Un esplendor vetado a los pobres mortales

¿Qué esconden las profundidades más inaccesibles de los mares? ¿Únicamente raras especies de peces, cordilleras, volcanes?...

Misterios. Nuestra vida está repleta de ellos; la creación misma los tiene en abundancia, pues la limitada mente humana no la puede abarcar por entero. Entre estos arcanos, el que parece que causa más estupefacción en los hombres es la marca de grandeza que el divino Artífice imprimió en determinadas obras, haciéndolas como partícipes, a la manera de un reflejo, de su infinitud. Tal sello atrajo a muchos a lo largo de la historia, llevándolos a buscar, sin escatimar esfuerzos, un medio de abrazar insondables amplitudes y, sin percibirlo, a alcanzar a Dios por el simple hecho de querer conocer a sus criaturas.

Hay un lugar, enigmático por antonomasia, que se extiende por la vastedad de la tierra y que hoy día no ha sido explorado sino una mínima porción de su totalidad: el fondo del mar.

Este desconocido sitio provoca mucha curiosidad entre los científicos, quienes tratan de llegar, valiéndose de aparatos diversos, hasta la región abisal del océano a fin de analizar lo que en ella existe. Tan sólo se sabe que allí se encuentran animales raros, e incluso volcanes, montañas y cordilleras. Sin embargo, nadie ha logrado descubrir lo más secreto de sus profundidades. Si esto fuera posible, ¡cuánta información inédita no obtendríamos! Pero, de momento, no es ésa la voluntad del Señor…

Oh, Todopoderoso, ¿qué has puesto en esos escondrijos marinos? ¿Qué encubren las aguas en su interior? ¿Únicamente especímenes ignotos, orografías probables, tinieblas impenetrables?

San Luis María Grignion de Montfort afirma en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen: «María es el santuario y descanso de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnífica y divinamente que en ningún otro lugar del universo […]; y a ninguna criatura, por pura que sea, está permitido entrar en Ella sin un gran privilegio».1 ¿Le habrá sido concedida tal felicidad a alguien?

¡Oh, Dios! La vastedad del océano, por los hombres incógnita, no es ni siquiera una gota de agua comparada con la excelencia de esa augusta Señora, fuente de tus complacencias. Tú, que estableciste un paraíso para los ángeles y los bienaventurados, decidiste también edificar un paraíso para ti y en él deleitarte. ¡Ese Cielo, santuario y descanso tuyo es la Santísima Virgen! En el alma sacratísima de María fueron depositadas maravillas de santidad, gracia, dones y virtudes; y sólo a ti, Trinidad sempiterna, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te corresponde contemplarla en su plenitud.

No obstante, existe una diferencia entre la profundidad del mar y Nuestra Señora. En el océano, cuanto uno más se sumerge, más grande es la presión y la oscuridad, volviéndose imposible descubrir lo recóndito de su masa acuosa. En María sucede lo contrario: a medida que uno se adentra en su persona, más aumenta su belleza, las luces se intensifican, un espectáculo de colores se manifiesta vivo y variado. Cuanto más la conocemos, más nos damos cuenta de que aún nos esperan mayores pulcritudes.

He aquí, Señor, que exclamo con tu siervo: «¡Oh, altura incomprensible! ¡Oh, anchura inefable! ¡Oh, grandeza sin medida! ¡Oh, abismo impenetrable!».2

En efecto, ¿es posible abarcar la inmensidad del amor de la Emperatriz del Cielo? ¿O de su humildad, de su fortaleza, de su sabiduría? ¿Es posible desvelar las fronteras de su capacidad de sufrir, del temor que le orientaba sus pasos, de la fe inquebrantable o de la firme esperanza que la sostuvieron al pie de la cruz? Si tomo todas las cualidades existentes y las aplico a la Virgen, comprendo que no he podido vislumbrar ni siquiera la orla de su vastedad moral y espiritual.

El privilegio de contemplarla por entero sólo te pertenece a ti, ¡oh, Creador de todas las maravillas! Ella es, por tanto, un misterio para nosotros los mortales, cuyo acceso solamente te está reservado a ti. 

 

Notas


1 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n.º 5, 16. ª ed. Sevilla: Apostolado mariano, 2009, p. 8.

2 Ídem, n.º 7, p. 9.

 

1 COMENTARIO

  1. La pluma de la autora es sin duda muy hábil y elocuente, pero mucho más aún es la gran lección descubierta detrás de las bellezas de la naturaleza, una verdadera lección de Catecismo: María Santísima es el océano insondable de bondad y misericordia, de justicia y rectitud, de virtud y santidad.

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