Hace 150 años Pío IX confirmaba el patrocinio de San José sobre la Iglesia. A la luz de los textos recogidos por la liturgia en honor del Santo Patriarca, consideremos las enseñanzas teológicas contenidas en ese título suyo.
Padre, un vocablo corto y, sin embargo, es una expresión que comporta mucha honra. A menudo suele ser de las primeras palabras que salen de la boca de un niño y no pocas veces una de las últimas que el hombre pronuncia antes de dejar esta vida terrena, como, por cierto, hizo el propio Hombre Dios: «Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró» (Lc 23, 46).
Si esto no fuera suficiente para designar el valor que ese término tiene, le podríamos añadir también la circunstancia lingüística de ser la raíz de otras muchas palabras no menos importantes: al conjunto de bienes de una familia o institución se le da el nombre de patrimonio; a la tierra cuyo honor y defensa entregan sus vidas los hombres se le llama patria; a un ejemplo o modelo al que se le tiene presente imitar se le dice padrón; al varón que asume la custodia espiritual de alguien, por ejemplo, de un bautizado o de un confirmado, o que lo acompaña o desempeña un papel de responsabilidad con relación a él en cualquier ceremonia religiosa o civil, se le denomina padrino; y, finalmente, aquel cuyo auxilio se demanda se le invoca como patrón o patrono.
El «padre protector»
¿Qué relación tiene entonces la figura del patrón con la del padre?
El concepto de patrón se presenta sucintamente como «el santo cuyo del cual llevamos su nombre, bajo cuya advocación está dedicada una iglesia o a quien un país, una ciudad, una cofradía o una comunidad lo reclama como su protector».1 Por esta definición vemos que su persona despunta como la de un padre protector al cual nos vinculamos y en quien depositamos nuestra confianza.
No cabe duda de que es un honor para un santo el tener a numerosas almas que acuden a las aguas del Bautismo bajo la protección de su nombre o lo toman cuando se entregan a la vida consagrada. Quizá aún sea más insigne un patrón al que se le confía una comunidad religiosa o una diócesis, una ciudad entera o un país.
Ahora bien, ¿qué decir de alguien al que todos los fieles lo invocan como Patrón de la Santa Iglesia Católica? Jamás un hombre podría ostentar un título de tal grandeza… a no ser que, en esta tierra, Dios lo llamara «padre mío».
La Santa Iglesia clama por su padre
El presente año de 2021 está dedicado a la veneración del Glorioso Patriarca San José, en conmemoración de los 150 años transcurridos desde que el Santo Padre Pío IX lo declarara Patrón de la Iglesia Católica. Los casi treinta y dos años de gobierno de este pontífice marcan aún hoy día la Historia en virtud de los hechos que en él se dieron, tanto en el ámbito político como en el eclesiástico. No nos detendremos en narrarlos, ni siquiera en enumerarlos todos, pero tal vez el simple recuerdo de acontecimientos como el Concilio Vaticano I, la proclamación de los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la infalibilidad pontificia, las guerras y revoluciones liberales y la pérdida de los Estados Pontificios ejemplifique la tremenda conjunción de eventos, ora gloriosos, ora trágicos, que la Iglesia y toda la sociedad vivieron en aquella segunda mitad del siglo XIX.
En este contexto, se entiende cómo los católicos no pudieron dejar de reconocer que la Barca de Pedro, dirigiéndose hacia el siglo XX —tan mencionado en distintas profecías de los siglos precedentes—, se disponía a singlar un mar tempestuoso y que se hacía indispensable confiarla a un peculiar patrocinio, tal vez tan necesario como nunca.
Así pues, a finales de 1870 la Sagrada Congregación de Ritos respondió a la clamorosa súplica del pueblo fiel:
«Puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del Infierno, los venerables obispos de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados, elevaron sus preces al sumo pontífice para que se dignara constituir a San José por Patrón de la Iglesia Católica. Y al haber sido renovadas con más fuerza estas mismas peticiones y votos durante el Santo Concilio Vaticano Ecuménico, nuestro santísimo Papa Pío IX, conmovido por la luctuosa situación de estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del Santo Patriarca José, quiso satisfacer los votos de los obispos y solemnemente lo declaró Patrón de la Iglesia Católica».2
El referido decreto, titulado Quemadmodum Deus y fechado el 8 de diciembre de 1870, fue ratificado por el romano pontífice el 7 de julio de 1871, a través de la Carta Apostólica Inclytum Patriarcha, motivo por el cual el presente mes de julio es especialmente apropiado para la veneración de nuestro incomparable patrón.
No obstante, inevitablemente surge una pregunta: ¿En qué se fundamenta la atribución de ese nombre al esposo de María Santísima? ¿Habrá sido una decisión arbitraria del sumo pontífice o quizá una reacción espontánea de los católicos acosados por la persecución? No sólo parecería irreverente afirmar esto, sino que sería blasfemo despreciar la fulgurante acción del Espíritu Santo en tal episodio histórico y, sobre todo, la profunda teología contenida detrás de ese título.
En realidad, no sería descabellado que en aquella circunstancia el Santo Padre hubiera confiado la grey de Cristo a San Miguel, Príncipe de los ejércitos celestiales; o los Santos Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia Romana; o a San Juan Bautista, del cual el Salvador dijo que no había nadie mayor que él entre los nacidos de mujer (cf. Lc 7, 28). La Iglesia cuenta y siempre ha contado con estos y otros muchos patrones. No obstante, como otrora su divino Fundador, perseguido por Herodes y fugitivo en Egipto, necesita en esta difícil etapa de la Historia el auxilio de su padre.
Y aquí nos adentramos en la cuestión teológica: ¿Cómo se explica la paternidad de San José con relación a la Santa Iglesia?
El nuevo Abrahán: verdadero padre del Hombre Dios
Sería inútil explicar el misterio de esa paternidad sin considerar que ella no está atada a lazos de sangre, como nos sugiere la primera idea de «padre». En San José este término asume otra clave.
De entre los pasajes bíblicos presentados por la liturgia para la Solemnidad del Glorioso Patriarca, el 19 de marzo, hay un fragmento de la Epístola de San Pablo a los romanos que llama la atención del fiel por el curioso pormenor de que no presenta, a primera vista, ninguna relación con el santo al que se le dedica la celebración: ¡el Apóstol diserta sobre la figura de Abrahán!
«En efecto, no por la ley sino por la justicia de la fe recibieron Abrahán y su descendencia la promesa de que iba a ser heredero del mundo. […] Por eso depende de la fe, para que sea según gracia; de este modo, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la que procede de la ley, sino también para la que procede de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros» (Rom 4, 13.16).
La realidad es que tal texto encierra una profunda y misteriosa relación, por la cual la liturgia de la Santa Iglesia asume al patriarca del pueblo elegido como prefigura del Patriarca de la Nueva Alianza. En el siglo XII esta analogía entre los dos grandes varones de la fe ya había sido señalada por el benedictino Ruperto, abad del monasterio de Deutz: «Entre todos a los que fue hecha la promesa de la Encarnación, el primero fue Abrahán, y el último fue José. […] La genealogía del Salvador no lleva a María, de acuerdo con el hecho de que le da nacimiento en la carne, sino que, conforme a un parentesco divino, lleva a José que, aun no siendo el padre de Cristo por la carne, sino por la fe, era el último heredero de la mencionada promesa».3
De modo que no es de extrañar que la santa liturgia traiga a la luz la figura de Abrahán en la conmemoración de San José, pues, en ambos, la Alianza de Dios con el varón elegido sobrepasa los lazos de la ley y se coloca en el plano de la gracia. Es lo que comenta Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, a propósito del mismo pasaje paulino: «La perennidad de una descendencia no puede estar basada en la consanguinidad, sino en algún fundamento divino que la haga eterna, es decir, en la gracia. […] Existe, pues, un nivel superior al natural, al humano, una familia constituida por la fe y no por la sangre. […] En San José, por ser descendiente de David, se cumplen todas las promesas de la Alianza. Es padre de Jesús por la fe heredada de Abrahán y llevada por él a la perfección. El vínculo existente entre él y el Redentor es una relación de fe».4
En la Historia de la Iglesia no ha faltado quien, negándose a aceptar una paternidad exenta del vínculo carnal, inventara teorías que lesionaban la divina manera con la que fue concebido el Mesías, e incluso hasta la virginidad de la Madre de Dios y de su esposo inmaculado. La teología, sin embargo, nos enseña que la paternidad de San José para con el divino Salvador fue nueva, única y singular, de orden superior a la paternidad natural o adoptiva del común de los hombres.5 Y la castidad sobre la cual está edificada, no sólo la hace más pura, sino que incluso más auténtica, según la sentencia de San Agustín: «Maior puritas confirmet paternitatem. […] Quia tanto firmius pater, quanto castius pater — Su mayor pureza reafirme su paternidad. […] Porque su paternidad era tanto más auténtica cuanto más casta».6
Nuestro padre, ante aquel en quien creyó
Entendido cómo el Glorioso Patriarca es, de hecho, padre virginal de Jesús, su nexo con la Santa Iglesia surge como consecuencia: «De la misma forma que la maternidad espiritual de María en relación con todos los hombres no es sino el complemento y la prolongación de la maternidad natural para con Jesús, así la paternidad de San José, que ejerció naturalmente en relación con Cristo, se prolonga de forma mística. Con razón, es necesario que la autoridad y el cuidado paterno que San José ejerció en la Sagrada Familia, primer núcleo de la Iglesia, se extiendan maravillosamente a toda la Iglesia».7
Así, el gran título de Patrón de la Santa Iglesia otorgado a San José tiene su fundamento en una dignidad aún más profunda: siendo verdadero padre de Cristo, cabeza de la divina institución por Él fundada, no puede dejar de ser verdadero padre de su Cuerpo Místico.8
Vemos, por tanto, cómo en San José se cumplen de una manera más perfecta las palabras de San Pablo a los romanos, conforme prosigue en su epístola: «Según está escrito: “Te he constituido padre de muchos pueblos”; la promesa está asegurada ante aquel en quien creyó. […] Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: “Así será tu descendencia”. […] Por lo cual le fue contado como justicia» (Rom 4, 17-18.22).
Por su fe en acoger tan alta misión confiada por el Padre eterno, San José no recibió «únicamente» el nombre de padre de Jesús —lo cual está por encima de cualquier mérito de un ser creado—, sino que se convirtió en padre de una numerosa descendencia, es decir, «la herencia que con su sangre adquirió Jesucristo»,9 como reza una conocida oración de León XIII al Santo Patriarca.
Pidamos la intervención de este padre omnipotente
¿Qué deben hacer entonces los católicos que durante este año de 2021, no menos calamitoso que la época en la cual la Esposa Mística de Cristo fue confiada a San José, luchan por defender la integridad de la fe y la pureza de las costumbres? Oigamos el consejo del magisterio:
«Que San José, con su paterna providencia y con su omnipotente intercesión, os ayude siempre a vosotros y a vuestras familias. Se dice y se observa esta palabra “omnipotente” al hablar de la intercesión de María Santísima, pero nos atrevemos a afirmar que, antes aún, es necesario aplicarla a San José. […] El jefe de la casa era precisamente San José: por este motivo, esta intercesión no puede menos que ser omnipotente, pues ¿qué pueden negarle Jesús y María a San José, a quienes él consagró literalmente toda su vida, y que, en realidad, le deben los medios de su existencia terrenal?».10
Confiado en esa intervención omnipotente —¡que esperamos sea pronto!—, el católico perseverante debe, en el año de San José, rogarle que el mundo reconozca los caminos que ha estado recorriendo y, a la luz del salmo aplicado por la liturgia al Patriarca de la Iglesia, considere los últimos acontecimientos que le han sobrevenido: «Si sus hijos abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, si profanan mis preceptos y no guardan mis mandatos, castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas» (Sal 88, 31-33).
Igualmente es necesario que le supliquemos que el Cuerpo Místico de Cristo, del cual él es padre, sea defendido de los embustes de sus adversarios, como canta el mismo salmo: «No lo engañará el enemigo ni los malvados lo humillarán. Ante él desharé a sus adversarios y heriré a los que lo odian» (Sal 88, 23-24).
Finalmente, que proteja a su bendita descendencia, aquella sobre la cual flota la promesa de su divino Hijo de que no perecerá bajo las potencias infernales (cf. Mt 16, 18). Con respecto a ella fue profetizado: «Le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo» (Sal 88, 30). ◊
Notas
1 PATRON. In: GLAIRE, Jean-Baptiste; WALSH, Joseph-Alexis (Dir.). Encyclopédie catholique. Paris: Parent-Desbarres, 1847, t. XV, p. 447.
2 SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS. Quemadmodum Deus: ASS 6 (1870), 193-194.
3 RUPERTO DE DEUTZ. De divinis officiis, c. XIX. In: CANALS VIDAL, Francisco (Ed.). San José en la fe de la Iglesia. Antología de textos. Madrid: BAC, 2007, pp. 16-17.
4 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2013, v. VII, p. 44.
5 Cf. LLAMERA, OP, Bonifacio. Teología de San José. Madrid: BAC, 1953, pp. 92-102.
6 SAN AGUSTÍN. Sermo 51. In: Obras Completas. Madrid: BAC, 1983, v. X, pp. 42-43.
7 BOVER, SJ, José María. De cultu S. Ioseph amplificando. Theologica disquisitio. Barcinone: Eugenius Subirana, 1926, pp. 49-50.
8 Cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. San José: ¿quién lo conoce?… Madrid: Asoc. Salvadme Reina de Fátima, 2017, p. 412.
9 LEÓN XIII. Oración a San José: ASS 22 (1889-1890), 117.
10 PÍO XI. Allocuzione nella festività di San Giuseppe, 19/3/1938. In: L’Osservatore Romano. Città del Vaticano. Año LXXVIII. N.º 66 (21-22 mar, 1938); p. 1.
Es imposible tener una devoción profunda y autentica a MARÍA sin sentir también una veneración especial hacia su virginal esposo SAN JOSÉ.
«Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre»
(Mt 19, 6).
Toda la teología de San José se encierra en dos títulos fundamentales:
– esposo virginal de MARÍA Santísima y
– padre virginal de Jesús.
Es modelo de total consagración a los Corazones de Jesús y de María.
San José participó totalmente al ofrecer su vida como sacrificio para el cuidado, servicio, provisión y protección de Jesús y de María.
Fue siempre el custodio fiel de Jesús y María.
Es el primer y perfecto modelo de devoción y dedicación a los Dos Corazones.
San José abrió las puertas de su Corazón al Corazón Inmaculado de María, y por esto, llegó a una profunda comunión con el Corazón de Jesús, a quien protegió, dirigió, formó y cuidó toda su vida.
De él necesitamos aprender a vivir en comunión de amor con los Dos Corazones.
Todos los movimientos del corazón de San José tenían un solo objetivo: amor y dedicación a los Dos Corazones. Por ellos trabajó; por ellos obedeció; por ellos sufrió; a ellos los defendió y protegió sin reservas ni condiciones.
Por la intimidad en la convivencia, por la profundidad de su contemplación y por su generosa dedicación, los secretos insondables de los Corazones de Jesús y María, fueron conocidos plenamente por San José. El puede enseñarnos a conocer mas íntimamente los sentimientos y deseos de los Dos Corazones.
Por su fidelidad total a la alianza de amor con los Corazones de Jesús y María, San José es para nosotros un modelo fidedigno de como llegar a alcanzar plena comunión de amor con los Dos Corazones y así convertirnos nosotros también, como él, en «ese tercer corazón».
Nos acogemos al cuidado y protección de San José y le pedimos que nos enseñe a amar, a servir, a sacrificarnos y a permanecer unidos a éstos Dos Corazones como lo hizo él toda su vida.
Que así sea, para mayor gloria de Dios y de María Santísima.
(Valencia – España)
gloria a Dios
bendita María «Theotokos»(Lc I) Amén Aleluya
Deipara Dei Genitrix
san José ora pro nobis
«José,esposo de María,la madre de Jesús»(Mateo I)Amén Aleluya