San Pablo, ¿un devoto del Sagrado Corazón de Jesús?

Necesitamos de la misericordia. Y difícilmente se puede abordar este tema sin invocar la célebre devoción al Sagrado Corazón de Jesús. ¿Cuándo surgió ésta?

El Libro de los Salmos es un verdadero compendio de nuestra relación con Dios. Difícilmente encontraremos un sentimiento, una moción, una prueba o una súplica que no estén poéticamente expresados en sus versículos.

No obstante, entre estos textos inspirados, el salmo 129 llama la atención debido a la precisión casi «científica» con la que describe, paso a paso, una prueba a la cual está sometida toda alma que se toma en serio su propia santificación.

En determinado momento de la vida, el hombre descubre la distancia insondable que lo separa de la perfección —y por tanto de Dios—, constata que no tiene fuerzas para cruzarla y siente que el naufragio se aproxima. En esas circunstancias sólo encuentra una esperanza, una tabla de salvación: la oración, arma infalible que el orgullo humano siempre insiste en relegar al último recurso.

Entonces brota del alma un clamor lastimoso: «Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz» (Sal 129, 1-2). No presume que sea escuchada su petición, tan sólo grita. Sin embargo, Dios únicamente espera esta actitud de humildad para hacer sentir su presencia.

Cuando el alma percibe la audiencia divina, ¿qué palabras pronuncia? Curiosamente no pide que le sea indicada una salida. Siente que, para no sucumbir, tiene una inmediata necesidad de otra cosa: clemencia. «Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?» (Sal 129, 3).

Una vez pedida, la clemencia llega y —¡oh, maravilla!— ella misma es la solución: «Pero de ti procede el perdón, y así infundes temor» (Sal 129, 4).

Una devoción para todos

¿Por qué nos hemos aventurado a describir este proceso? Para demostrar cómo, tarde o temprano, Dios nos hace pasar por ciertos dramas, a fin de inculcar en nuestro espíritu una verdad crucial: necesitamos misericordia. Y difícilmente se puede hablar de misericordia sin invocar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Esta figura tiernísima de tal manera suple y satisface nuestra necesidad de compasión que algunos llegaron a postular que había sido «inventada» específicamente a ese propósito.

Nos explicamos. A partir del siglo xvii, con Santa Margarita María Alacoque, fue cuando dicha forma de culto se extendió por todo el orbe católico, y con tanto vigor que algunos autores afirmaron que era una invención del catolicismo moderno, el cual habría abandonado la elevadísima concepción medieval del amor, materializándola en una adoración al corazón físico de Jesús.1 Según otros, San Claudio de la Colombière se habría inspirado en un cuáquero llamado Thomas Goodwin para idealizar dicha devoción y luego habría instigado a Santa Margarita a propagarla.2

Afortunadamente, estos postulados son falsos. La carencia de afecto —o el exceso de sentimentalismo— del hombre moderno no tuvo el mérito de «crear» el Sagrado Corazón de Jesús. Durante la propia Edad Media, en el silencio de los claustros, ya vemos a San Bernardo penetrar místicamente el costado de Cristo abierto por la lanza, a fin de encontrar en su interior el Corazón atravesado y revelar los secretos de este gran sacramento de bondad, las entrañas misericordiosas de nuestro Dios.3 Y no sólo él, sino otros grandes nombres de la espiritualidad del siglo xii siguieron el mismo camino.4

En realidad, esta devoción es muchísimo anterior incluso a la Edad Media. Jesús mismo indicó como ejemplo su Corazón «manso y humilde» (Mt 11, 29), y, por ello, parece que sus primeros adoradores se hallarían muy cercanos al tiempo en que latía físicamente. Hablando de un modo más específico, al recorrer los escritos del apóstol San Pablo encontramos en él a un verdadero paladín del Sagrado Corazón de Jesús5 y, en cierto sentido, un precursor de las revelaciones de Santa Margarita.

¿Qué es el corazón para San Pablo?

Los hebreos de otrora entendían al hombre de una manera muy concreta, y nunca disociaban cuerpo y alma. Es frecuente encontrar en el Antiguo Testamento alusiones a la dimensión simbólica de los ojos, de las orejas, del corazón, de la lengua, de las manos e incluso de los pies para invocar a la totalidad de la actividad humana. El corazón obviamente ocupa el primer lugar.6

San Pablo fue heredero de esta concepción. Si analizamos sus cartas, en muchos pasajes encontraremos alusiones al corazón como receptáculo de la caridad o fuente de la que procede (cf. Rom 5, 5; 1 Tim 1, 5), sagrario de las consolaciones (cf. 2 Tes 2, 16; Col 2, 2), de la paz de alma (cf. Col 3, 15), de la obediencia a la Palabra de Dios (cf. Rom 6, 17), de la misericordia (cf. Col 3, 12), de la generosidad (cf. 2 Cor 9, 7) y de las firmes resoluciones (cf. 1 Tes 3, 13).

En resumen, el corazón aparece como el centro de la personalidad, el sitio en el cual se arraiga la vida religiosa y moral y se determina la orientación de la existencia. Para sintetizarlo todo en una sola palabra, como decía el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira,7 el corazón simboliza la mentalidad del hombre.

Desde esta perspectiva, la devoción al Corazón de Jesús adquiere una profundidad insondable. Más adelante volveremos sobre este tema.

Entrañas: sinónimo de corazón

A pesar de que existe una amplia gama de significados, es innegable que el corazón posee una relación muy especial con el amor.

En este sentido, hay otro término que el Apóstol usa como equivalente: entrañas. La paridad entre ambos es universalmente reconocida, pero este último tiene un particular matiz de afecto, como dice el P. Bover: la palabra «entrañas expresa mayor ternura, delicadeza o profundidad de sentimiento que corazón, o bien cierto movimiento o inclinación hacia la persona amada. […] Las entrañas son símbolo del mismo amor, en lo que tiene de más íntimo y exquisito y síntesis de la persona entera, en lo que tiene de más atractivo y comunicativo».8

Por cierto, hay que decirlo, San Pablo no usa la expresión «corazón de Jesús», sino únicamente «entrañas de Jesús». Sin embargo, esto no altera en modo alguno la profunda similitud teológica entre sus escritos y las revelaciones de Santa Margarita.

Jesús fue traicionado por su amor

Sobre la comprensión que tenía San Pablo acerca del amor de Jesús podemos encontrar tres pasajes especialmente esclarecedores: «Mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2, 20); «vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros» (Ef 5, 2); «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia» (Ef 5, 25).

En estas perícopas, el Apóstol expresa las tres dimensiones del amor del Señor: «Cristo me amó», «Cristo nos amó» y «Cristo amó a la Iglesia». Se trata de una predilección por cada hombre, por la humanidad y, de modo especial, por su Cuerpo Místico. San Pablo deja claro también que el amor de Jesús lo llevó a entregarse. El mismo Redentor lo declaró en las palabras de la institución de la Eucaristía, como recuerda la primera Carta a los corintios: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros» (11, 24).

Se diría que tal cariño de Cristo por nosotros acabó «obligándolo» a consumar la Pasión y, no contento con ello, a convertirse en nuestro alimento. El Salvador no padeció en la cruz porque Judas lo entregara; el repugnante hijo de la perdición llegó demasiado tarde: Jesús ya había sido «traicionado» por su propio amor.

Aparición del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque – Iglesia de San Patricio, Nueva Orleans (Estados Unidos)

Así es, traicionado, porque se dispuso a sufrir, aun sabiendo que seríamos infieles a su sacrificio. Al menos de eso se queja a Santa Margarita: «He ahí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan».9

El Hijo nos enseña a ser hijos

Aunque la sangre del Señor ha sido arrojada al suelo innumerables veces, no por eso ha dejado de ser fecunda. En otra aparición a la vidente, Jesús le descubrió su amoroso Corazón, afirmando: «He aquí el Maestro que te doy, el cual te enseñará todo lo que debes hacer por mi amor. Por esto serás tú su discípula amada».10 El torrente de caridad que brota de las entrañas del Salvador se derrama sobre quien se dispone a beber de él y lo introduce en una verdadera escuela. ¿Qué aprendemos en ella?

Dos versículos paulinos conexos arrojan luz sobre esta reflexión: «Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba, Padre!”» (Gál 4, 6). «Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abba, Padre!”» (Rom 8, 15). Es decir, el Espíritu Santo es el Espíritu del Hijo, infundido en nuestros corazones para proporcionarnos la filiación adoptiva.

En otras palabras, el Señor, objeto de las predilecciones del Padre, nos concede gozar del mismo amor que Él recibe. Y no sólo eso: como verdadero hombre, que ama al Padre con sentimientos y afectos humanos perfectísimos, nos impulsa a participar también de su amor ascendente.

Finalmente, cuando el Espíritu del Hijo es infundido en nuestros corazones, los hace semejantes al suyo: el Hijo nos enseña a ser hijos.

Corazón de Pablo, Corazón de Cristo

El ápice de tal escuela es el intercambio de corazones. Santa Margarita Alacoque describe que, una vez, el Señor le pidió su corazón y lo introdujo en su propio Corazón adorable, en el cual se lo mostró como un pequeño átomo, que se consumía en aquel horno encendido. A continuación, lo sacó de allí como si fuera una ardiente llama, y volvió a introducirlo en el sitio de donde lo había retirado místicamente, diciéndole: «He ahí, mi muy amada, una preciosa prenda de mi amor, el cual encierra en tu pecho una pequeña centella de sus vivas llamas para que te sirva de corazón».11

¿Qué significa esta visión? Recordemos que este órgano simboliza la mentalidad. A partir del momento en que se produce el augustísimo fenómeno sobrenatural del intercambio de corazones, el alma pasa a juzgar, sentir, actuar, y reaccionar a semejanza del propio Hombre-Dios; se trata de una vida nueva que comienza a florecer.

El Apóstol de las gentes sin duda también recibió esta gracia, como deja claro en una de sus frases más emblemáticas: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20). Con razón concluyó San Juan Crisóstomo, al comentar esta afirmación: «El corazón de Pablo, por tanto, era el Corazón de Cristo».12

Sagrado Corazón de Jesús – Colección privada

Haz nuestro corazón semejante al tuyo

¿Nos corresponde a nosotros, por ventura, una meta tan elevada? ¿Podríamos anhelarla sin correr el riesgo de caer en la presunción? Para dar una solución adecuada a tales preguntas, nada mejor que cederle la palabra al propio San Pablo.

El Apóstol nos manda que seamos «imitadores de Dios» (Ef 5, 1), progresando en la caridad hasta el derramamiento de nuestra sangre si fuera necesario, conforme el ejemplo del Señor. Debemos, dice en otro lugar, ser una «carta de Cristo» (2 Cor 3, 3), escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne, que son nuestros corazones. En síntesis, he aquí la respuesta: ¡es evidente que sí!

También Santa Margarita, en una misiva, le suplica a una religiosa que haga una donación de todo su ser, para que el Señor, habiéndolo purificado de aquello que le desagrada, disponga de él según su beneplácito. De ordinario, continúa la santa, Él pide esto de sus más queridos amigos: unidad de voluntad, para no querer más que lo que Él quiere; unidad de amor; unidad de corazón, de espíritu y de operación, para unirnos a lo que Él hace en nosotros.13

Una meta tan sublime podría parecer un poco etérea si ambos paladines del Sagrado Corazón de Jesús no hubieran explicado claramente su significado.

San Pablo preceptúa: «Deshaceos también vosotros de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! ¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador». Por consiguiente, es necesario revestirse «de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia» (Col 3, 8-10.12).

En efecto, el Señor lo quiere todo de aquellos a los que ama: la perfecta conformidad de vida a sus santas máximas, que se traduce en un completo anonadamiento y olvido de nosotros mismos, como afirma Santa Margarita en una de sus cartas.14

En suma, amoldar nuestra mentalidad al Sagrado Corazón de Jesús significa conocerlo, adorarlo e imitarlo en su integridad, sobre todo donde brilla con más intensidad, es decir, en el escándalo de la cruz. San Pablo no conocía cosa alguna, sino a «Jesucristo crucificado» (cf. 1 Cor 2, 2), y fue clavado místicamente con el Señor en el madero de la cruz (cf. Gál 2, 19). La misma actitud se nos pide a nosotros, porque «la cruz es el trono de los verdaderos amantes de Jesucristo».15 

 

Notas


1 Es lo que sostiene el célebre convertido Joris-Karl Huysmans (cf. En route. Paris: Tresse & Stock, 1895, pp. 341-342).

2 Cf. BAINVEL, J. «Cœur Sacré de Jèsus (dévotion au)». In: VACANT, Alfred; MANGENOT, Eugène (Dir.). Dictionnaire de Théologie Catholique. Paris: Letouzey et Ané, 1908, t. iii, c. 303.

3 Cf. SAN BERNARDO DE CLARAVAL. Sermones in Cantica. Sermo 61, n.º 4: PL 183, 1072.

4 Cf. VANDENBROUCKE, François. Storia della Spiritualitá. Il Medioevo: xii-xvi secolo. 3.ª ed. Bologna: EDB, 2013, t. v, p. 66.

5 Será de gran utilidad para esta reflexión la obra del P. María Bover, SJ, a quien remitimos al lector interesado en profundizar más sobre el asunto: San Pablo, maestro de la vida espiritual. 3.ª ed. Barcelona: Casals, 1955, pp. 283-317.

6 Cf. CÔTÉ, Julienne. Cent mots-clés de la théologie de Paul. Ottawa: Novalis, 2000, p. 84.

7 Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «Devoção ao Sagrado Coração de Jesus». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XIV. N.º 155 (feb, 2011); p. 10.

8 BOVER, op. cit., p. 288.

9 SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE. «Autobiografía». In: SÁENZ DE TEJADA, José María (Org.). Vida y obras completas de Santa Margarita María Alacoque. Quito: Jesús de la Misericordia, 2011, p. 142.

10 SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE. «Memoria escrita por orden de la M. Saumaise». In: SÁENZ DE TEJADA, op. cit., p. 172.

11 SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE, «Autobiografía», op. cit., p. 115.

12 SAN JUAN CRISÓSTOMO. «Homilías sobre la Carta a los Romanos». Homilía 32, n.º 24. In: Comentário às cartas de São Paulo. São Paulo: Paulus, 2010, p. 530.

13 Cf. SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE. «Carta 94. A la Hna. de la Barge, Moulins (octubre de 1688)». In: SÁENZ DE TEJADA, op. cit., p. 366.

14 Cf. SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE. «Carta 109. A la M. M. F. Dubuysson, Moulins (22 de octubre de 1689)». In: SÁENZ DE TEJADA, op. cit., p.398.

15 SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE. «Carta 16. A la M. de Saumaise, Dijon (25 de agosto de 1682)». In: SÁENZ DE TEJADA, op. cit., p. 246.

 

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