter pastoral. El Evangelio de hoy (cf. Jn 2, 13-22) nos narra que Jesús, con látigo en mano, expurgó el Templo de Jerusalén, que se había convertido en una casa de comercio. Y nuestras almas… ¿no están necesitando purificación?

Con la absolución sacramental —nunca con un látigo— el Señor se complace en perdonarnos en la confesión, y con el pan de vida nos sostiene en nuestra vida de fe. «Dedicados» por el bautismo, purificados por la reconciliación y fortalecidos por la eucaristía, seremos verdaderamente piedras vivas de la Iglesia. ◊

 

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