Una profecía cargada de esperanza

La intervención de María en Caná de Galilea puede ser contemplada como una profecía de su poder intercesor en favor de quienes claman por una transformación de la faz de la tierra.

II Domingo del Tiempo Ordinario

El episodio de las bodas de Caná pone de relieve el poder intercesor de Nuestra Señora, Madre de misericordia capaz de socorrer con su infalible súplica a unos esposos atribulados, carentes de un elemento indispensable para un banquete nupcial: el vino.

La Santísima Virgen aparece en este pasaje admirablemente asociada a la obra de la Redención. En efecto, al realizar su primer gran signo, Jesús manifestó su gloria y «sus discípulos creyeron en Él» (Jn 2, 11), pero todo se hizo gracias a la mediación de María.

Simbolismo del vino conseguido por mediación de María

El hecho narrado es a un mismo tiempo real y simbólico. La falta de vino significa la escasez de fe, que en la época mesiánica se reducía a una llama mortecina. Sin embargo, el Señor vino al mundo para dar nuevo vigor a la mecha humeante, cumpliendo así la profecía de Isaías recogida en la primera lectura (cf. Is 62, 1-5). No descansaría hasta que el fulgor de la fe resurgiera entre los elegidos como un lucero.

Por eso, al transformar el agua de la purificación en el mejor vino de la historia, Jesús anunciaba que haría de los corazones contritos y humillados un pueblo justo y santo, el cual formaría la Santa Iglesia Católica. Pero este prodigio se obraría por intercesión de aquella que en el Apocalipsis aparece vestida del sol (cf. Ap 12, 1), simbolizando la gloria regia e insuperable que le corresponde como Reina del Cielo, así como el esplendor de su certeza de la Resurrección, manifestada al pie de la cruz.

Ella, inundada de fe, debía ser quien intercediera por los incrédulos. ¡Y con qué éxito! El vino que faltaba resultó ser tan abundante y de tal calidad que pudo deleitar el paladar de una muchedumbre de bienaventurados, tan bien descrita en el Apocalipsis (cf. Ap 7, 9). Por consiguiente, Nuestra Señora aparece en este Evangelio como la Madre de esa llama que Jesús vino a avivar: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!» (Lc 12, 49).

También en nuestros días María puede intervenir

En nuestra época, la humanidad se encuentra asolada por una crisis sin precedentes: la religión está más descuidada, abandonada y perseguida que nunca. Urge una intervención decisiva de la Santísima Virgen, a quien Jesús no le puede rechazar nada.

Como en Caná de Galilea, el milagro será hecho con el agua destinada a la purificación, es decir, los corazones de los que temen a Dios y esperan su salvación. Procuremos contarnos entre esos elegidos que, en medio de la estampida hacia el abismo, permanecen fieles en la certeza de la victoria y, aunque son conscientes de sus limitaciones y carencias, confían en la misericordia de Dios, capaz de cambiarlos por completo.

Serán objeto de la compasiva bondad de María, que suplicará por ellos ante su divino Hijo; entonces se producirá en ellos el milagro de la transformación más impresionante de la historia. En este sentido, Caná se convierte no sólo en un milagro altamente simbólico, sino en una profecía que anuncia un futuro cargado de esperanza. En los verdaderos devotos de Nuestra Señora, la Trinidad encontrará su complacencia, y en ellos se cumplirá el vaticinio de Isaías: «Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo» (Is 62, 5). ◊

 

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